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Bolivia y Chile: De repente, en el verano

Las autoridades económicas de Chile pronostican un crecimiento del cuatro por ciento este año, la tasa de inflación marca una cifra histórica de sólo 1,1 por ciento, el valor del dólar llega a su punto mas bajo, la libra de cobre registra los mayores precios en décadas. Y de pronto algo pasó por el camino a Bolivia.


Diversas páginas editoriales mencionaban no hace mucho con sorna a los gobiernos de Kirchner, Lula y Chávez, sin nombrarlos, como los nuevos paladines del populismo en América Latina. Argumentaban que Chile era el polo opuesto: un país que estaba haciendo bien las cosas. Era resultado del TLC, un premio a una travesía en la senda acertada.



Lo corroboraban las estadísticas: el mayor consumo de la población chilena en los últimos 20 años en rubros como electrodomésticos, automóviles, celulares, acceso a Internet y otros productos de la economía moderna. La sensación de éxito quedó remachada cuando el ministerio de Relaciones Exteriores señaló que con el TLC los "pequeños fabricantes de poleras chilenos podrán exportar un millón de poleras mensuales", frase publicada por el diario Las Últimas Noticias el 28 de diciembre de 2003.



El mismo medio sacaba cuentas jugosas. El TLC pondría a 100 mil chilenos fuera de la línea de la pobreza y, en dos años, el sector textil elevaría sus exportaciones de 11 millones a 100 millones de dólares gracias al arancel cero. Todas buenas noticias.



Hasta que de repente, comenzaron a acumularse novedades políticas; malas noticias desde el dossier Bolivia. Aunque no tan malas, si lo pensamos bien, porque deberíamos agradecer a Chávez, Evo Morales, las autoridades y movimientos sociales bolivianos por haber puesto en el tapete de los grandes temas regionales el enclaustramiento de Bolivia, que, por otra parte, tiene que ver con las grandes potencialidades económicas de la región. En el patio trasero de EEUU -como en la obra de Tenessee Williams- las piezas empezaron a desordenarse.



El sur profundo



No es, por cierto, el verano que deseábamos después de un año de éxitos. Verano que caracterizan dos ministros: la de Relaciones Exteriores chilena, Soledad Alvear, que recomienda no mirar el pasado y pensar en el futuro, aunque su argumento central se sustente en el pasado; y Siles, que habla del enclaustramiento de Bolivia como un problema para su desarrollo, que además afecta la estabilidad en la región y quizás en el continente.



A ellos se suma un senador: Orpis, que acometió en canal 13 señalando la existencia de una red de intereses étnicos que cubre territorios desde Venezuela hasta Bolivia, conformando una "cuestión continental de alta complejidad". En la red está Chile, con la "cuestión" mapuche. Le faltó referirse al movimiento zapatista, los movimientos indígenas en Centro América y el American Indian Movement en EEUU.



El canal 13 remata: "en el diseño colonial, Bolivia no tenía mar". Sucede que la mediterraneidad de Bolivia -que su ministro de RREE, Ignacio Siles, llama enclaustramiento- está más allá de las minutas diplomáticas.



Mediterraneidad suena hasta exótico cuando nos recuerda el Mediterráneo europeo, sus vinos, el aceite de oliva, los veleros y las alcaparras. Enclaustramiento, en cambio, recuerda a la claustrofobia y debe recordar también la constante sangría que provoca. Y no es exageración, porque Bolivia ha estado prisionera por mirar durante un siglo (el siglo XX), hacia Amazonia y el Atlántico. Una situación explosiva por dónde se la mire.



Una bomba de tiempo



La bombita se empezó a construir en las dos naciones simultáneamente. Así como Chile se "sentó" en un tratado que estima inamovible, Bolivia, a través del liberalismo, positivismo y modernismo privilegió posicionarse hacia el Atlántico, porque en esa zona no existía el escollo del tratado de 1904 con Chile. Pero se le fue de pronto el siglo sin haber resuelto el problema del enclaustramiento entre los dos océanos (Sánchez Bustamante en Francovitch. 1956, FCE).



La bomba de tiempo alimenta soterradamente la crisis regional. Como todas las crisis ésta se debe a tareas que no se hicieron, cosas que se dejaron de hacer en el tiempo indicado y personas que no hicieron lo que supuestamente debieron haber hecho.



La forma como Bolivia se incorporó a la agenda política de la región, es un no sólo reflejo de la nueva arquitectura internacional que asoma con la nueva guerra fría, sino que además es un indicador del estado de situación de los organismos llamados a complementar las falencias en las relaciones entre los países. Con su credibilidad puesta a prueba, la OEA y la ONU entran en un escenario donde ya se decantaron las posiciones bolivianas y chilenas. Para la política de Estado de Chile, el tratado de 1904 no es conversable. Para las autoridades de Bolivia, su enclaustramiento sólo tiene una solución: salida al mar, y no por Perú, sino por Chile.



La "carta peruana"



Esgrimida por Chile, la opción de salida al mar por territorios que fueron peruanos en el estado en que se encuentran el Derecho Internacional después de lo de Irak y el estado de situación del multilateralismo, es extender la crisis al ámbito regional. Aún cuando la intervención multilateral no tiene el peso de antes, y las fortalezas y debilidades de cada país cuentan cada vez más en el presente contexto, si el conflicto se aborda multilateralmente, Chile tiene mucho más que perder que Bolivia.



Al margen de considerar que la letra escrita que ampara estas definiciones son cada vez más vulnerables después del 11 de septiembre del 2001, la ocupación a Irak y el tipo de resolución de conflictos que se esparce por el mundo.



La esquiva equidistancia del poder regional mayor



De todos modos, antes de negociar en un espacio multilateral fracturado, Bolivia y Chile deberán acudir a la vía bilateral. Y ésta, por las reacciones en la región, parece agotada, por lo que juega un rol clave la presión eventual de EEUU.



Sin embargo el país norteamericano tiene su capacidad limitada por el estado de su economía y por la política de riesgo que asumió con su doctrina de seguridad nacional uniforme. Lo países ven que con ella son cada vez menos autónomos y más vulnerables.



Esa uniformidad que pretende los EEUU hace que todo sea más vinculante que antes. Algunos analistas, como Jorge Castañeda y todo el grupo que opera bajo el sello de la revista Foreign Affairs, sostienen que Latinoamérica debería abandonar los criterios westphalianos de soberanía. "Que en la globalización es necesario revisar algunos principios que ahora están fuera de la dinámica", justamente la salida al mar de Bolivia por el lado de Chile caería dentro de esa esfera porque, como dice Evo Morales, "Chile tiene demasiado" (y agregamos que nunca ha sabido bien qué hacer con ello).



Estados Unidos pretende que la región gire en torno de su política: ALCA, condena a Cuba, barrenamiento del impulso del Mercosur, uso de un poder subrogante de turno -España- para desestabilizar futuras potencias, como Argentina, subordinar políticas exteriores a futuros TLC. Y los países -intentando mantener la equidistancia con ese poder mayor- acuden a sus potencialidades estratégicas, en una situación donde hay muy poco más que perder después de una década perdida en todos los sentidos (la de los 90).



Venezuela, con su petróleo, se defiende y responde; Argentina, con su poderío natural y situación estratégica privilegiada, se defiende; y a Brasil se le impide cristalizar la promesa que siempre ha sido: ser un bastión con peso regional como el que cumple la India en una región de Asia.



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