Opinión

¿Dónde están los representantes del cambio político en Chile?

Si las movilizaciones estudiantiles entre el 2006 y el 2011 elevaron a algunos de sus representantes a puestos de poder, actualmente en ejercicio o postulando a cargos; cuando históricamente las universidades han sido fuentes habituales de formación y reclutamiento de líderes políticos; habiendo estado los partidos involucrados, a veces camuflados, entre los activistas con trajes de escolares; con estos antecedentes en mente, ¿dónde están hoy los representantes del cambio político, las caras de la “primera línea” y de sus contornos sociales cercanos y los más alejados también?

Si las movilizaciones masivas del 2011 terminaban con discursos en Los Héroes, en tarimas con micrófonos y una iconografía simple y apropiada, las de 2019 y 2020 convirtieron las palabras en piedras y los enfrentamientos con Carabineros en moneda corriente de un desentendimiento radical con las instituciones del Estado. Donde los estudiantes de una década atrás planteaban desafíos al Ministerio de Educación, los protestantes actuales miraban a una institución pública necesitada de redefinición desde sus bases.

Los primeros tenían representantes, por precarios y asamblearios que fueran, y se sentaban a conversar con autoridades en el entorno de La Moneda, mientras los segundos encontraron en la calle el sentido de la reconstrucción de una nueva sociedad. Esto es importante porque diez años atrás el aparataje partidista concertacionista tuvo una oportunidad para revincularse con demandas que lo invocaban, cuando la situación presente hace que los partidos parezcan excéntricos al equilibrio de una nueva solución, por inspirarnos en el léxico de la teoría de juegos. En otros términos, estamos ante una tesitura histórica en donde la ganancia de los partidos encaja difícilmente con una propuesta que sea aceptable para la “calle que protesta”.

Si ello fuese así y efectivamente los protestantes del 2019 no tuviesen sus propios representantes, estaríamos ante unas elecciones preplebiscitarias que podrían dejar fuera a aquellos por los cuales dicho ejercicio constituyente se está llevando a cabo. A ello se podría agregar como hipótesis que, de existir la falta de sintonía entre partidos y electorado/pueblo ya comentada, podríamos decir que a mayor presencia de personajes de partido, ahora eventuales constituyentes, más baja será su capacidad para vincular el resultado de la Constituyente con la ciudadanía movilizada.

Mientras los partidos de derechas arremetían contra los manifestantes y clamaban por aplicar la Ley de Seguridad del Estado y el enfrentamiento callejero gobernado por los grupos de operaciones especiales; cuando la mayor parte de la Nueva Mayoría se sentaba en sus sillones fumando cigarrillos y mirando con espanto desde los balcones el correteo entre piedrazos de aquellos que deberían estar agradeciendo el desarrollo y la caída abrupta de la pobreza; en el momento en que disimuladamente caminaban, en un andar de cangrejo apaleado, dignatarios del Frente Amplio para unirse a las trincheras de la Plaza Dignidad, al modo en que lo hizo el juez español Baltasar Garzón, aplaudido una y mil veces por los antipinochetistas y en la memoria de The Clinic para siempre; había una palabra única, un nuevo “No” en la historia del país, ahora a diestra y siniestra de la escala ideológica. Aquí importa particularmente destacar el No reiterado a Beatriz Sánchez, Gabriel Boric, las banderas del Frente Amplio, y cualquier forma de intento de nueva política del posconcertacionismo del acuerdo nacional neoaylwinista a la sazón.

Y por todo ello todavía debemos preguntarnos por los representantes de la protesta, y no del acuerdo, por bienvenido que este sea. Hay un temor de voz ausente, de fantasma que queda como trauma de los años locos del crecimiento posdictadura con exclusión social, del enriquecimiento abrupto con desigualdad exponencial, un invitado que no llega cuando está la cena servida, esquivo, aparentemente enterrado por la historia en algún momento, siempre en duermevela y que un día 18 de octubre despertó como un dragón secular, lanzando fuego y oscureciendo las ciudades como un dios bíblico, cuyos gritos quedaron retumbando en nuestros oídos hasta hoy. ¿Estamos seguros de que podemos avanzar sin él?