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¿Quién mató a Victoria? Un ejemplo fatal de las falencias de nuestras políticas sociales

En mayo pasado, Victoria fue asesinada de una estocada en el tórax. No murió al instante, estuvo un rato a la vista de todos sin que la viera nadie, como suele pasar con las personas en situación de calle. Este reportaje, con testimonios de amigos, parientes y especialistas, narra la trayectoria de exclusión que sufrió desde la infancia y revela la incapacidad del sistema para atender a quien nace y crece en pobreza. Por la crudeza de la historia, hemos protegido la identidad de familiares, amigos y vecinos.

La muerte de Victoria (28) se inicia 20 años antes del consumo de pasta base, la prostitución y la enfermedad mental declarada. Quizás fue esa tarde cuando le gritó a Nancy, su prima, que escapara de los abusos de su padre. “¡Ándate!”, le dijo. “Y ¿tú?, preguntó su prima. Victoria respondió: “No quiero que te pase nada a ti, prefiero que me lo hagan a mí”.

El episodio lo recuerda Nancy (29), que entonces tenía 9 años. Dice que es la primera vez que habla del tema, tras dos décadas de trauma y silencio. “Horas después de escapar, volví a la casa para ver qué pasaba”, cuenta. “Entonces miré por un hoyito de la puerta y vi qué hacían con ella: le daban de fumar pasta base y tomar trago, mientras el papá de Vicky la manoseaba. Él le decía a los demás borrachos: “Háganla fumar, después le pueden hacer lo que quieran”.

Las violaciones se hicieron costumbre. 

Una tarde, en 2006, Victoria, con 11 años, lloraba en el baño. Como siempre, la acompañaba María José, su compañera del octavo A de su escuela en Conchalí.  “Estoy escuchando voces”, le dijo Victoria. “¿Y qué te dicen las voces?”, preguntó su amiga. “Que me mate”, fue su respuesta.

-En ese momento no caché lo que me decía, pero me contó que sus papás la tocaban en sus partes íntimas –recuerda María José. Y agrega: –Muchas veces le dije que fuera a los Carabineros, pero ella lo veía como algo normal, algo que pasaba casi todos los días. 

Más de una década después, Victoria es una veinteañera delgada y de rasgos finos, cuyos ojos grandes, oscuros y expresivos revelan el abandono: ya no tiene relación con su familia, vive en la calle, se prostituye, consume pasta base, tolueno, cocaína, parafina. Le han diagnosticado esquizofrenia, lo que la suma en un delirio permanente. Quienes la recuerdan en sus recorridos por el sector de La Vega Central, afirman que discutía con personas invisibles. “Todos los giles me quieren matar”, repetía. 

Pero para la mayoría, Victoria era inexistente, invisible. Una mujer joven, frágil, perturbada, que vivía y dormía en la calle, que era parte del paisaje, como un macetero o una luminaria. Tal como señala el cuarto estudio de la serie “Del Dicho al Derecho”, titulado “Trayectorias Inclusivas para personas en Situación de Calle”, que Hogar de Cristo presentará este martes 20 de julio en un seminario online. En él, leemos: “Una de las expresiones más severas de la pobreza y de la exclusión social es concebida como algo normal. Sin embargo, tras su aparente cotidianeidad se esconde una verdadera emergencia social. La situación de calle es una situación de emergencia para quienes la experimentan porque afecta el cuerpo, la mente y los vínculos de las personas, tanto en el corto como en el largo plazo, dando lugar a un deterioro que se agudiza y es más difícil de revertir mientras mayor es el tiempo que viven en ese contexto”. 

Papá, detente

Un día, Victoria le pidió a su padre que no la matara. Era un hombre violento, particularmente con ella, que a los 8 años era la única que lo enfrentaba. “Detente, no quiero más”, le pedía Victoria. Él nunca se detuvo. La obligaba a beber alcohol, fumar pasta base, aspirar tolueno, la azotaba en el piso, la amenazaba: “Si no te dejas, te voy a echar a la calle”.

