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Las cosas del sentir: entre la doxa y la episteme

María Isabel Peña Aguado
Por : María Isabel Peña Aguado Profesora titular del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales
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Hay mañanas en las que una lee los periódicos con un buen té calentito al lado, que todo se le atraganta porque una no sabe cómo digerir tanta violencia y tristeza. Hay otras, en las cuales es sobre todo el estómago el que empieza a dar pelea ante la simpleza de las cosas que se afirman. Muchas de ellas terminan en el protector saco del olvido en cosa de segundos, pero otras acaban dándote vueltas en la cabeza y el estómago hasta producir retorcijones.

Así me ha pasado leyendo una columna de opinión con el sugestivo título: “Autogestión y disforia de género” de Cristián Mancilla publicada en El Mostrador, a la que me he acercado con gran interés. Hete aquí que el autor de la misma nos quiere hacer creer que la disforia de género es cuando mucho una cuestión de cómo se sienta cada uno/a y –puesto que se trataría de una mera percepción individual– que no requiere de ningún respeto por parte de las personas que conviven con esa persona ni mucho menos de las instituciones. Esta opinión, es de por sí refutable y cuestiona en gran medida el concepto de respeto aquí aludido. Lo que más me ha llamado la atención, empero, es el recorrido argumentativo que hace el autor y no tanto por lo que argumenta sino por lo que dicha argumentación desvela.

Según se argumenta en el texto, las afirmaciones de quien dice ser hombre cuando tiene tetas o ser mujer cuando tiene pene corresponden al ámbito del sentir y no al de una realidad fáctica –el autor habla de “conciencia personal” y “conciencia fáctica”–. El ejemplo que escoge para ilustrar este fenómeno del “sentir” es también muy significativo y una excelente prueba de la influencia que las representaciones de la realidad –ficciones, pues– tienen no solo en nuestras acciones sino también en nuestras opiniones. El ejemplo al que refiero habla de una persona que viéndose muy delgada afirma pesar noventa kilos cuando en realidad la balanza dice otra cosa. Cuando repite el ejemplo unas líneas más abajo, esa “persona” se ha “convertido” en una mujer. Pero volvamos a la balanza que aquí representa la “verdad” y por lo tanto describe una “realidad” verdadera que reduce “el sentir” de dicha mujer al mundo de la doxa, es decir de la opinión, aunque en este caso se refiere al mundo de los afectos.  Así pues, hay una realidad, la de la balanza –y por analogía la de los genitales– que es la que tiene, no solo la última, sino la palabra absoluta para decidir cuál debe de ser la realidad de esas personas. Realidad en cuyo nombre, el autor parece definir su noción de respeto y credibilidad.

[cita tipo=»destaque»]Según se argumenta en el texto, las afirmaciones de quien dice ser hombre cuando tiene tetas o ser mujer cuando tiene pene, corresponden al ámbito del sentir y no al de una realidad fáctica –el autor habla de “conciencia personal” y “conciencia fáctica”–. El ejemplo que escoge para ilustrar este fenómeno del “sentir” es también muy significativo y una excelente prueba de la influencia que las representaciones de la realidad –ficciones, pues– tienen no solo en nuestras acciones sino también en nuestras opiniones.[/cita]

Leyendo otras “opiniones” del autor, he podido comprobar “fácticamente” su interés en los temas de sexo y género y también su “sentir” con respecto a ellos. Llama la atención que su forma argumentativa sigue una dinámica muy parecida y da vueltas alrededor de las mismas cuestiones, de las que quiero destacar dos: su preocupación por la diferencia entre “ficción” y “realidad”, primero y la reivindicación de su libertad para no ser “tolerante”, segundo. Sus creencias son también las mismas y se basan en una defensa acérrima de la evidencia de las “leyes de la naturaleza” así como en la denuncia de la opresión que algunas diferencias conceptuales nos imponen, sometiendo así una relación espontanea con el mundo a la tiranía conceptual. Apelando a esa evidencia, el autor sostiene que no hay duda alguna de que son los genitales quienes fundamentan la diferencia de sexo. Claro que fue también apelando a esa evidencia que la iglesia quemó a Giordano Bruno y casi lo hace con Galileo, sujetos que afirmaban, contra toda evidencia, que era la tierra la que giraba alrededor del sol y no al contrario.

El tema es más serio de lo que parece, porque mientras este “autor”, en aras de la evidencia, reivindica su derecho a resistirse a la opresión de la tolerancia, está a su vez condenando a otras a la opresión de dicha evidencia. Lo que es peor, está sugiriendo que se trata de “anormalidades” y “anormales” –es decir que están fuera de la norma de la evidencia– que podrían ser solucionadas cambiando el “sentir”. La historia da muchos ejemplos de lo que sucede cuando la luz de las evidencias ciegan nuestra mente conduciéndola por un solo camino. Quizá sería bueno jugar un poco más, dejar que la imaginación se abra y aumentar así nuestro capital de humanidad. Ya lo decía Schiller: nunca es el ser humano tan humano como cuando juega.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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