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El abuso de la retórica en el discurso económico


La dificultad del gobierno, y particularmente de los economistas para remontar, la desaceleración económica que enfrenta la economía chilena ha encontrado en la actual crisis política internacional una inmejorable oportunidad, no sólo para ocultar el fracaso de la política económica implementada por la administración Lagos, sino también para afianzar la estrategia fiscal sustentada en la regla del superávit fiscal del 1% y la política monetaria compulsivamente orientada a controlar la inflación.



Hace un tiempo atrás, Chile recibió la visita de un destacado economista norteamericano, Rudiger Dornbusch, cuyas declaraciones no tuvieron el eco que normalmente suele dársele a estas figuras. Sin embargo, sus declaraciones no dejaron de provocar cierta desazón a quienes observamos el desenvolvimiento de la política económica, precisamente porque lo que más hace falta hoy día en Chile es una actitud más madura en el manejo de la política fiscal.



Dornbusch llamó al gobierno a liberarse de esa tonta meta del superávit fiscal del 1%. Lo dicho por este economista es perfectamente entendible si pensamos que Chile podría aumentar su deuda externa e interna sin afectar el riesgo país, dado que la deuda pública externa de Chile -en relación con el Producto Interno Bruto- está muy por debajo de la mayoría de los países. Por lo demás, no se trata de incrementar, sino esporádicamente, el gasto, a fin de eliminar el cuantioso desempleo de factores existente.



No obstante, el ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, ha preferido abusar de la retórica en estas materias y se ha negado a aceptar las demandas de incrementar el gasto público a fin de reactivar la actividad del mercado, argumentando la necesidad de abstenerse de «matar la gallina de los huevos de oro», es decir, evitar incrementar el riesgo país.



Para este destacado estudiante de Harvard es más provechoso mantener intacto el riesgo país definido por la comunidad financiera internacional que evitar matar las esperanzas de los miles de cesantes en que termine la recesión económica y en que puedan poner fin a su desocupación. Torcida lógica ésta en donde resulta más riesgoso para el país tener déficit fiscal junto a una economía reactivándose y eliminando el desempleo que superávit fiscal, desempleo y recesión. Parecen haber severas diferencias de apreciación y conceptualización entre el Ministro de Hacienda y el resto de la ciudadanía porque si de riesgo se trata, es claramente más preocupante, desde el punto de vista humano y político, tener grandes masas de desocupados que tener transitoriamente un déficit en las cuentas del fisco, más aún cuando Chile tiene una de las más bajas tasas de endeudamiento público.



No parece estar en el horizonte de la reflexión del Ministro de Hacienda -y tal parece que tampoco en el pensamiento del Presidente Lagos- el hecho que la acumulación de tensiones sociales puede significar, por ejemplo, acrecentar las posibilidades de una derecha ultra conservadora que naturalmente pondrá una traba adicional al proceso de democratización y que terminará por retardar mucho más aún la transición hacia una sociedad democrática y participativa.



Por otra parte -en la misma línea de abusar de la retórica- para exculpar la responsabilidad ante la incapacidad de reactivar la economía mediante la política hasta ahora seguida, se ha recurrido a argumentos más o menos obvios consistentes en repetir mecánicamente que el miedo generalizado provocado por los atentados conlleva a un temor al futuro que no favorece ni la inversión ni el consumo, lo que dada la desaceleración de la economía mundial, la recesión ya anunciada constituiría el escenario más probable. Al respecto, el Ministro de Hacienda ha dicho «es inminente una recesión mundial», ajustando la tasa de crecimiento al 3,5%. No obstante, cabe hacer notar que para todos era más o menos claro que había que ajustar hacia abajo la tasa real de crecimiento antes del ataque a las torres. En esta materia, es bueno considerar que no existe evidencia alguna para proyectar el impacto de estos últimos acontecimientos internacionales sobre la economía mundial y que el escenario futuro podría ser tanto positivo como negativo y, en cualquier escenario, siempre hay un margen para la política nacional para reactivar la economía. Lo que preocupa es que se aproveche esta situación para insistir en seguir criterios preestablecidos que no requieren ninguna discrecionalidad por parte de las autoridades, puesto que bastaría con dejar acéfalo el Ministerio de Hacienda mientras se piden regularmente instrucciones a Washington, ante la sede del Fondo Monetario Internacional, para saber cuáles son las reglas que se deberían observar.



El abuso de la retórica, al que se han sumado el Ministro de Economía, el ex Presidente Aylwin y el propio Presidente Lagos, entre otras cosas, da cuenta de un distanciamiento grave e inquietante entre las preocupaciones personales y técnicas de las autoridades y las exigencias de la política que consisten en ejercer el poder para provocar mejoras cualitativas y cuantitativas en la condición humana.



No tiene ningún sentido, salvo que no estemos hablando del ejercicio de la política, gobernar para observar ortodoxias que han probado ser ineficaces para superar la pobreza, la marginalidad y el subdesarrollo.



La política económica hoy se ha transformado en una patética y ridícula discusión -al interior de la profesión y de los interesados en ella- en cuanto a la proyección del crecimiento económico que tendrá el país. Patética porque no es del todo profesional confundir a la economía con la astrología, dado que lo que debieran hacer los economistas no es adivinar el futuro sino explicar el presente y diagnosticar las causas de los problemas que hoy enfrenta el país. No obstante, hoy por hoy los economistas no compiten por aportar explicaciones coherentes ni convincentes sobre nuestros problemas, sino más bien por hacer pronósticos más o menos certeros, sin que por ello sean capaces, salvo por un golpe de suerte, de acertar en sus extravagantes proyecciones. Ridícula porque la economía está lejos de ser una ciencia predictiva, es más, si algo no puede hacer esta ciencia, dado la enorme complejidad de variables que determinan el comportamiento económico de la sociedad, es precisamente eso: realizar proyecciones futuristas.



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Marcel Claude es economista y director ejecutivo de la Fundación Terram.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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