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Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte II)


Un liberalismo filosófico, ético y político



Bobbio tiene una influencia de la propia contradictoriedad del liberalismo italiano, en especial del pensamiento de Giolitti y de Pareto, del historicismo idealista crociano. Su liberalismo, es entonces, una doctrina de garantías constitucionales para las libertades individuales y para los derechos civiles, según la tradición de pensadores como Carlo Cattanio, de Luigi Einaudi y de Gaetano Salvemini. En su vínculo con las corrientes socialistas se liga muy directamente al programa de la «Revolución Liberal» de Piero Gobetti, que sostiene el libre mercado, pero que, a la vez, colaboró en el periódico «Ordine Nuovo» de Antonio Gramsci. Es decir, de un liberalismo que invitaba a los obreros a conquistar la guía política de la sociedad.



Bobbio recibe una influencia decisiva de Carlo Rosselli que en 1928 publica su verdadero clásico «Socialismo liberal», en el cual exalta la experiencia laborista inglesa y busca despojar a la idea del socialismo de la herencia marxista-jacobina, para lograr que el concepto de socialismo recuperara los contenidos fundamentales de la tradición democrática liberal. Está también la influencia de Wido Calógero y de Aldo Capitini que proponían un futuro orden social postcristiano y postcomunista combinando al máximo la libertad legal y cultural con la socialización económica.



El liberalismo del cual deriva la inspiración principal de Bobbio es más del estado constitucional que del libre mercado. Coincidiendo con Rosselli, sostiene que el liberalismo es antes que nada un método y no un sistema dado que se aparta de cualquier pensamiento sistemático cuyos principios, una vez fijados, se vuelven irrevocables y limitan, hasta suprimir el esfuerzo creativo del hombre. Para Bobbio, una de las consecuencias de esta separación es el repudio del librecambismo, es decir de la teoría económica de libre mercado, que aún estando históricamente conectada con el liberalismo como doctrina, no es un elemento esencial de su método y, por el contrario, en su aplicación se transforma muchas veces en su negación.



Es un liberalismo que siempre se ha mantenido más en el ámbito de la filosofía, de la ética y de la política que en el plano económico. Bobbio mismo subraya: «personalmente creo que el ideal socialista es superior al liberal porque el primero puede incluir al segundo y no viceversa. Mientras no se puede definir la igualdad mediante la libertad, hay al menos un caso en que se puede definir la libertad mediante la igualdad, aquella condición en la cual todos los miembros de la sociedad se consideran libres porque tienen igual poder». El liberalismo socialista es, para Bobbio, entonces, un término más extensivo.



Hay otro elemento particular que diferencia la visión de Bobbio de sus antecesores: si para Mill, Russell y Tewey uno de los aspectos fundamentales de su visión era la fe en el poder social de la instrucción y del incremento cultural gradual que las clases trabajadoras podrían obtener, y si Russell unificaba, incluso, su experiencia pedagógica a las ideas de Beacon Hill, Bobbio, por el contrario rechazaba un rol de esta naturaleza para los intelectuales, considerando peligrosa la tendencia de la intelectualidad iluminista de educar a la nación.
Bobbio ha sido siempre escéptico sobre las propuestas gramscianas de la «reforma intelectual y moral» y más bien se ligó al realismo político de Hobbes y de Hegel, expresada en una forma de búsqueda concreta, de exploración de los mecanismos de dominio que van desde Maquiavello hasta Mosca y Pareto. Bobbio es, por tanto, un estimador de los teóricos políticos del elitismo a los cuales debe alguno de los elementos sociológicos significativos de su concepción.



Hay, sin embargo, un elemento en el cual Bobbio se separa de la herencia realista y en particular de la concepción de una política concebida como un dominio subjetivo absoluto del poder por si mismo, a la manera como la interpretaba el propio Maquiavello. Bobbio ha considerado que lo que ha faltado a esta tradición realista es el sentido del Estado en cuanto conjunto objetivo e impersonal de las instituciones.



La enorme originalidad de Bobbio reside en su propia recepción e interpretación de la tradición cultural italiana. El se orienta lejos de la política en cuanto tal, en cuanto se toma o se pierde el poder, que tanto encantó a Maquiavello, a Mosca e incluso a Gramsci, y se encauza más bien hacia los problemas de la filosofía política del Estado -que están mucho más en el centro de las preocupaciones teóricas de Madison, Hegel o de Tocqueville- y de la propia filosofía de la historia.



El hilo conductor de los escritos de Bobbio de los últimos 30 años es la defensa explícita de la democracia en cuanto tal. Para Bobbio, los criterios de la democracia pueden resumirse en 4 aspectos: el sufragio universal ; los derechos civiles ; las decisiones tomadas por la mayoría; las garantías de los derechos de la minoría contra los abusos de la mayoría.



Ello deriva en el hecho de que Bobbio asuma, sobre todo, la democracia como un método, como una forma de comunidad política. De allí deriva también, la consideración de Bobbio de que el marxismo siempre ha cometido el error fundamental de subvalorar la democracia, dado que el materialismo histórico ha colocado permanentemente su atención más en la búsqueda de una respuesta definitiva a la pregunta de ¿quién gobierna en una determinada sociedad? y no a aquella que se refiere ¿cómo se gobierna en una sociedad?.



Bobbio ha observado que existe una tradición pre-marxista que apelaba ya a la necesidad de una dictadura revolucionaria para cambiar la sociedad, elemento que pasa desde Babeuf hasta Bouonarroti para llegar, incluso, a Blanqui.



Lo que el marxismo introduce como novedad es la transformación de la noción clásica de dictadura en una sustancia universal e inalterable de todos los gobiernos como prólogo del advenimiento del comunismo, es decir, de la utopía de la sociedad sin clases y sin Estado.



Contra esta confusión teórica, Bobbio subraya, desde el liberalismo socialista, la insustituible importancia de las instituciones y de las libertades fundamentales de todos los individuos como valores asegurables y universales en cuya aplicación se debe prescindir de la colocación de clases. Bobbio sitúa a las instituciones liberales democráticas como parte de una técnica de Gobierno que se debe transmitir de una civilización a otra. La democracia no puede ser sino representativa o indirecta y, coherentemente con ello, se pronuncia contra lo que llama el fetiche de la democracia directa que termina negando la representatividad y, muchas veces en la historia, la democracia misma.



Bobbio es particularmente atento al hecho de que más allá del Estado las instituciones características de la sociedad civil demuestran una ausencia de democracia. Los espacios de la representatividad ampliada son ocupados por los partidos de alguna manera ellos consagran formas de autocracia que impiden reales representatividades. De otra parte, los ciudadanos no tienen acceso a ningún control de los verdaderos centros de poder de un estado moderno como son la burocracia, las empresas, los ejércitos. Reclama la necesidad de una democratización más vasta de la vida social, planteando que el problema actual del desarrollo democrático no sólo tiene que ver con «quien vota» sino, además, «donde se vota». Bobbio alerta sobre el riesgo de que crecientemente el poder autocrático se vaya extendiendo por sobre el poder democrático.



Continuará…



Norberto Bobbio: «La historia recién comienza» (Parte I)



Antonio Leal, diputado PPD, Sociólogo, Dr. en Historia de la Filosofía de la Universidad de Roma.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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