Opinión
Las derechas radicales y la batalla cultural
La verdadera valentía no consiste en estar en batalla permanente contra un enemigo real o imaginario sino en ser capaces de salir del espacio de protección propio y buscar puntos de entendimiento en la virtud, pensando en el bienestar de los chilenos.
La cobardía, nos canta desde hace ya 47 años Silvio Rodríguez, es asunto de los hombres, no de los amantes. Los amores cobardes, continua, no llegan a amores ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.
¿Por qué una columna sobre las diversas culturas políticas de derechas podría partir citando a un comunista cubano defensor de dictaduras? Muy simple: porque tanto él como su obra son virtuosas. Porque hacerlo significa estar dispuesto a eludir un torpe prejuicio, consistente en que los gustos están asociados a las ideologías, y que aquellos que se encasillan en ellas no pueden traspasarlas ni permitirles a que otros lo hagan.
En estos días, la polarización parece predominar. En redes sociales los algoritmos tratan de mantenernos enganchados en ellas y para eso nos exhiben solo aquello que predice lo que nos resultará más interesante o agradable. Como efecto secundario, eso reduce la diversidad de ideas que vemos en nuestras redes y lleva a que solo escuchemos, como en una caja de resonancia, nuestras propias creencias, amplificando los contenidos que se parecen a lo que ya pensamos y consumimos.
Este, el mundo algorítmico, es el paraíso de los que radicalizan sus posturas. Los algoritmos tienden a mostrar mensajes coherentes con las creencias previas del usuario. Este fenómeno genera entornos homogéneos donde los discursos extremos no son cuestionados, sino validados continuamente, lo que a nivel político permite que las ideas más radicales ganen cohesión, visibilidad y capacidad de organización.
Como dice Maruan Soto Antaki, estamos sido testigos de las lógicas de la radicalización aplicadas a la política. “Le entregamos menos atención a los individuos que conforme se van sumando, forman, incluso sin darse cuenta, sectores sociales que legitiman y hacen perdurar las manifestaciones extremas de grupos, políticos y organizaciones.”
Por eso para mí es tan peligrosa la concepción de que estamos en una batalla cultural. Las derechas radicales nos plantean una cruzada moral, presentada como una defensa de la cultura cuyo objetivo es la imposición de un dogma ideológico que reduce la cultura a un campo de guerra, venganza y violencia, en el entendido que el triunfo o la subsistencia de las ideas de derecha solo es posible con el daño o la anulación de la izquierda.
Nada nuevo bajo el sol. Hace 93 años, un académico alemán llamado Karl Schmitt, en su obra El concepto de lo político enseñaba que “la distinción específica de lo político, la que caracteriza sus acciones y sus motivos, es la distinción entre amigo y enemigo”, que en síntesis “adquieren su sentido real por el hecho de que están en conexión con la posibilidad real de matar físicamente. La guerra sigue siendo la forma extrema de realización de la enemistad”.
Schmitt, a quien injustamente motejaron como “el abogado del Reich” por su justificación teórica del Tercer Reicht, tiene en nuestros tiempos a insignes seguidores de izquierda, como Chantal Mouffle y a Fernando Atria, en Chile. Sí, el fenómeno de la radicalización afecta, como vemos, a ambos polos y lo vivimos en ambos procesos constitucionales.
La “batalla cultural”, al fin, no es sino caer en el juego de la dialéctica marxista, en la que hay solo buenos y malos, un error para quienes estamos en la defensa de ideas de libertad y dignidad que caracterizan a la derecha liberal.
En ese juego, las derechas radicales, en esta lógica de algoritmos, han decido extremar posturas, lo que supone la renuncia de la política en lo público, porque la respuesta a los problemas políticos se encontraría en sus propias cámaras de eco. Después de todo, la cámara de resonancia no necesita más que al propio sujeto reafirmándose consigo mismo.
El problema es que quienes no queremos dicha polarización hemos normalizado aceptar el mote de “cobardes”, “amarillos” o “pusilánimes” que nos imponen los radicales. El concepto de “derecha cobarde” nació en España, en VOX, y sus aventajados discípulos chilenos -uno de ellos candidato presidencial- nos han motejado groseramente de tal forma, ante la algarabía de sus defensores.
La verdadera valentía, al contrario, no consiste en estar en batalla permanente contra un enemigo real o imaginario -la cultura Woke o la Agenda 2030 de la ONU, por ejemplo- sino en ser capaces de salir del espacio de protección propio y buscar puntos de entendimiento en la virtud, pensando en el bienestar de los chilenos. La “derecha cobarde”, paradojalmente, resulta ahí más valiente que la que se niega a ver la diversidad de la vida y de las posturas ajenas.
La derrota de la tolerancia, del diálogo y de la variedad, nos llevaría como tan preclaramente describía el trovador cubano, a esos días terribles, llenos de animales remotos que devoran y devoran primaveras, asesinos del mundo.
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