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La política del Consejo de Seguridad en Irak: Afrenta a la razón democrática


Fue el carácter ofensivo y planificado de la resistencia iraquí -que ha ido in crescendo desde abril- lo que obligó a las autoridades norteamericanas a adelantar el traspaso de soberanía del gobierno provisorio, a uno interino que tendrá hipotéticamente como tarea principal, preparar las elecciones para elegir un nuevo gobierno y una Asamblea Nacional en enero de 2005. Ese es el esquema y cronograma ideal programado por los estrategas del equipo de George W. Bush con la anuencia de la ONU. Paul Bremer, el procónsul, abandonó Irak apenas terminada la secreta, pero simbólica opereta, dejando tras de sí una caótica situación. Lo reemplaza John Negroponte, quien estará a la cabeza de una imponente embajada que contará con 2.000 funcionarios.

La maniobra a la cual se prestó el Consejo de Seguridad de la ONU, consiste en otorgarle al nuevo gobierno interino, con la resolución 1546 (votada en junio último), una legitimidad ficticia para facilitarle las cosas a la Casa Blanca. Será el gobierno del Primer Ministro designado, Iyad Allaoui, quien pedirá más tropas, más entrenamiento, más armas, más bombardeos contra presuntos «agentes islamistas y sus colaboradores», para intentar consumar el ya fracasado proyecto imperial de «guerra contra el terrorismo» en Irak.



La situación actual es extremadamente grave, según analistas europeos y estadounidenses. La rebelión contra la ocupación militar imperial es obra de una nebulosa de grupos de tendencia sunita, chiita, baazista, salafistas, e incluso arabo-kurdo. Algunas de estas organizaciones, que en mayo pasado ya pusieron en jaque a las tropas más aguerridas de los EEUU, en las ciudades de Faluya, Kerbala, Nayaf y Tuba, siguen controlando ciudades estratégicas, pero además atacan el centro de Bagdad (la llamada «zona verde de alta seguridad») y el aeropuerto de las fuerzas militares de los EEUU, respondiendo a las prácticas predadoras de la coalición; secuestrando, ejecutando rehenes, reclutando, coordinándose, negociando y, sobre todo, fortaleciéndose. Es lo que informan los corresponsales de la prensa mundial.



También lo reconoció a su manera el Secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, al comparar la actual ofensiva de la insurgencia iraquí con la arrolladora ofensiva del TÄ™t, en 1968, por el Vietcong, que marcó un giro en la opinión pública norteamericana en contra de la guerra de Vietnam. Colocándose el parche antes de la herida, el inefable Secretario Rumsfeld añadió que «esta vez no será igual», puesto que los EEUU y sus aliados «comprenden que el objetivo es impresionarnos, aterrorizarnos, para que modifiquemos nuestra actitud».



Es una evidencia. La insurgencia está más y mejor organizada. Sólo en abril hubo 140 bajas norteamericanas y más de 1.000 heridos. Los mercenarios y el personal contratado de las multinacionales, trabajando en la «reconstrucción» de Irak, han muerto por decenas. Los muertos y heridos iraquíes, entre combatientes y civiles, se cuentan por varios miles.



Guerra sucia por donde se la mire. «Ley de la degeneración de toda guerra». Proceso inevitable de todo conflicto bélico, tanto en lo que se refiere al poderío letal como al aspecto moral; explica el eminente historiador y profesor de Yale, Paul Kennedy, al analizar la situación actual y poner en perspectiva las atrocidades a las cuales se libraron las tropas norteamericanas en Abu Grhaib y la consecuente espiral de violencia cotidiana.



A la realidad anterior se agrega un dato clave e insoslayable para todos los actores interesados: según encuestas de las propias autoridades norteamericanas, el 92% de los iraquíes rechaza la ocupación militar norteamericana de su país.



