Publicidad

Tomás de Aquino y una política de la trascendencia

Una política de la trascendencia nos enseña que si somos fieles en el servicio de la república, eso será recordado con orgullo por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos.


Volvamos a conversar de la política y de su crisis. Un 69,1 por ciento de los menores de 29 años no están inscritos en los registros electorales. Y de los inscritos, un 38 por ciento no lo volverían a hacer. No les interesa votar por los parlamentarios que aprobarán las leyes de presupuestos que asignarán los recursos para educación, trabajo o capacitación.



Las razones: entre otras, señalan en un 77,9 por ciento que los políticos tienen poca preocupación por ellos. Un 84,3 por ciento dice que los partidos no representan sus inquietudes. Por eso, un lamentable 51,2 por ciento expresa que la democracia es un sistema como cualquier otro. Un 48,8 por ciento dice que la democracia es el mejor sistema de gobierno.



Inquietante. ¿Qué hacer?



Quizá debemos preocuparnos más de ellos y del país que de nosotros y nuestras carreras políticas. Salir menos en televisión y trabajar más por los demás. O salir en la TV cuando realmente valga la pena. Grandes liderazgos individuales tiene la democracia en Chile, pero ninguna irradia a sus partidos. ¿Por qué?



La respuesta la da en parte Tomás de Aquino cuando escribe un bello libro, La Monarquía. Dicen que se lo escribió a un joven príncipe de Chipre que le pidió consejo. Maestro, ¿cómo debo gobernar?



Tomás de Aquino se esfuerza y le da toda clase de consejos, desde ver dónde deben construirse las ciudades hasta cómo aplicar multas.



Al final le pide que busque «lo trascendente y no la efímera gloria que no es sino el juicio de los hombres que opinan bien sobre los hombres, como dijo San Agustín».



Santo Tomás de Aquino critica a quienes viven buscando el halago de los demás. En primer lugar, señala el doctor angélico, ese hecho «dañaría a los reyes el hecho de padecer ellos tantos trabajos y desvelos por una recompensa tan efímera. Pues en los asuntos humanos nada parece haber tan efímero como la gloria y el honor del pavor de los hombres, ya que dependen de sus opiniones y palabras, que es lo más cambiante en la vida humana y por lo cual el profeta Isaías denomina flor de heno a este tipo de gloria; además la ambición de gloria humana está reñida con la grandeza de ánimo. Quien busca agradar a los hombres ha de plegarse necesariamente, en cuanto habla o hace, a lo que ellos quieran, y, al intentar complacer a todos, se hace esclavo de cada uno de ellos (…)».



La ambición de gloria tiene como vicio anexo la hipocresía. Ella obliga a disimular la posesión de virtudes. Por eso mismo, nos señala Salustio, «la ambición obliga a volverse malos o falsos a muchos. Ocultan una cosa en su corazón, revelan otras con la lengua, tienen más apariencias que cosas naturales».



Tomás de Aquino nos recuerda que «conseguirá la gloria quien la desprecia». Y según lo dicho por Salustio sobre Catón, «cuanto menos buscaba la gloria, tanto más obtenía».



Algunos pensarán que todo esto no son más que buenas intenciones. Ya no es necesario el uso del discurso para convencer. Sólo se requiere de un buen manejo mediático, la denuncia fácil acompañada del escándalo público, la frase de no más de 30 segundos, para vencer.



Pero así la política, entendida ésta como acción de civilización y cultura, se ha ido devaluando y reduciendo a niveles que ya empiezan a ser peligrosos para la propia sociedad.



Por el contrario, una política de la trascendencia nos enseña que si somos fieles en el servicio de la república, eso será recordado con orgullo por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos. Los grandes hombres y mujeres que nos han precedido son recordados con nombres de plazas y calles, monumentos y homenajes póstumos: esta es la hermosa e ingenua forma que los seres humanos hemos encontrado para expresar nuestras ansias de trascendencia.



Los jóvenes, creo yo, agradecerán a los políticos que se atrevan a practicar esta política, finalmente mucho más gloriosa que aquella que vive del escándalo y del lucimiento personal. Por lo menos, así pensaba Tomás de Aquino.



_______________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias