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Honduras: nuevo golpe y otra vergüenza más

Antes era el  marxismo, un -espantajo siempre muy útil para mentes flojas-,  ahora lo es cualquier proceso o liderazgo regional que no sea bien visto por las elites poderosas o por la administración del país del norte.  Todo ello vuelve una vez más a poner en el tapete un tema crucial: cuáles son los límites de las políticas democráticas y quien tiene el principal derecho a fijarlos?


Una vez más los militares y aliados civiles rompen impunemente el desarrollo de acontecimientos político-democráticos, esta vez en Honduras. Se ha dicho  otras veces: nada esta plenamente asegurado en cuanto a orden político democrático y ciudadano en nuestros países. Hay una tendencia latente en nuestra América que relaciona alto mandos militares con  sectores derechistas y conservadores, reacios a cambios sociales, económicos y políticos, incluso cuando estos cuentan con importantes mayorías.  Algo tendrá que ver en esto la formación recibida por esos altos mandos (especialmente  en las escuelas alimentadas por los USA), y los vasos comunicantes con las minorías privilegiadas.  Como siempre, esos sectores necesitan chivos expiatorios para oponerse a esas reformas, o a esas expresiones de la voluntad ciudadana. Antes era el  marxismo, un -espantajo siempre muy útil para mentes flojas-,  ahora lo es cualquier proceso o liderazgo regional que no sea bien visto por las elites poderosas o por la administración del país del norte.  Todo ello vuelve una vez más a poner en el tapete un tema crucial: cuáles son los límites de las políticas democráticas y quien tiene el principal derecho a fijarlos? En un Informe del 2004 el PNUD Regional  (BsAs), mostraba la creciente desafección de los ciudadanos de A.Latina con el orden democrático renaciente después de la larga noche de las dictaduras cívico-militares en el continente. Y esa desafección tenía que ver –entre otras cosas- justamente con la incapacidad y/o debilidad  de esos reconquistados órdenes democráticos para luchar no solo contra la miseria, la pobreza,  sino también para enfrentar  las inveteradas  desigualdades en nuestros países,  en el  acceso a bienes primarios, a poder de decisión real, o a la suficiente instrucción, saber e información requeridos para estar a la altura de los desafíos de los tiempos actuales. Hasta ahora, esos limites y ese derecho parecen residir – de manera no justificada-  en la mantención  del poder y la influencia de   aquellos sectores  minoritarios  y más ricos, los que han sido históricamente mandantes durante buena parte de nuestra historia, y que de manera reiterada se han opuesto – la mayor de las veces  sin argumentos, es decir, de manera violenta-, a cualquier  proceso de reformas democratizadoras e igualitaristas que coloque al conjunto de cada sociedad en posición de autogobierno  y autodecisión libre sobre el diseño de la sociedad y sus instituciones.  Por eso, esos sectores, acá en Chile y fuera de Chile, tienden siempre a culpabilizar a los propios partidos, líderes y expresiones ciudadanas de ser los que “llaman “ – con sus decisiones-, a la acción de aquellos “ángeles” custodios del orden establecido.  Ya lo vimos también en Chile hace más de treinta años: los responsables del golpe de Estado no son aquellos que lo dan, sino la errada dirección política de los líderes que toman decisiones incorrectas,  y de los ciudadanos que los siguen y les dan su voto, de manera equivocada.  A esos sectores no les interesa una política democrática, salvo cuando ella va en la dirección de sus negocios y su estrecha visión de mundo. ¡Cómo han cambiado las cosas! Hasta no hace mucho, buena parte del tinglado democrático-liberal occidental, clamaba en todos el mundo porque se realizaran elecciones con alternativas reales, como medio de legitimar sus gobiernos respectivos. Obviamente, el blanco de aquella cínica demanda (que ellos no cumplían por cierto), eran los países de socialismo real o de alianzas político-religiosas. Ahora, sin embargo, la exigencia es aun mayor y distinta: no es suficiente que los países realicen elecciones para elegir autoridades y mandantes, sino que el resultado de ellas tiene que ser aquel que está en connivencia  con sus negocios y su estrecha mirada de la realidad.  Si no es así, entonces esas elecciones son declaradas fraudulentas. No solo eso. Si un presidente constitucional –el caso del depuesto liberal hondureño M.Zelaya- , tiene la idea de consultar a su pueblo por una determinada y eventual reforma, entonces, los poderosos de siempre lo derrocan, porque eso no es  ser un buen demócrata (como tampoco lo es, para ellos, tener buenas relaciones con Venezuela, por ejemplo).  ¿Será esta  la nueva estrategia para burlar el ejercicio de la soberanía popular, en principio de manera pacífica, para  después, si la estrategia no resulta,  justificar acciones violentas? No lo sabemos. Lo que sí sabemos, estimado lector, es que nos parece una “película” ya vista en la larga marcha desde la lucha por la  independencia de nuestra América, hasta nuestros días.  En ella, podríamos decir: democracia, democracia ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre¡ 

*Pablo Salvat es Director Magíster Ética social y Desarrollo Humano. Universidad Alberto Hurtado

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