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La moda y el matrimonio las vuelven locas

La serie llega a la pantalla grande convertida en un capítulo que supera las dos horas. Su mayor sabiduría radica en definir directamente las cosas que excitan a todas las mujeres sin distinción, excluyendo a las del mundo musulmán: zapatos, carteras, joyas, vestidos, sexo y plata.


La voz de Carrie Bradshaw nos sitúa en una joyería. La diseñadora, que tiene locas con sus modelos a ella y sus amigas "fue mesera y luego se convirtió en artista", dice. Segundos después, Samantha, la insaciable del grupo, no puede contener un grito de placer frente a un portentoso anillo de diamantes, del que no podrá deshacerse aunque lo descubra como el símbolo de su insatisfacción.



En una secuencia que debería calcarse para hacer comerciales de toallas higiénicas o desodorante, Carrie y sus amigas caminan por la Quinta Avenida. Ahogada con su adrenalina desde que Mr. Big le pidiera casarse después de 10 años pololeando, les cuenta que además compró un luminoso penthouse con vista panorámica "y lo pagó como si pagara un café". Miranda, Charlotte y Samantha gritan como si tuvieran un orgasmo en plena calle.

Sex & The City no sólo rescató una manera de comunicarse entre las mujeres, con agudos gritos a distancia. Sobre todo consiguió definir las cosas que las excitan a todas, excluyendo a las del mundo musulmán: Zapatos, carteras, joyas, vestidos, sexo y plata. La voz de Carrie lo resume en dos palabras mientras pasan los créditos: moda y matrimonio. De hecho, el matrimonio es la excusa para contar toda la historia. Casarse es el gran tema de todos los personajes.



Nos enteramos que las tres ya se han casado y que ahora ¡por fin!, es el turno de la columnista Carrie Bradshaw, que tiene su "última oportunidad" a los 40 años. Está tan feliz cuando se lo piden, que su alegría desborda hasta el público. En esta escena la gente en la sala aplaude. La mayoría del público es femenino. Mujeres acompañadas o en grupos de adolescentes que vuelven a emocionarse cuando la protagonista se prueba vestidos frente a las demás, tomando champaña. 38 cajas de ropa, y zapatos de US$525.



Un sueño prácticamente imposible de cumplir para toda la platea del cine, que por lo mismo la sigue fiel y logró mantener a la serie de HBO seis temporadas al aire. También es paradisíaco ese ambiente donde todas las necesidades básicas están más que cubiertas, sin que nadie se vea trabajando para conseguirlo. Salvo Carrie, que se dedica a escribir. Lo menos parecido a un trabajo.



Sexo conservador



La fantasía incluye una fiesta en un edificio patrimonial para doscientas personas y la portada de Vogue (atención con el personaje de la editora), que regalará el vestido. Otro momento que logra emocionar al público, además de un montón de accesorios Cristian Lacroix, Dior, Carolina Herrera, Louis Vuitton, que Carrie se encarga de mencionar, dejándolos como sinónimo de éxito en el inconciente del público que quizá nunca las pueda comprar.



Salvo en Nueva York, donde si no hay plata para comprar, se puede arrendar. A pesar del sexo, del que se habla y aparece con soltura, la historia tiene toques conservadores: como que la empleada de Carrie es negra. Ella no puede comprar las carteras pero las arrienda, (o sea el estilo no depende de la plata), o el par de homosexuales, que en pleno Manhatan tienen que esperar que nadie los vea para darse un beso.
Pasadas las dos horas de película, la historia se siente culpable de mostrar tanto lujo y la secuencia donde los personajes se ven más felices es en una fuente de soda. El matrimonio que dura se hace en el registro civil con un vestido sencillo y la película termina con la frase: "el amor es la única marca que no pasa de moda". Los clichés tampoco.


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