En estas circunstancias, la pregunta que haría Maquiavelo cae de cajón: ¿podrá dar un «buen gobierno» a la población el Primer Ministro del gobierno «soberano-designado» Iyad Allaoui? La respuesta es evidente: no hay visos de que un proceso de construcción de legitimidad se instale en Irak, ni a corto ni a largo plazo, ni tampoco que el gobierno de Allaoui (un ex baazista incondicional de Sadam Hussein y más tarde agente de la CIA y del M16 británico, según Le Monde del 28 de junio) pueda «pacificar» el país sin las tropas del imperio.



El sector de los duros liderado por Wolfowitz, Cheney y Rumsfeld mantendrán la vigencia de la tentación imperial, mientras que el ala diplomática del equipo de Bush, la Sra. Rice y Collin Powell continuarán trabajando sus redes de influencias globales para buscar apoyos en las elites de la Unión Europea, la OTAN, la ONU, el Club de París (Ä„para anular la deuda de Irak!). Pero la duda se instaló. Salir, sin la cola entre las piernas, comienza a ser la preocupación del momento de los unos como de los otros, pese a las bravuconadas del presidente Bush en la televisión pública irlandesa. Sin embargo, no se abandona Irak antes de asegurarse el control de una reserva tan estratégicamente preciada cómo el petróleo iraquí, ese «oscuro objeto del deseo» de la elite dominante republicana y de sus multinacionales.



En casa, la campaña electoral impone a los halcones neoconservadores los tiempos del juego político tradicional. Esto significa que el destino del proyecto imperial a la republicana, aunque desinflado por la capacidad de resistencia del actor insurgente, se jugará definitivamente en las urnas, en noviembre próximo. Hay atisbos de crisis de legitimidad del gobierno de Bush después de que el establishment mediático (el caso emblemático fue el «mea culpa» del New York Times asumiendo el papel de víctima de «manipulaciones» que lo habrían inducido a desinformar) decidió reconvertirse al discurso de la transparencia democrática y del interés público. Los medios comenzaron a revelar la seguidilla de escándalos y aberraciones: torturas sistemáticas, violación de los derechos jurídicos de los detenidos en Guantánamo, fabricación de figuras legales para practicar la tortura, complicidad de los altos mandos en los tratamientos bestiales en la prisión de Abu Ghraib, sospechas de corrupción que pesan sobre el Vicepresidente Dick Cheney, (ex directivo de Halliburton, empresa tentacular que ha obtenido jugosos contratos y favores del ejército en Irak).



En este clima de mini destape político, post 11/septiembre, libros, artículos y documentales que narran los días negros, así como el comportamiento ilegal de la administración Bush, contribuyen a un debate sobre la política exterior. Algunos son ajustes de cuentas, como el de aquel autor anónimo (posiblemente un alto oficial de la CIA), que embiste contra el gobierno. Otros forman parte de la política-espectáculo al estilo Clinton, pero también son expresiones de un despertar ciudadano que cobra vida en un ambiente de competencia política entre las elites demócratas y republicanas y que se refleja en la encuesta del cotidiano USA Today, según la cual un 54% de norteamericanos creen que la guerra de Bush en Irak es un fracaso. Además, un movimiento antiguerra puja en el Estado de California. Guerra impopular, guerra imposible de ganar, dice la moraleja vietnamita.



Algo imprudentes son los pitonisos que predicen la reelección de George W. Bush



Sin embargo, en seis meses de gobierno republicano todavía se puede seguir haciendo mucho daño. Puede profundizarse aún más la brecha entre el Occidente judeo-cristiano y la civilización arabo-musulmana, puede imponerse el pensamiento estratégico del Imperio, según el cual Irak es un microcosmos donde se reproducen las tendencias globales (las fuerzas modernistas procapitalistas por un lado, y por el otro, los bárbaros, los que reclaman una identidad diferente, los musulmanes, los indígenas que se oponen a la privatización del agua y la electricidad, a quienes se demoniza), puede legitimarse aún más el uso de la fuerza militar para apropiarse manu militari de recursos estratégicos como el petróleo, el gas, el agua, la flora y la biodiversidad, etc. En resumen, pueden fortalecerse el dispositivo y la ideología imperial.



