Publicidad

Elecciones en España: enseñanzas para Chile


Transcurridas tres semanas desde que se produjera el trágico y alevoso atentando terrorista en Madrid, intentaremos esbozar un análisis interpretativo que nos ayude a entender los factores que se conjugaron para precipitar el sorprendente triunfo del PSOE en las elecciones generales en España, ocurridas el pasado domingo 14 de marzo.



Lo primero que hay que decir es que a estas alturas es casi de sentido común afirmar que es el atentado la causa final y única de la derrota del Partido Popular. Este habría ejercido una insospechada influencia en la voluntad popular por dos razones. Una, que la autoría del atentado por parte de una célula del movimiento terrorista de Al Qaeda, habría consolidado la reacción de rechazo a la política internacional del gobierno de Aznar, que al apoyar la intervención norteamericana en Irak, puso a su pueblo como objetivo prioritario de la acción de estos terroristas. Todo ello con la agravante de que dicha política había concitado el rechazo casi unánime del pueblo español, en torno a esta incursión militar.



Dos, no necesariamente excluyente de la anterior, que el intento del gobierno de manipular o distorsionar la información de inteligencia disponible, desde el momento mismo del atentando, que apuntaba a Al Qaeda y no a la ETA, fue duramente castigado por los españoles, quienes no toleraron el uso indebido del tremendo dolor que los embargaba, sino que desde un comienzo exigieron conocer la verdad con prontitud.



Hasta aquí, varias cosas podemos destacar del pueblo español y su democracia.



La primera, es su reacción pacífica -no belicista- ante tan grande tragedia. Surge un fuerte contraste con la reacción belicista de la elite norteamericana, tras el atentado del 11 de septiembre.



La segunda, es su sabiduría al rechazar desde el comienzo la participación de España en una guerra fundada en mentiras, en un intento del gobernante norteamericano de actuar al margen de la comunidad internacional y con un espíritu francamente imperialista.



La tercera, es que en España las instituciones sí funcionan, de lo contrario, la verdad podría haber sido bloqueada por lo menos hasta después de las elecciones. Pero su democracia, sí tiene contrapesos, lo que evita la arbitrariedad y el ejercicio de presiones que distorsionen el actuar normal de sus instituciones, sean éstas la prensa, la policía, el poder judicial, etc. No obstante ello, pensamos que la explicación de los resultados admite una derivada algo más compleja.



Se trata de reconocer que el atentado precipitó un cambio en las preferencias electorales, de acuerdo a lo señalado por las encuestas. Todas ellas le daban una ventaja al PP sobre el PSOE, del orden de 5 a 7 puntos. Pero lo cierto es que el cambio se produjo por un aumento de casi 10 puntos porcentuales en el quórum electoral, esto es, casi 2,5 millones de españoles abandonaron el abstencionismo para tomar parte en estas elecciones.



Aquí está a nuestro entender lo central. Y sobre esto podemos sacar algunas conclusiones interesantes.



Primero, el pronóstico de triunfo avalado en las múltiples encuestas realizadas estaría fundado en la valoración positiva que hacían los españoles del gobierno del PP. Esta evaluación positiva descansaría, principalmente, en el buen manejo que habían hecho de su economía: crecimiento económico por sobre la media europea y disminución del desempleo, entre otros.



Segundo, aun cuando el PSOE intentó orientar su campaña hacia la disminución del abstencionismo, puesto que sabían que una alta proporción de estos potenciales electores les era favorable, no lograron cambiar esta tendencia. Tuvo que ocurrir el lamentable atentado para que se produjera esta movilización electoral a favor de este partido. ¿Es necesario que mueran decenas de personas para que se active la solidaridad, el sentido de decencia y de justicia en una sociedad?



Como sea, de uno u otro sector, podemos extraer algunas lecciones.



Una vez más queda demostrado que los ciudadanos formulan sus opciones electorales teniendo a la vista consideraciones que superan los aspectos meramente socioeconómicos. En política los intangibles pueden llegar a tener más valor que los tangibles, que los aspectos materiales del bienestar de las personas. En política sí importan los valores y la acción testimonial. No basta con buenos indicadores macroeconómicos. También se necesita de una buena política. Dicho en otros términos: «No sólo de pan vive el hombre».



Cuando un gobernante fuerza la voluntad de su pueblo, tarde o temprano éste termina por abandonarlo. Cuando un gobernante sucumbe ante la vanidad y la soberbia, tarde o temprano su liderazgo se diluirá.



El aprendizaje consiste además en entender que más importante que saberse una mayoría sociológica, lo que verdaderamente importa es ser capaz de movilizar y activar dicha mayoría. Probablemente el PSOE y su plataforma electoral no eran lo suficientemente atractiva para motivar a su gente. Probablemente el PSOE no había sido capaz de conectar con el ethos cultural y simbólico de sus potenciales electores.



Con esto no se quiere menospreciar las fortalezas del liderazgo de Rodríguez Zapatero. Sin éstas no hubiese sido posible capitalizar la mayor movilización ciudadana. Su liderazgo estaba validado por su tremendo esfuerzo de renovación de su partido (la media de edad de su directiva era de 36 años), su seriedad, credibilidad y sentido de Estado.



Por todo ello, sería un error de envergadura si nuestra coalición de gobierno se confiara en que la recuperación económica que tendremos de aquí a diciembre del 2005, bastara para asegurar nuestro triunfo. Por el contrario, debemos recordar que en 1997, en pleno boom económico y después de ocho años de crecimiento económico, a tasas promedio de 7.7%, se produjo la desafección de una buena parte de nuestro electorado.



Si queremos volver a ganar, deberemos representar una idea de futuro que vuelva a entusiasmar a los chilenos que quieren más democracia, más justicia social y más crecimiento económico. Quizás nuestra oferta debería partir por una opción clara por combatir nuestra mala distribución del ingreso y acentuado individualismo. Para ello, deberemos por cierto dar por descontado la necesidad de un nuevo liderazgo, un nuevo equipo y un nuevo proyecto para humanizar Chile.



*Mauricio Jélvez representa al Centro de Estudios para el Desarrollo (CED).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias