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Cómo darle un nuevo impulso a la Concertación

Nadie puede estar en contra del crecimiento económico, y ojalá retomemos altas tasas del mismo lo antes posible. Sin embargo, el crecer al 7 por ciento durante diez años es una situación muy excepcional. No está en las cartas el volver a ello por lo menos hasta el 2004, y no tiene sentido sacrificar normas y principios muy caros en el área de las políticas públicas laborales, ambientales y urbanas en pro de una quimera inalcanzable, en una especie de política de tierra arrasada pro crecim


No son los estadistas los que hacen la historia, sino la historia la que hace a los estadistas, señalaba Otto von Bismarck. «Lo más que un estadista puede hacer es escuchar los pasos de Dios, tomarse del borde de su sobretodo y caminar con él algunos pasos del camino», decía el Canciller de Hierro.



Después del resultado de las elecciones del 16 de diciembre, la historia le ofrece a la Concertación y a su líder, el Presidente Ricardo Lagos, una notable oportunidad para darle un nuevo impulso al pacto de gobierno.



Los primeros 21 meses del tercer gobierno de la Concertación no han sido fáciles. La crisis de las punto.com (que ha llevado por vez primera en muchas décadas a una recesión sincronizada en Europa, los Estados Unidos y Japón), el enrarecimiento del clima político debido a la realización de cinco elecciones nacionales en 31 meses y mayores niveles de conflictividad social debido a la cesantía han aumentado lo que se ha denominado «el malestar» de los chilenos. Con todo, el crecimiento el año pasado llegó al 5,4 por ciento y este año lo hará a mas del 3 por ciento.



Para muchos, el período de oro de la transición lo constituyó el gobierno del Presidente Aylwin (1990-1994). La política de los consensos y la democracia de los acuerdos entre gobierno y oposición se dieron de la mano con un crecimiento de un 7 por ciento, una cesantía de no mas de un 5 por ciento y programas sociales que reducirían el número de personas bajo la línea de pobreza de 5 a 3 millones.



Personalmente me siento muy orgulloso de haber sido parte del gobierno del Presidente Aylwin, y creo que fue una muy buena administración. Sin embargo, no se puede reeditar el pasado. En la primera etapa de la transición, en que la oposición se vio impelida a demostrar sus credenciales democráticas y en que sus posibilidades de ganar una elección presidencial eran mínimas, el consenso era natural y permitió avances importantes.



Una década después hay una situación muy distinta, y después de una verdadera guerrilla comunicacional durante un año en que la oposición no ha hecho sino denostar la labor de un gobierno que en 21 meses ha generado mas inversión en obras públicas que la que tuvo lugar entre 1980 y 1990, se pide nuevamente una política de consenso.



Después de toda campaña, una tregua es deseable, y como ha dicho Rafael Otano, el gobierno debe ahora «enfriar el juego». El encuentro de la semana pasada del Presidente con los jefes de los partidos fue una buena señal en ese sentido. Sin embargo, eso no significa ponerse a la defensiva. En democracia gobierna la mayoría, y eso es lo que la Concertación debe hacer.



La gran diferencia al interior del conglomerado de gobierno no se da entre quienes favorecen el crecimiento y quienes son partidarios de la redistribución. Nadie puede estar en contra del crecimiento económico, y ojalá retomemos altas tasas del mismo lo antes posible. Sin embargo, el crecer al 7 por ciento durante diez años es una situación muy excepcional.



No está en las cartas el volver a ello por lo menos hasta el 2004, y no tiene sentido sacrificar normas y principios muy caros en el área de las políticas públicas laborales, ambientales y urbanas en pro de una quimera inalcanzable, en una especie de política de tierra arrasada pro crecimiento.



Antes de discutir prioridades sectoriales, la Concertación necesita una carta de navegación política para el 2002-2005. Ya están comenzando a surgir alternativas que representan opciones distintas a seguir, que incluyen las siguientes:



a. Debate y deliberación versus consenso. Por las razones antedichas, el único camino razonable es la primera.



b. Diferenciación entre gobierno y oposición versus cogobierno. Los repetidos ofrecimientos del alcalde de Santiago de poner sus técnicos a disposición del gobierno son un absurdo intento por cogobernar. Es por ello que tampoco tendría ningún sentido que el Presidente llamara a figuras de la oposición a integrar su gabinete. La ciudadanía no lo entendería. En democracia el gobierno gobierna y la oposición se opone.



c. Democratización de la Carta Fundamental versus Constitución pinochetista. Una prueba de fuego del grado al cual la oposición ha dejado atrás su pasado autoritario radica en su disposición a eliminar los enclaves autoritarios, de los cuales el sistema binominal es uno de sus pivotes. Por lo demás, es posible imaginar que de darse un triunfo de la Alianza en el 2005 el sistema binominal mantendría la mayoría de la Concertación en la Cámara de Diputados, dándole un veto sobre toda iniciativa legislativa.



d. Difusión del poder económico versus concentración del mismo. Chile no sólo es uno de los países con peor distribución de ingreso en la región del mundo con mayores desigualdades, sino que además tiene una economía en que existen demasiados monopolios. Ello genera rentas del mismo tipo, distorsión de precios y enormes abusos en contra del consumidor, de los cuales los intereses exorbitantes cobrados por las casas comerciales a sus clientes no son sino una expresión. Es imperativo hacer que rija efectivamente el mercado, mediante un activa política antimonopolios y de defensa de los derechos del consumidor y las Pymes.





* Director del programa internacional de la Fundación Chile 21.



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