El padre murió pocos años después. Una noche se peleó con un hombre que terminó prendiéndole fuego a su casa. “Así murió el degenerado: quemado”, dice Nancy. Otra familiar sostiene que el padre no era el único abusador en esa casa. “Su mamá también la abusaba, inclusive, la vendía para comprar droga”. 

Victoria era la menor de las dos hijas de la mujer, que murió de cáncer al útero, cuando Victoria tenía 17 años. “Al final, mi tía las pagó todas, murió con mucho dolor, pero no sé si alguna vez cachó el daño que le hizo a la Vicky”, afirma una de las primas que entregan su testimonio.  

Ese mismo año, Victoria había quedado embarazada de uno de los abusadores que su madre metía a la casa. El parto fue en el dormitorio de la joven. “Desde ese momento, mi prima se volvió loca… Nunca supimos si mi tía regaló o vendió a la guagua”.

Victoria perdió el control. Esa pérdida y los abusos la trastornaron. Sufría convulsiones que la botaban al suelo. Se sospecha que padecía epilepsia refractaria; fue ahí cuando explotó su enfermedad mental. “Ella empezó a tener cambios bruscos de personalidad, de un momento a otro se transformaba en una niña y se ponía a jugar con muñecas”, concluye la joven. 

La derrota del sistema de apoyo social con Victoria es evidente. Y su trayectoria vital, marcada por la pobreza, la exclusión, la violencia, el abuso y la explotación sexual, de la que nadie fue capaz de hacerse cargo o abordar integralmente,  culminó con ella viviendo en la calle. 

Esta acumulación de experiencias adversas y traumáticas suele ser la historia común de quienes viven la emergencia social de la situación de calle, impactando sus biografías personales en etapas claves de su desarrollo individual. “Por lo mismo, actuar a tiempo en esta realidad significa también incidir en la trayectoria de quienes están en riesgo de vivir en situación de calle, como una estrategia de prevención que necesariamente implica abarcar áreas como la protección infanto-adolescente e incluso la salud mental”, hace notar el psicólogo Paulo Egenau, director social nacional del Hogar de Cristo. 

En el estudio que acaba de lanzar el Hogar de Cristo, se detallan los elementos comunes en las vidas de quienes llegan a vivir en calle: por una parte están los factores de riesgo que incrementan la probabilidad de que su capacidad para sobreponerse a los problemas se vea sobrepasada y, por otro, la ocurrencia de eventos específicos que “detonan” la salida de la persona a la vida en calle. Esto ha sido descrito como una suerte de “espiral vital descendente”.

Aunque el caso de Victoria reúne todos los factores de riesgo y las experiencias adversas imaginables en su infancia, su temprano embarazo y el no haber sabido siquiera el destino de su hijo al parirlo, al parecer fueron el detonante de su cuesta abajo existencial. 

Ojalá me muera

Victoria soñaba con ser arquitecta. Le gustaba hacer maquetas en la escuela.  De promediar nota 6 en cuarto básico, pasó a bordear la repitencia en octavo. En primero medio, repitió dos veces por inasistencia. Y nunca más volvió a pisar un colegio.  

Su profesora de historia en el liceo dice que “nunca imaginamos lo que pasaba… Ella siempre sonreía, era dulce, pero ahora que lo pienso, me llamaba la atención que nunca quería ir a su casa, ella me decía: “Tía, fumemos un pucho, acompáñeme más ratito”.

Después de abandonar el liceo, una ex compañera se la topó en la comuna de Recoleta.  “Iba rodeada de narcos, algunos la manoseaban, pero ella no cachaba nada, parecía ida, como loca. Pero como los tipos parecían traficantes, no hice nada”.

