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O’Higgins como hombre magnánimo


En el artículo anterior hablamos largo y tendido acerca de la necesidad que Chile se atreva a volar alto y que sus dirigentes nos planteen grandes cosas. Para ello, reclamábamos la necesidad de ver con otros ojos lo sucedido durante el año 1810 y los fundadores de la República chilena. Hacer un ejercicio de magnanimidad.



Aquí va pues nuestra visión, que pretende pensar el Chile del 2010, a partir de un Chile que -no por pobre y distante- no se atrevió a realizar cosas grandes: el Chile de la Independencia.

Don Bernardo, hombre notable y magnánimo.



Primero que todo, él fue hijo natural en un país en que el nacer con dos padres conocidos y cariñosos sigue siendo excepcional. El dolor de nacer hijo natural y ser separado de su madre en su más tierna infancia lo acompañarían siempre.



A su padre le escribe y por respuesta el silencio.



«Envidia me da ver a todos mis paisanos recibir carta de sus padres. Mas yo Ä„pobre infeliz!, de nadie»…



Su mejor amigo, que llegó a querer como un padre y vocal de la Junta de Gobierno de 1819, el astuto abogado de Concepción, Don Juan Martínez de Rozas, lo agravia. Este último cede al nepotismo y nombra a su cuñado, Don Antonio de Urrutia Mendiburu, como coronel del regimiento número dos que defenderá el sur de Chile. Estará a cargo de las tropas que hábilmente ha organizado el joven hijo del virrey en Las Canteras y La Laja. A O´Higgins le son concedidos solamente los galones subalternos de teniente coronel. Se abre de nuevo la herida. El sólo es un provinciano bastardo y desconocido. Los ricos y nobles, como los Urrutias, son los llamados a mandar.



Don Juan Mackenna, antiguo superintendente de la repoblación de Osorno y amigo de su padre, Don Ambrosio O´Higgins, teme la peor reacción en el hijo de su amigo ante tan injusta decisión de Martínez de Rozas. Pero ve como Don Bernardo controla la ira y sigue a las órdenes de los patriotas de Concepción.



Don Bernardo transformó su dolor personal en visión de una nueva sociedad. Por ello, fue un campeón de la igualdad, no sólo al pensar en los españoles y chilenos, sino que también en los que él llamaba araucanos.



«Detesto por naturaleza la aristocracia y la adorada igualdad es mi ídolo. Mil vidas que tuviera me fueran pocas para sacrificarlas por la libertad e independencia de nuestro suelo y tengo el consuelo de decir que la mayor parte de los descendientes de Arauco obran por los mismos principios».



Poco antes de morir, escribía a favor de las diversas tribus indígenas que subsistían aún en Chile.



«A la verdad, es lo más humillante que nosotros hayamos permitido, por encima de nuestras cabezas, veintidós años que han transcurrido después de la declaración de nuestra independencia, sin hacer alguna cosa por amor a la humanidad».



Su amor a la igualdad lo impulsó a ser un adelantado. Fundó cementerios para disidentes y erigió escuelas ajenas a la tuición eclesiástica y regidas por el sistema lancasteriano. Fue esta misma convicción republicana e igualitaria la que le llevó en 1817 a la abolición de los títulos de nobleza y de los escudos de armas. No pudo, eso sí, abolir los mayorazgos dejando sin efecto el decreto que los eliminó.



Eran decisiones difíciles e imprudentes. Sus asesores más íntimos, Don Francisco Antonio Pérez y Don José Ignacio Zenteno, le hicieron ver el desfavorable efecto que produciría el decreto en la nobleza limeña, indispensable para ganar Perú para la libertad de América. Y, ciertamente, era un golpe a la aristocracia chilena que había apoyado la independencia y su nombramiento como Director Supremo.



Terminemos señalando que los defectos y errores de don Bernardo obviamente fueron también grandes. Dicho pusilánime es «quien nada hace, nada teme». Quien cosas chicas se propone, cosas pequeñas logra y sus errores poco daño causan. Ä„Qué duda cabeÄ„ Pero así, nada grande se construye.



Los errores que cometió los pagó en vida. Pero sin sus sueños y arrojo Chile no sería lo que fue, es y está llamado a ser.



O`Higgins, hombre magnánimo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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