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La hipocresía política, pasado y presente


La rápida consolidación de nuestro Estado en 1830 cumplió la función de eliminar los peligros creados por ciertos políticos románticos, cuyos sueños de liberalismo democrático o de federalismo les parecieron un peligro mortal a la ya existente pléyade de políticos pragmáticos, obsesionados por crear un orden inmóvil.



Estos asustadizos prematuros, bisabuelos de los actuales, encontraron en Portales a su líder providencial. Fue insigne cultivador del doble estándar moral, cínico en su vida privada y conservador autoritario en su vida pública. Audaz y maquiavélico, fue un personaje digno de la literatura de ficción, como lo ha demostrado Jorge Guzmán en su inteligente novela La Ley del Gallinero.



Pero lo que me interesa registrar de esa coyuntura fundante de nuestro estado nación es la relación que existe en Portales entre la conducta pública y el comportamiento privado. Ella lo convierte en el padre fundador de la hipocresía política criolla.



En ese tortuoso terreno, Portales es más bien un sujeto simple. Se le puede identificar con el personaje que la sabiduría popular representa en el Padre Gatica, alguien que predica pero no practica. Cree que las funciones civiles de la religión y su moral son fundamentales para el orden público, pero hace su vida. No realiza dos discursos paralelos, porque oculta su impiedad privada. Tiene dos prácticas paralelas y un solo discurso no más. Pese a eso -¿o sera por eso?- Portales ha sido venerado por la historiografía conservadora del siglo XX y por numerosos políticos contemporáneos.



Pese a que Portales es casi banal, pues sólo peca de predicar una moralidad pública y practicar unas costumbres sexuales bastante libres -aunque atormentadas-, es el fundador de la hipocresía política que se legitima como razón de Estado. Victimiza y niega a la mujer que lo amaba en función de sus deberes o de su aura de líder político conservador. Este vicio con apariencia de virtud ha hecho escuela en Chile, especialmente durante la dictadura militar y la Concertación.



Durante las últimas semanas, a propósito del décimo aniversario del vil asesinato de Jaime Guzmán, hemos presenciado el intento de convertir esta anomalía casi en un motivo de santidad. Creo que Guzmán fue, en alguna medida, el Portales de Pinochet. Pero esta caracterización no es para mí un elogio, pues maestro y discípulo profesan el culto a la subordinación instrumental de la conciencia a las exigencias del poder. Guzmán sacrifica la verdad -calla públicamente, cuando su palabra pudo ser salvadora- y lo hace por la estabilidad del régimen.



Ni para Portales ni para Guzmán las personas individuales tenían un valor absoluto. Para ambos lo importante era el «sistema». Al preferir Guzmán guardar silencio sobre lo que sabía consiguió neutralizar a Contreras, pero para dar vida a Gordon, a Salas Wenzel y para consolidar el alargamiento de la vida pública de Pinochet. La hipocresía que toma el nombre de razón de Estado suele ser eficiente. Pero eso no significa que debamos convertirla en objeto de admiración.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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