Por esos días, siempre con 17 años, sufre un episodio psicótico en el casino del Centro de Salud Mental y Comunitario (COSAM) de Conchalí. Se esconde en un rincón del recinto y grita: “Estoy embarazada, voy a tener gatitos”.  

En ese lugar, ubicado justo frente a la casa de su infancia, en calle Camberra, Victoria se reunía a jugar con los niños del programa infantojuvenil derivados del Sename. “Era una niña súper introvertida. Creo que venía a jugar para acá porque no tenía dónde más estar”, explica un monitor del programa de alcohol y drogas del COSAM.

Victoria era una suerte de “paciente símbolo” de ese Centro. Estuvo cerca de 10 años tratándose con ellos. “El equipo la quería mucho, ella era cariñosa, sonriente, a veces incluso te lavaba el auto, no cobraba, lo hacía porque quería. Es triste. Su abandono era tan complejo que no se pudieron lograr avances, ella necesitaba de algún espacio de internación más permanente, no ambulatorio o esporádico”, recuerda la psicóloga Verónica Balderrama (61), directora del COSAM. 

Una noche, Victoria, ya de 24 años, terminó con la nariz reventada de un golpe. Tenía un chichón en la frente y restos de sangre en el cuerpo. Un narcotraficante le había ofrecido pasta base a cambio de favores sexuales. Ella aceptó. 

“Con el tiempo la Vicky empezó a exponerse a situaciones cada vez más riesgosas, iba a las poblaciones más peligrosas, se cortaba, peleaba en la calle”, dice Claudia Tello, jefa del programa de adicciones del COSAM. Cuenta que ella le decía: “Tía, ojalá me muera, ahora todo me importa una raja”, lo que es común a quienes terminan en situación de calle tempranamente. “Las conductas de riesgo y daño aparecen como mecanismos de defensa que permiten a las personas sobrellevar sus experiencias adversas, a modo de prácticas adaptativas a un entorno hostil”, señala el modelo del Hogar de Cristo, remarcando una conducta muy compleja de controlar y revertir cuando no se hace un trabajo integral. 

A estas alturas, el único vínculo amoroso que mantenía Victoria era con un hombre 45 años mayor que ella. “A la Vicky le gustaba dormir conmigo. Con el tiempo, inclusive, terminé hasta enamorándome de ella. Es que yo la quería proteger como un papá, era el único que la llevaba a sus controles, que le daba sus remedios. Mucha gente me dijo que yo era un pedófilo, pero, en serio, la quería”, dice con total naturalidad.  

El hombre conoció a Victoria cuando ella tenía 7 años. Entonces él trabajaba como monitor en  una comunidad terapéutica, focalizada en jóvenes vulnerables con consumo problemático de drogas en Conchalí.  “Cuando a ella la echaron de la casa, terminó en la calle, así que opté por ofrecerle mi casa. Para mí también fue difícil, ella era súper agresiva conmigo”, explica.  

Un vecino del sector, explica que los conocidos y familiares de Victoria cuestionaban la relación. “Todos suponemos que acostarse con él era el precio que pagaba esta niña por tener algún lugar donde dormir en la noche”. 

Resulta inaudito que tantos profesionales y técnicos –profesores, médicos, enfermeros, terapeutas de distintos servicios– conocieran estas muchas situaciones irregulares y las experiencias tremendas que vivía la adolescente y que todos sus esfuerzos fueran absolutamente insuficientes y aislados. Pero así funciona –o mejor dicho, no funciona– el sistema: “El abordaje integral de las personas en situación de calle se facilita mediante la integración de servicios, hoy completamente fragmentados. Sólo así se podrá articular la acción pública y privada en cada comunidad local”, es parte de las recomendaciones del documento del Hogar de Cristo que se presenta el martes 20 de julio. Integración de servicios, centrados en la persona, y no acciones aisladas para programas diversos que no conversan entre sí. 

