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La manzana de la discordia: los antagonismos políticos

Felipe Ruiz
Por : Felipe Ruiz Periodista. Candidato a Doctor en Filosofía.
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Existe un proverbio que hizo suyo el pensador francés Jacques Derrida: “Filia est polemos”. Lo que este proverbio busca explicitar, es que la amistad es también polémica o, en otras palabras, que existe amistad discordante, empatía en el antagonismo, y que, incluso, la amistad es únicamente real si existe debate y controversia.

La amistad en la discordia se proyecta en escenarios donde puede explicitarse públicamente. Dos espacios donde dicho escenario se muestra a cabalidad –y donde se dan de forma natural– son, grosso modo, la literatura y la política. Sobre el primero, se puede por ejemplo mencionar el caso de las polémicas poéticas entre Pablo Neruda, Pablo de Rokha y Vicente Huidobro, ampliamente documentadas por Faride Zerán en su investigación La guerrilla literaria, donde los dimes y diretes de sus “confrontaciones” han dado lugar a una extensa hagiografía en la que queda demostrado que ellas sirvieron no solo para alimentar sus egos sino también para generar artificiales “apariciones” públicas, potenciando sus personalidades fuertes y, de paso, aumentar su reconocimiento en la sociedad.

[cita] Los escándalos de corrupción, finalmente, han demostrado que la artificialidad de los discursos tiene mucho que ver con una “clase” dirigencial que a la hora de la verdad refleja un alto grado de cohesión independientemente de sus diferencias.[/cita]

No se puede indicar, necesariamente, que la literatura “replica” a la política. Pero puede, al menos, darnos una idea de que la política necesita de la polémica, de la discordia, del debate y la contradicción para subsistir. En la crisis de la política actual resulta patente que el problema no es el conflicto en sí mismo, sino la indiferencia. En otras palabras, que la polémica política –aun cuando se trate de debate de ideas– resulte no solo insatisfactoria sino irrelevante para las vidas de los chilenos, que el 80 por ciento de ellos, como se decía en otras épocas, “no esté ni ahí” con los políticos.

Empero, “no estar ni ahí” era algo que evocaba una criticable abulia desde la política hacia la sociedad civil. Hoy, por el contrario, genera rabia y descontento, como si lo que demanda fuera, a la inversa, que los políticos “no están ni ahí” con la gente. Las polémicas políticas, antaño el debate de ideas, se han agotado en su forma clásica republicana. Se acusa no sostener diálogos sobre problemas reales, urgentes, en último término, que afectan a la civilidad en su conjunto.

Esta discordia en la amistad ha convertido el debate político en un “rito” desgastado, en un envejecido sistema de recursos retóricos sin forma, mermados, por años, hasta la fatiga. Los escándalos de corrupción, finalmente, han demostrado que la artificialidad de los discursos tiene mucho que ver con una “clase” dirigencial que a la hora de la verdad refleja un alto grado de cohesión independientemente de sus diferencias. Esto nos lleva a pensar que los debates de ideas –pese incluso a cierta violencia en que se empapan– poseen un sistema defensivo cuando se atacan sus intereses, sobre todo, cuando se generan conflictos de interés no retóricos, como son los intereses económicos.

Desde ese “estado de cosas” la clase política actúa, precisamente, como clase: defiende lo que posee incluso si aquello afecta a la sociedad en su conjunto. Desaparece la discordia, los puntos de vista se unifican, se trata entonces de salvar al país en nombre de un bien mayor, que es la política en sí.

Un llamado a “actuar como país” frente a la crisis de legitimidad y credibilidad, nos lleva a pensar que lo que intenta salvaguardar es la institucionalidad política más que la “ética” de los políticos: “Filia est polemos”. Un proverbio que nos recuerda que los lazos de confianza exceden las aparentes discordias y que, al final del día, “todo queda entre amigos”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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