En un contexto de extrema fluidez de la política internacional, donde las decisiones de las elites tecnócratas (los expertos) de los centros mundiales de poder escapan absolutamente al control ciudadano, algunas declaraciones permiten evaluar el alcance de la política errática del Consejo de Seguridad de la ONU, del cual Chile forma parte este año. En una entrevista difundida en la cadena pública radial NPR, el ex consejero de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski expresó: «Con una fortaleza como embajada de los EE. UU. en medio de Bagdad y con un ejército de 140.000 soldados bajo comando norteamericano, no se puede hablar de plena soberanía (del gobierno interino). Ä„Qué nadie se engañe!». Difícil es no estar de acuerdo con tan sensata opinión de quien fuera otrora el arquitecto del desastre soviético en Afganistán.



Sin embargo, la resolución 1546 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada por unanimidad — a la que nos hemos referido al comienzo — además de reconocer la soberanía plena al Gobierno Interino, otorga a las tropas de ocupación americano-británicas, a partir del 28 de junio, el apelativo y la calidad de Fuerza Multinacional bajo Comando Norteamericano. «El camuflaje es perfecto», escribe Franí§ois Schlosser en Le Nouvel Observateur del 17 de junio pasado, «la ONU confiere al gobierno designado por los norteamericanos la calidad de autoridad legítima frente a la ley internacional, por lo que teóricamente Irak ya no será un país ocupado», añade el investigador francés. Ä„Por obra y gracia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ya no hay tropas de ocupación! Además, este ejército tendrá durante al menos 6 meses una inmunidad de facto. Los tribunales iraquíes no tendrán jurisdicción sobre él en caso de violación de las leyes iraquíes, según lo estipula el decreto 17 (Order 17) impuesto por el Departamento de Estado al gobierno del Primer Ministro Allaoui.



La analogía entre el Consejo de Seguridad de la ONU y aquel personaje de Quentin Tarantino en Ficción Pulposa, interpretado por Harvey Keitel, cuyo oficio consistía en disimular de manera «chic bon goűt» los crímenes y «gaffes» de ridículos gángteres con poco cerebro, pareciera ser pertinente. A no ser que la tesis de Antonio Negri y Michael Hardt, que sostiene que la ONU forma parte de lo que ellos designan como el Imperio (sistema imperial) sea cierta y que la soberanía misma de los Estados nacionales sea una ficción.



El mandato de la ONU es velar por el respeto de los tratados internacionales, que garantizan los derechos de los individuos y de las poblaciones civiles ya sea en la guerra o en la paz. Ahora bien, es la esencia misma de la Convención de Ginebra, la que las elites imperiales se obstinan sistemáticamente en violar, haciendo tabla rasa de lo que constituye la base de una Civilización: la noción de norma de derecho, los derechos humanos y la identidad cultural de los pueblos.



Al menos algo es cierto. Si los ciudadanos de los Estados llamados soberanos y democráticos no debaten acerca de la política internacional o de las relaciones exteriores de sus Estados (de la proyección regional o global de la potencia-poderío en un marco de paz) y si, por lo tanto, no controlan el mandato de sus representantes, las decisiones y votos de estos últimos en las organizaciones mundiales no corresponderán a la voluntad ciudadana de los Estados de Derecho. ¿Cuántos chilenos, después de un debate democrático e informado, votarían como lo hizo su representante en la ONU, el señor Heraldo Muñoz, por conceder a las tropas de ocupación norteamericanas en Irak, el reconocimiento de Fuerza Multinacional y, por lo tanto, colocarlas bajo el paraguas protector de la ONU, además de legitimar como soberano al gobierno designado por las autoridades de ocupación? ¿Cuáles fueron las razones del representante chileno? ¿Acaso somos los ciudadanos del mundo los responsables de las barbaridades de las elites Imperiales?



*Leopoldo Lavín es profesor del Departamento de Filosofía del Collčge de Limoilou, Quebec, Canadá (leolavin@sympatico.ca).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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