CULTURA|OPINIÓN

El Mercado Central de Santiago. Consumo, sociedad y patrimonio desde la historia urbana

Antes de su estreno, la manzana donde se estableció el Mercado Central era llamada “Plaza de Abastos”, creada hacia 1820 en el denominado “Basural de Santo Domingo”, frente al río Mapocho. Un espacio periférico y popular para entonces. A partir de su inauguración, dirigida por el intendente Vicuña Mackenna, los puestos de venta del Mercado Central implicaron una modernización respecto a otras plazas de abastos de la época y caracterizó al sector donde se insertó, el barrio Mapocho.

“Los mercados son ferias de vitalidad”, escribió el escritor Joaquín Edwards Bello, luego de visitar, en 1955, el Mercado Central de Santiago. La descripción difícilmente podría ser más certera: desde que fuera inaugurado en 1872, se ha convertido en uno de los mercados más tradicionales de la ciudad, desbordando mercaderías, sabores y olores. Sus generosos elementos arquitectónicos y urbanos, es decir, sus materiales de construcción y los usos sociales del edificio, nos hablan de un espacio portador de una densa capa histórica. Pensar históricamente el Mercado Central puede así servir como una vía para estudiar y difundir el patrimonio urbano de Santiago. En otras palabras, indagar en los valores del edificio y de su entorno, valoriza nuestro patrimonio arquitectónico y urbano, que es una forma de preservar y aumentar la (frágil) memoria colectiva.

[cita tipo=»destaque»]Aunque cueste creerlo, a mediados del siglo XX el Mercado Central estuvo a punto de desaparecer, por varios proyectos que buscaban derrumbarlo y levantar un nuevo edificio, más acorde con la arquitectura moderna, en otro sector urbano. Se le vio entonces como un recinto ruinoso, viejo e inservible, sin rescatar de él aspectos patrimoniales. Poco antes, en 1930, se había demolido su extremo nororiente, para ensanchar la actual avenida Ismael Valdés Vergara.[/cita]

Antes de su estreno, la manzana donde se estableció el Mercado Central era llamada “Plaza de Abastos”, creada hacia 1820 en el denominado “Basural de Santo Domingo”, frente al río Mapocho. Un espacio periférico y popular para entonces. A partir de su inauguración, dirigida por el intendente Vicuña Mackenna, los puestos de venta del Mercado Central implicaron una modernización respecto a otras plazas de abastos de la época y caracterizó al sector donde se insertó, el barrio Mapocho. Regentado desde sus inicios por la Municipalidad de Santiago, ofrecía ganancias relevantes al gobierno local y era, asimismo, símbolo de progreso.

Esto último se basaba en especial en su diseño y elementos arquitectónicos, con torres incluidas, al igual que la estructura central con techumbre, toda de hierro fundido, lo convierten en un edificio que incorporó las tecnologías de punta para la época. Por otra parte, el consumo de diferentes productos -desde pescados hasta chocolaterías- nos habla de las continuidades y transformaciones de nuestra dieta, al igual de la variedad de visitantes: dueñas de casa, bohemios, turistas, entre muchos otros. Este numeroso público se debía, en buena medida, a la centralidad que la Estación Mapocho otorgó al barrio. Y fue esa centralidad la que permitió reunir a una amplia y heterogénea clientela, que lo convirtió en el principal mercado capitalino, aunque desde finales del siglo XIX compitiendo con la Vega, situada en la ribera norte del río Mapocho.

Aunque cueste creerlo, a mediados del siglo XX el Mercado Central estuvo a punto de desaparecer, por varios proyectos que buscaban derrumbarlo y levantar un nuevo edificio, más acorde con la arquitectura moderna, en otro sector urbano. Se le vio entonces como un recinto ruinoso, viejo e inservible, sin rescatar de él aspectos patrimoniales. Poco antes, en 1930, se había demolido su extremo nororiente, para ensanchar la actual avenida Ismael Valdés Vergara.

Con todo, también a partir de mediados del siglo pasado comenzó una paulatina valorización social y académica del recinto, que resultó en su declaratoria como Monumento Histórico (1984). En paralelo, se desmunicipalizó el edificio (1983), vendiéndose los locales a sus arrendatarios e iniciando un nuevo ciclo histórico, caracterizado por el desligamiento, por parte de la Municipalidad, de labores que desarrollaba desde el siglo XIX. Este largo período, que va entre 1872 y 1984, ha sido cubierto por los historiadores Claudia Deichler y quien escribe estas palabras en el libro “El Mercado Central de Santiago. Historia visual, consumo y patrimonio urbano (1872-1984)”. Parafraseando a Edwards Bello, una aproximación a la historia de una “feria de vitalidad”.

Por Simón Castillo, historiador y profesor de la Facultad de Arquitectura Arte y Diseño UDP.