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Ha llegado carta… de Francia

Ojo con eso. La buena votación de Le Pen (la que a mi juicio proviene de Chirac más que de la izquierda, es decir, obedece más un fenómeno de volatilidad intrabloque que volatilidad interbloque), se origina en una serie de demandas y preocupaciones de la gente que a veces nos cegamos a reconocer.


Ha llegado carta. ¿De quién? Del progresismo francés. ¿Para quién? Para el progresismo chileno. ¿Qué trae? Moraleja, una gran moraleja.



El principal candidato de las fuerzas progresistas francesas, el socialista Lionel Jospin, no alcanzó a pasar a la segunda vuelta electoral, logrando un magro 16.01 por ciento frente al 19.64 por ciento del actual presidente, Jacques Chirac, y el 19,07 por ciento del ultranacionalista Jean Marie Le Pen.



Las cifras son desastrosas para Jospin. Mal que mal, él era el Primer Ministro en ejercicio, con toda las ventajas que implica para un candidato estar en un oficio relevante a la hora de las elecciones. Pero mayor es el desastre al analizar el resultado que obtuvieron los otros candidatos, quienes en teoría pudieron haber votado por él.



La extrema izquierda presentó cuatro candidatos alternativos (a falta de uno), quienes alcanzaron en conjunto un 15 por ciento. Hubo otros dos candidatos de centroizquierda que lograron casi un 7 por ciento, y hay que sumar dos candidatos verdes que logran también un 7 por ciento en conjunto.



En definitiva, y aunque puede resultar a primera vista antojadizo sumar porcentajes así como así, en realidad la izquierda y centroizquierda en Francia suman fácilmente más del 40 por ciento de los sufragios. No merecen entonces quedar ante la horrorosa disyuntiva de tener que votar por un conservador, para que no gane un payaso neofascista.



Ojo con eso. La buena votación de Le Pen (la que a mi juicio proviene de Chirac más que de la izquierda, es decir, obedece más un fenómeno de volatilidad intrabloque que volatilidad interbloque), se origina en una serie de demandas y preocupaciones de la gente que a veces nos cegamos a reconocer. Nos parecen retrocesos en los valores democráticos, retrocesos en la ética de la igualdad, retrocesos en la cultura solidaria. Un paso atrás en la libertad, igualdad y fraternidad, como proclamaran los mismos franceses.



Pero esas preocupaciones existen y representan, como ha demostrado Le Pen en Francia, Haider en Austria, Vlaams Block en Bélgica o la Liga del Norte en Italia, todas serias amenazas al sistema político imperante en Europa. Son consecuencias de la corrupción que mató a la DC italiana, el cuoteo político (el tristemente famoso proporz) que sacó a los socialdemócratas del gobierno en Austria, la xenofobia y la inmigración que hace ganar a Le Pen, el hastío con la particratie que hace subir y subir la votación de los ultraderechistas belgas.



Mucho tenemos que aprender de todo eso en Chile. Las acusaciones de corrupción, la mano dura contra la delincuencia, el desempleo, incluso la misma xenofobia (¿alguien ha visto cómo los taxistas se frotan las manos cada vez que Eduardo Bonvallet, líder en rating radial, habla en contra de los peruanos, argentinos o bolivianos?) pueden servir de gran caldo de cultivo para un discurso populista, atractivo para masas hastiadas de la política tradicional, anti todo lo imaginable (anti Congreso, anti impuestos, anti acuerdos internacionales, anti derechos individuales mínimos, anti inmigrantes).



Frente a ello hay dos opciones. Una es cegarse y decir que esas preocupaciones representan disvalores en nuestra cultura democrática, y que por tanto no merecen nuestra atención. Otra opción es entender que algunas de estas preocupaciones gatillan preferencias electorales en algunas personas que, no obstante lo profundamente equivocadas que puedan estar, son personas de clase media, trabajadoras y honestas, y que el hastío político es algo que a veces nosotros mismos azuzamos con prácticas poco transparentes o derechamente corruptas.



También hay otra moraleja: en Francia la izquierda ha despilfarrado su opción presentando más candidatos que los aconsejables en la primera vuelta. Eso no es menor; en Chile podría ocurrir algo similar. ¿Alguien ha visto en las encuestas cómo viene Sebastián Piñera detrás de Joaquín Lavín? ¿Acaso no se tentaría a probar suerte en caso que la Concertación decidiera llevar dos o tres candidatos en la primera vuelta?



Un escenario bastante realista indica que los candidatos de la Concertación obtendrían entre un 10 y un 20 por ciento cada uno, hasta sumar entre 45 y 48 por ciento entre todos; un candidato comunista en probable alianza con los verdes tendría entre un 3 y un 5 por ciento; la derecha se repartiría el restante 45 a 50 por ciento, y entre sus candidatos Lavín pasaría el 30 por ciento y Piñera se acercaría al 18 por ciento. Este escenario se encuentra a escasos puntos de que la segunda vuelta se diera entre Lavín y Piñera.



Lo que hay que entender es que cuando no se enfrenta con seriedad a la derecha, es la derecha la que gana. Nuestros pobres amigos franceses, pueblo culto, moderno y avanzado, está ahora en la disyuntiva descrita más arriba. Como dicen hoy las pancartas en todo Francia, «qué vergüenza ser francés».



El progresismo no se puede dar el lujo de competir desunido. La unión ha hecho la fuerza en toda su historia, pues mal que mal, hay que recordar que allá están los poderosos y acá los que representan a los débiles.



No a la soberbia. No a las prácticas que nos alejan de nuestros votantes. Y sobre todo, no a la idea de llevar más de un candidato.



* Abogado, MSc. en Ciencia Política, London School of Economics.



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