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El peligro de tener conciencia

El embajador Vega no obedeció una orden por objeción de conciencia. Sabía lo que le esperaba: la destitución o la renuncia y este chispeante festín de los comentaristas que a veces confunden las ideas con los insultos y las intrigas con la información.


En los últimos días algunos periodistas y autoridades chilenas convirtieron la tragedia de Irak en una película de intrigas. La abstención del embajador Juan Enrique Vega en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra fue convertida en la noticia principal de la guerra, nueva demostración de nuestra falta de universalidad cultural.



El gesto del diplomático disidente ocupó espectaculares espacios en los diarios de la plaza, especialmente en La Tercera. Por las dimensiones de los titulares que atraían desde la distancia, pensé que se anunciaría algún acontecimiento decisivo, un viraje de la guerra. Antes de alcanzar a leer el titulo temí que los nuevos cruzados de Occidente hubieran lanzado algunas purificadoras bombas nucleares sobre Basora y Bagdad, para que de una vez por todos el «bien» arrasara al «mal». Pero al acercarme me di cuenta que se trataba de la abstención del embajador Vega.



Mi sorpresa aumento cuando el sábado en la mañana casi todos los periodistas de «Tolerancia Cero», en muchas ocasiones sensatos y bien informados se comportaron como jauría. Todos ellos, con la excepción de uno, hicieron un juicio lapidario del citado embajador, por supuesto en su ausencia. El irascible sociólogo Villegas, que pontifica a través de una amplia gama de medios, se permitió usar respecto del embajador Vega la panoplia de adjetivos que a menudo dispensa de manera oral o por escrito a ciertas victimas sagazmente elegidas. Por desgracia ese comentarista televisivo, sin duda leído e informado, parece creer que el uso del Tapsin le confiere la verdad absoluta.



Los periodistas del referido programa y muchos otros han tratado de transformar un gesto de honestidad en una frescura de mapucista (sic) o en un crimen de lesa patria. Lo acusan de haber añadido un obstáculo para la obtención del codiciado plato de lentejas, el apetecido pero fantasmal TLC. Arguyen que el funcionario debió renunciar antes, porque había recibido órdenes clarísimas.



Casi no hay argumentación que no se sostenga en un supuesto. Este es el mío: dudo que la actual Cancillería sea capaz de expedir informes fundados en hechos y en derecho que tengan utilidad para justificar de manera plausible las modificaciones de la posición anterior del gobierno de Chile, cuestión necesaria para el trabajo de los embajadores. El servicio diplomático no es el servicio militar. Los embajadores, especialmente en el tipo de foros donde actuaba el embajador Vega, deben discutir, deliberar y negociar. En suma, no puede pretenderse que estén sometidos al principio de la obediencia debida, que se los obligue a votar sin pensar pues deben justificar su voto. Francamente dicho, si la labor del embajador en esa sede de debates es abrir la boca para musitar las ordenes de nuestra errática Cancillería sería mejor que mandaran un robot adecuadamente programado. Me parece que la equivocación del embajador Vega fue creer hasta el último momento que Chile deseaba mantener la coherencia o por lo menos la sensatez.



El Presidente Lagos en vez de apreciar un acto afín con la opinión pública internacional cejó ante las amenazas del Imperio y se ha asilado, como a menudo, en el principio de autoridad, en la demostración estridente de su capacidad de mando. Además, sus argumentos son discutibles.



El tema de fondo no es lo que hicieron Francia, Alemania y México, sino la necesidad de una estrategia sostenida con firmeza. Si esas naciones prefieren quedarse en los pas de deux o en las fintas de una diplomacia melindrosa, deberemos sentarnos a esperar la coronación de Bush como un Napoleón de manicomio, que ha contraído la locura de la nueva cristiandad puritana. El hombre no usa metáforas, lanza rockets lingüísticos y advirtió claramente que no se detendrá hasta que en el Universo el bien triunfe sobre el mal.



Personalmente, creo que el embajador Vega debió ir más allá y votar no, junto con Brasil, Venezuela y Cuba. Porque, si hablamos en serio coincidiremos que es insensato esperar que el. Consejo de Seguridad, que no se puso de acuerdo para evitar la agresión a Irak va a ser capaz de salir del pantano de las discusiones interminables y de las amenazas de veto. Lo racional era diversificar las oportunidades de discusión y la votación de Ginebra pudo permitir abordar con rapidez los problemas de derechos humanos que se han provocado.



Creo que es hora de ir más allá de la tibieza. Se necesita rechazar a Bush y no tener contemplaciones con este fundamentalismo que usa el «Bien» y a Dios al servicio del poder y de los negocios y que desata fuerzas que no se sabe si podrá contener. Chile no puede aceptar subordinar la autonomía de su política exterior a las supuestas ventajas del TLC. Estados Unidos ha demostrado que no es un país confiable. Ha hecho retroceder la historia del capitalismo hasta los siglos XVIII y XIX, cuando las grandes potencias -que necesitaban materias primas para su industrialización y mercados para sus bienes- se apoderaban de los países a través de invasiones «civilizatorias».



Eso no quiere decir que Hussein no sea un déspota, creado (no hay que olvidarlo) por Estados Unidos. Pero, como ya he dicho en este mismo medio, la democracia no se instala con bombas y muertos. Con ello se favorece al fanatismo musulmán, la otra cara de la medalla del fanatismo de Estados Unidos. Pero, por lo menos el fanatismo islamita no tiene la capacidad de destrucción del Imperio y no la tendrá a menos que Bush instale por allí otro aliado privilegiado, que después lo traicione o le permita a Israel (nación que sin duda tiene derecho a un territorio seguro), sea la única potencia militar de la zona, encargada de las funciones de policía militar de Bush. Eso seria el más importante de la serie de errores que Estados Unidos ha cometido en el Medio Oriente.



Los únicas subproductos útiles de esta guerra han sido la problematización de dos de las ilusiones ideológicas de la globalización. Aquella que disminuía la importancia a los Estados naciones, y aquella que nos hacia creer que el libre comercio se expandía «pacíficamente» a través del mercado. Estados Unidos nos está demostrando que se expande con las bombas y el estruendo bárbaro de una guerra de agresión de un poderoso estado nacional, que se apodera por la fuerza de las materias primas para proteger sus intereses económicos y geopolíticos futuros.



El embajador Vega no obedeció una orden por objeción de conciencia. Sabía lo que le esperaba: la destitución o la renuncia y este chispeante festín de los comentaristas que a veces confunden las ideas con los insultos y las intrigas con la información. Pero la historia demostrara que tenía más razón que los complacientes, aunque hoy sea una voz en el desierto, minimizada por algunos de sus propios compañeros de partido, encadenados al poder o a la razón de Estado.





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