Falla sistemática

Ya instalada en la calle, Victoria inicia su definitiva “espiral vital descendente”, por usar una expresión técnica. Un bucle interminable de psicosis, alcohol y pasta base. A los 25 años, vive en un estado de sopor permanente, que la obliga a rebotar de un consultorio a otro del precario servicio de salud mental chileno. 

Para la terapeuta ocupacional, Leslie Leal, que trató a Victoria en el Instituto Psiquiátrico Doctor José Horwitz Barak, donde fue hospitalizada tres veces, “esto se explica porque las personas con trastornos adictivos son excluidas de muchos programas de acogida. Por eso, nosotros no damos abasto, no alcanza con un proceso de desintoxicación o una hospitalización de urgencia, cuando nosotras le dábamos el alta a la Vicky, ella volvía de nuevo a la calle”.

Paulo Egenau es elocuente. Dice: “Ni aunque la hubiera tratado Sigmund Freud, Victoria habría mejorado, porque una vez compensada, volvía a la calle, una y otra vez, y así nadie puede recuperarse, seguir un tratamiento, sanar”.

Es más en la propuesta del Modelo Integrado de Servicios que propone el Hogar de Cristo, leemos: “La violencia intrafamiliar puede gatillar la huida a la calle de niños y jóvenes, saliendo de un entorno hostil a otro, que puede deteriorar tanto su salud física como mental”. Y aquí caben todas las conductas de riesgo que funcionan como mecanismos de defensa en que incurría Victoria: consumo de alcohol y de pasta base, cortes en su cuerpo, prostitución.  

Nos dicen que muchas veces se intentó que Victoria ingresara a un hogar protegido, donde reciben a mujeres vulnerables. La idea era que recibiera tratamiento de larga estadía.  

Sin embargo, como explica uno de los psiquiatras que la trató, Marcos Peñailillo (36): “Nos pusieron como requisito que estuviera seis meses en un programa terapéutico, algo imposible para Victoria, porque hablamos de una joven que estuvo ocho veces hospitalizada, en situación de calle, con psicosis, consumo, maltrato”. Peñailillo agrega: “Era evidente que necesitaba un tratamiento estable, no ambulatorio, pero hoy no existen centros que reciban a mujeres, que -además de estar en situación de calle-, sufran enfermedades mentales y/o problemas de adicciones. Las comunidades terapéuticas ambulatorias no pueden recibir a mujeres de la calle, porque cuando las egresan no tienen a dónde derivarlas. Y los hogares protegidos no reciben a personas con consumo, porque pueden desestabilizar a otros pacientes”.

En Chile, más de 19 mil personas con discapacidad mental viven en contextos de pobreza, en su mayoría son mujeres.  Y el presupuesto que se destina para salud mental en el país no supera el 2,3% del total destinado a salud, cuando lo recomendado por la OMS es sobre 5%, por lo que describe el psiquiatra Peñailillo es parte de esta realidad, la más dramática. 

El martes 11 de mayo de 2021 se escucha un grito sordo en Recoleta. Es de noche y Victoria ha recibido una estocada en el tórax. Vecinos del sector la encuentran tirada en la vereda de la intersección de las calles Juárez Larga con Juárez Corta. Esa misma mañana, Carabineros detuvo a un hombre de 19 años identificado como Wilkeiderson Pérez Martínez, quien declaró ser quien le quitó la vida.

Materialmente, sin duda; él la acuchilló. Pero lo que en verdad mató a Victoria fue la exclusión social, el haber nacido y crecido en pobreza, sin que el sistema de protección de la infancia, el de educación, el de salud, hiciera un esfuerzo integral por detener su caída libre.

Al día siguiente de su muerte, en la madrugada, vecinos de la casa donde vivía Victoria encienden velas en su nombre. María José, que fue su amiga, concluye trágicamente: “Yo también estuve viviendo en la calle, pasé cinco años sin dormir por miedo a que me violaran. Sé lo que la Vicky tuvo que haber sufrido… La calle te vuelve loca”.