Opinión

Microcampamentos, una realidad invisibilizada

Durante este último tiempo, han sido diversos los medios de comunicación que han mostrado la dura realidad que atraviesan en medio de la emergencia sanitaria producto del COVID-19, los diversos asentamientos precarios a lo largo de Chile. Hemos visto en los noticieros centrales, en matinales, en la prensa escrita y en diversas campañas tanto de instituciones públicas como de organizaciones de la sociedad civil, cómo se ha precarizado aun más la calidad de vida de quienes habitan campamentos, conventillos y/o cités, ya sea por los altos niveles de hacinamiento que estos presentan, la irregularidad del acceso al agua potable para una correcta higiene de manos o la escasez de recursos económicos y falta de trabajo producto de la cuarentena o de situaciones anteriores a la pandemia, como por ejemplo, trabajos informales de paga diaria.

Pese a que tanto del Estado como de la sociedad civil han surgido iniciativas en ayuda de estas familias en extremo vulnerables, demostrando que sus problemáticas y carencias son latentes y visibles para estos actores, incluso antes de la pandemia, esto no ocurre con los microcampamentos, cuya realidad para muchos es desconocida, incluyendo el concepto mismo.

Si bien el Ministerio de Vivienda y Urbanismo así como Fundación Techo, consideran un campamento a aquel asentamiento que cuenta con 8 o más viviendas contiguas, se denomina como microcampamento a aquel que posee entre 2 a 7 familias o conjuntos de viviendas, contando con las mismas características y problemáticas de los campamentos más grandes, entre ellas, que han sido ocupados de manera irregular, habitando terrenos públicos o privados, por lo que se encuentran en riesgo permanente de desalojo, más aun teniendo en cuenta que la extensión del territorio es menor que la de un campamento más grande. Cuentan además con viviendas precarias y con problemas de habitabilidad, con altos niveles de hacinamiento, y acceso irregular a los servicios básicos como agua potable o energía eléctrica, obteniéndolos de manera improvisada, compartida e informal, entre otras. Como vemos, las mismas características de un campamento, pero a una menor escala.

Debido a su composición, es decir, al ser conjuntos de entre dos a siete viviendas, la política pública habitacional no los considera dentro de sus registros nacionales, siendo excluidos de las soluciones habitacionales como por ejemplo del subsidio DS49 especial para campamentos ya que no están catastrados ni pertenecen al Programa Campamentos del MINVU. Esto tiene entre sus principales consecuencias, que estos asentamientos no sean concebidos como parte de la realidad urbana de nuestras ciudades, debido a que en muchas ocasiones se les confunde con personas en situación de calle que han levantado viviendas precarias, como ocurre en el caso de los microcampamentos más pequeños y en otras, debido a la pequeña extensión de terreno en donde se emplazan, sean derechamente no detectados, pues generalmente están cercados por latones, panderetas o portones de madera, invisibilizando así, su existencia, sus carencias y sus necesidades.

Pese a que en la experiencia de trabajo con estos asentamientos se puede constatar que en algunos de ellos las carencias son menores respecto a la habitabilidad o en el acceso mismo a los servicios básicos, esto no quiere decir que estos asentamientos pierdan su carácter de precario, pues a nivel socioeconómico siguen existiendo problemas de acceso a trabajos remunerados estables, y cada invierno con la llegada de los sistemas frontales, estas viviendas se ven afectadas por goteras, filtraciones o anegamientos, poniendo en riesgo la salud de sus moradores y mermando todavía más sus viviendas básicas.

De acuerdo a Canales y Maulén (2011) los microcampamentos presentan además características de carácter inmaterial o relacionadas a la subjetividad y la experiencia de quienes habitan en ellos. Entre estas se encuentran aspiraciones de cambio y la manifestación del anhelo de dejar el asentamiento, niveles de organización comunitaria deficientes al ser grupos poco cohesionados y con diferencias en motivaciones u objetivos no comunes o no compartidos; bajo nivel de capital social y situación de aislamiento debido a la incapacidad de obtener vínculos con redes formales, propiciando aun más la sensación de invisibilidad de estos asentamientos.

Este desconocimiento respecto a la existencia y la realidad de los microcampamentos en Chile no se da solo a nivel cotidiano y social, sino que, como ya se mencionó, estos asentamientos están en cierta medida invisibilizados a nivel institucional, quedando excluidos de la política pública y por ende, de las soluciones de vivienda pensadas para los campamentos convencionales. Tan desconocida es esta realidad que ni siquiera se cuenta con cifras oficiales respecto a la cantidad de microcampamentos existentes en Chile o al menos en la Región Metropolitana. Según el único catastro realizado por Fundación Quiero mi Casa en 2010, se contabilizaban para ese entonces 59 de estos campamentos con menos de ocho familias en dicha región (Fundación Trabajo en la Calle, 2010) y hasta la fecha, no ha podido concretarse la realización de un nuevo catastro que actualice dichas cifras. Si bien no se cuenta con datos concretos para estos últimos años, la última Actualización del Catastro de Campamentos de Fundación Techo en 2018 señalaba que de los 72 campamentos cerrados oficialmente en 2017, cerca del 34,7% de estos se han convertido en microcampamentos pues no todos los hogares han logrado abandonar el asentamiento, quedando siete o menos familias residiendo en él, estimándose entonces 25 microcampamentos a nivel nacional y albergando cerca de 553 familias aproximadamente (Techo, 2018). Cabe precisar que estos últimos datos sólo dan cuenta de la transformación de los campamentos “cerrados” a microcampamentos y no engloban un conteo integral de la totalidad de estos en nuestro país, por lo que la cifra total puede ser todavía aún más grande.

En vista de esta problemática de la invisibilización de los microcampamentos tanto a nivel social como a nivel institucional, se hace necesario entonces una doble integración: por un lado, hacer patente esta expresión de la desigualdad urbana y la pobreza territorial que cuenta con las mismas problemáticas de otros asentamientos informales y precarios ampliamente intervenidos y expuestos en los medios de comunicación, más aun en plena emergencia sanitaria que ha empobrecido todavía más a sus pobladores.

Así mismo, también urge la integración de estos microcampamentos en las soluciones habitacionales ofertadas por los organismos estatales pertinentes en la materia, pues, al igual que los pobladores de campamentos con más de ocho hogares, estas familias también anhelan obtener una vivienda definitiva que los saque de sus condiciones de precariedad y les mejore considerablemente su calidad de vida y de acuerdo a la experiencia, están dispuestas a trabajar por ello.

El llamado es a conocer esa realidad muchas veces pasada por alto o que ni siquiera se sabe que está ahí afuera, realidades que al igual que muchas otras, solo han recrudecido aún más su subsistencia producto de la pandemia, y que, al igual que el resto de hogares vulnerables de Chile, necesita de la ayuda de todas y todos, no solo del Estado, sino también de la sociedad civil que, como Fundación Quiero mi Casa, trabajan por darla a conocer y por sacar adelante para superarla.