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Abusos sexuales en la Iglesia: huele a azufre


Los estudiosos de la Biblia, teólogos y religiosos coinciden en que una de las mejores estrategias de Lucifer para reinar en el mundo es convencernos de que no existe.

En esta lógica, sus artimañas serían imperceptibles desde el punto de vista de lo esperable. El diablo no se aparece con capa, cola y fuego en sus ojos para amedrentar a las personas, sino, más bien, utiliza mecanismos bastante más sigilosos y rutinarios.

Si lo anterior es cierto, una buena forma de entrar en la vida de las personas y de ser actor principal de la sociedad sería actuar desde donde menos sospecha se pueda levantar: el mejor amigo, la pareja, el guía espiritual, el párroco, el obispo, el arzobispo o el cardenal.

Si la imaginación es suficiente y existe ánimo de aventurar teorías, no sería tan descabellado pensar que la Iglesia en Chile esté por estos días oliendo más a azufre que a incienso y mirra.

El mal ataca desde donde más puede hacer daño y, en esa lógica, el diablo podría perfectamente vestir sotana, oficiar misas e incluso dirigir comunidades diocesanas.

Chile es hoy protagonista en el mundo en materias que tienen que ver con abusos sexuales producidos al interior de la Iglesia. Las atrocidades cometidas por Karadima en la Parroquia El Bosque se conocieron gracias a la valentía de los denunciantes, quienes con esfuerzo y desgaste personal y familiar han logrado ventilar a la luz pública estos escándalos y, de paso, develar las estrategias de encubrimiento que han existido detrás.

[cita] El juicio no demostrará nada nuevo, porque la sociedad en Chile ya conoce el actuar de Ezzati, de Errázuriz, de Barros y de otros miembros de la curia chilena. Lo que sí sería de gran ayuda para una sociedad que ya no cree en sus autoridades es que la Iglesia asuma institucionalmente sus errores y que los que han encubierto delitos paguen como corresponde y no sean enviados a un convento como se hizo con Karadima.[/cita]

El que a ojos de todo el mundo era el gran “santo” de la iglesia católica de los 80 y 90, que generaba cientos de vocaciones y que decía ser discípulo del Padre Hurtado, resultó ser un monstruo abusador de menores, manipulador de conciencias y urdidor de una amplia red de contactos que le permitió vivir con todos los lujos que quiso –viajes, suculenta cuenta corriente, propiedades y otros activos–.

Caso aparte es el del cardenal Errázuriz. En ese entonces, Francisco Javier era arzobispo de Santiago y recibió denuncias que no quiso investigar (2003). Reconoció públicamente que cometió errores porque optó por darles crédito a los cercanos de Karadima en vez de a las víctimas. Y así pasaron años de abusos y de destrucción de la inocencia de muchos jóvenes que soñaban con la vida espiritual y con el sacerdocio, pero que a cambio obtuvieron solo abusos y barreras a la hora de querer defenderse.

Hoy, Errázuriz es asesor directo del Papa Francisco. Y así y todo, con su aspecto bonachón, pulcros ropajes y actitud serena, opera en las sombras con el actual arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati, para boicotear nombramientos papales e inmiscuirse en la vida de los demás, con el claro objeto de imponer su voluntad por sobre la del resto.

Así lo hicieron con Juan Carlos Cruz, denunciante de Karadima que fue considerado por el Papa Francisco para integrar una comisión pontificia que trabajaría en contra de los abusos sexuales en la Iglesia. “La serpiente no prevalece”, le manifestó Errázuriz a Ezzati, luego de asegurarle que haría todo a su alcance para evitar el nombramiento.

Mismo caso con el sacerdote jesuita Felipe Berríos, a quien vetaron por el solo hecho de enterarse de que integraba una terna para ser capellán de La Moneda.

Hay más. En Chile hay cuatro obispos en ejercicio –Koljatic, Valenzuela, Barros y Arteaga– que fueron formados por Fernando Karadima, quienes han sido sindicados por las víctimas como encubridores de todo lo acontecido en El Bosque. ¿Y? Siguen en sus cargos, oficiando misas, bautizando niños y ofreciendo la comunión.

Y hay más. Hay otro sacerdote, Diego Ossa, también formado por Karadima, sobre quien pesan acusaciones de abuso sexual y pago por el silencio de la víctima. De hecho, el mismo cardenal Errázuriz le recomienda, en una carta que se dio a conocer públicamente hace un tiempo, que recordara que “los 10 millones eran un acto de misericordia y no una acción para callar una víctima”.

Si Dios es justo y noble, sus representantes en la tierra debiesen ser también justos y nobles. Pero lejos de aquello, la jerarquía eclesiástica chilena no sanciona, no protege a su gente y deja a su feligresía en manos de estos personajes seriamente cuestionados por quienes ya han pasado por el calvario del abuso sexual.

¿Proteger a quienes están acusados de ser encubridores de abusos sexuales es lo que haría un representante de Dios en la tierra? ¿No será que un verdadero hombre de Dios reprendería al abusador y a sus encubridores para proteger a su pueblo? ¿No es tarea de un pastor proteger al rebaño y no a los lobos?

Así están las cosas en Chile. Con las principales autoridades eclesiásticas severamente cuestionadas, obispos formados por un abusador de menores ejerciendo sin cuestionamiento alguno y con un juicio que persigue que quienes han obrado mal, paguen por sus actos.

El juicio no demostrará nada nuevo, porque la sociedad en Chile ya conoce el actuar de Ezzati, de Errázuriz, de Barros y de otros miembros de la curia chilena. Lo que sí sería de gran ayuda para una sociedad que ya no cree en sus autoridades es que la Iglesia asuma institucionalmente sus errores y que los que han encubierto delitos paguen como corresponde y no sean enviados a un convento como se hizo con Karadima, quien desde las comodidades de su nuevo domicilio –atendido por monjas– se ríe de la sentencia vaticana y sigue considerándose un santo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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