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El lugar en el banquillo que no ocupó Pinochet


No ha habido lluvias este invierno sobre Madrid. Cada día amanece frío pero luminoso y con el paso de las horas la escarcha que dejó la noche comienza a desaparecer. Mientras, en las afueras de la Audiencia Nacional una fila de periodistas espera que la jornada se inicie.



Es que además del juicio que está enfrentando el banquero más importante de España (el presidente del grupo Santander Central Hispano), por primera vez la Audiencia está siguiendo un juicio a un extranjero por «crímenes contra la humanidad».



Se trata del ex militar argentino Adolfo Scilingo, que se convirtió en el primer foráneo que se sienta en el banquillo a pesar de que Augusto Pinochet debió ser el debutante, pues fue a propósito de acusaciones en su contra que la Audiencia Nacional reconoció la jurisdicción de España para juzgar hechos ocurridos fuera de su territorio.



Por eso, al ver hoy a Scilingo ante la justicia española es inevitable pensar que un juicio muy similar (en la forma) le habría tocado vivir a Pinochet, de no ser porque Inglaterra le permitió regresar a Chile.



Scilingo fue un hombre de la Armada que participó de la represión en Argentina pero, en términos de importancia, fue uno del montón. Quedó detenido en Madrid luego de viajar voluntariamente a declarar ante el juez Garzón para reconocer su participación en los «vuelos de la muerte». Dijo que hablaba porque estaba arrepentido. Pero la verdad es que Scilingo viajó a España luego de haber sido detenido por estafa en Argentina. Al parecer este ex marino llegó a Garzón intentando hacer una amenaza velada a algunos ex camaradas que no lo ayudaron en sus líos financieros. Su real motivación sólo él la sabe; lo concreto es que, por un acto voluntario, este errático argentino ha pasado varios años ‘a la sombra’ y debe enfrentar un juicio, a pesar de que hoy niega todo lo que antes afirmó.



De haber sido Pinochet juzgado en Madrid, probablemente no habría tenido que estar en una cárcel como Scilingo, porque el general (r) chileno tiene otro rango; él fue Presidente.



Pero cuando llega la hora de enfrentar a la justicia, no importa las jinetas que se tenga, la actitud de los militares del cono sur americano parece ser siempre la misma. El primer día de alegatos, Scilingo intentó eludir al tribunal utilizando una estrategia que a muchos nos hizo recordar a Pinochet: se hizo el enfermo.



Al ver esto uno se pregunta qué pasará con nuestros valientes soldados que no pueden hacer frente a la justicia con la ‘vista al frente’ mientras que otros acusados por crímenes políticos o de terrorismo, como los miembros de Sendero Luminoso o los de ETA, llegan a los tribunales con arrojo, levantando puños o vociferando consignas aún cuando son sacados de cárceles inmundas e inhumanas para ir a declarar. O como Milosevic (ex Yugoslavia) que, con soberbia, enfrentó acusaciones de genocidio en La Haya, optando por ser él su propio abogado.



Si el general (r) Pinochet hubiese tenido que enfrentar el juicio que le aguardaba en la Audiencia, cada día habría llegado hasta el recinto en un furgón de Gendarmería. Entre varios guardias lo bajarían esposado, igual como hacen con Scilingo a sus casi 60 años.



La entrada del acusado es lenta y debe enfrentar cámaras y flashes que esperan para hacerle imágenes en las afueras del recinto.



En las dependencias de la Audiencia hay varias salas, pero dos son las más importantes; de mayor dotación e infraestructura. Actualmente en una de ellas se está celebrando el juicio de Scilingo, y en la otra se sigue el proceso en contra del poderoso banquero.



Sin duda una de éstas le habría tocado también a Pinochet porque los juicios son públicos y las dos salas especiales poseen un vidrio blindado que separa -desde el suelo al techo- el lugar donde acontece el litigio del espacio destinado para la concurrencia externa. De haber llegado Pinochet a ser juzgado en España, hoy existirían imágenes que lo recordaran, en cambio de su paso por las cortes inglesas sólo quedó un dibujo hecho con lápiz grafito.



Los tribunales españoles poco o nada tienen de la tradición y elegancia que se veía en las cortes inglesas o en la neo-gótica House of Lords. En Londres los alegatos comenzaban a las 8.00 de la mañana y en la Audiencia la jornada se inicia a las 10:30 o más tarde. El edificio es de arquitectura moderna, de temperatura y estética fría. En él no se ven birretes ni pelucas blancas. Eso sí, cuando los litigantes españoles están en la sala deben llevar unas togas (capas) negras largas. El fiscal y los tres integrantes del tribunal usan la misma túnica pero un detalle color marfil en los puños los diferencia de los abogados.



Pasadas las 10:00 de la mañana comienza a verse movimiento en la sala del juicio a Scilingo. A un lado del cristal blindado van apareciendo jueces, litigantes y colaboradores en el juicio mientras del otro lado se van instalando periodistas, representantes de organizaciones de derechos humanos y familiares de desaparecidos principalmente. El ambiente ha sido tranquilo, sin gritos ni desmadres.



Antes de que empiece la sesión cada día un funcionario del tribunal se encarga de los detalles técnicos: «¿Escuchais bien?» Pregunta por los diferentes micrófonos y los que aguardan asienten o niegan con gestos y así el empleado continúa revisando cables al otro lado del vidrio protector.



El último en tomar posición es el acusado. Su banquillo está justo enfrente de los tres jueces que conforman el tribunal. Garzón nunca ha estado ni estará presente porque es juez instructor, es decir documenta las causas y las entrega para que otros las debatan y juzguen.



Scilingo irrumpe en la escena aún esposado, con gesto desinteresado y haciendo comentarios al oído de sus vigilantes. Recién cuando se sienta los policías le liberan las manos y el ex uniformado suele hacer el clásico gesto de tocarse las muñecas como devolviendo la piel a su sitio.



Durante los alegatos ha habido testimonios de víctimas o de familiares de desaparecidos. Estos testigos se ubican en una silla de espalda al acusado y de cara al presidente del tribunal, quien se encarga de advertirles que si mienten pueden incurrir en delito. También les pide que hablen fuerte y cerca del micrófono para que los del otro lado del vidrio puedan escuchar bien.



Los testigos en general han contado cosas aberrantes, han relatado autenticas sesiones de sadismo. Frente a éstos, Scilingo no ha parecido conmoverse. Un día, por ejemplo, la sala de la Audiencia se escocía oyendo a una testigo decir que debió dar a luz mientras sus torturadores la miraban y se reían, y que luego la hicieron limpiar el piso y recoger restos de su placenta.

Scilingo en tanto, no parecía seguir la tensión del momento, miraba todo a su alrededor aunque no fijaba la vista en nada especial, a ratos repasaba sus zapatos o se miraba las uñas.



Para ninguno de los presentes lo que ocurrió en Argentina o Chile durante las dictaduras era desconocido, sin embargo escuchar los relatos de boca de quienes lo padecieron era muy estremecedor. Quizá Scilingo estaba afectado aunque no se le notara. Quién sabe.



Es difícil imaginar cómo actuaría el general (r) Pinochet en el lugar de Scilingo ¿Se conmovería?



Difícil será saberlo y si ese día llegara lo más probable es que él optaría por caer enfermo.



Soledad Pino es periodista y autora del libro «Una verdad pendiente: la desaparición de Rodrigo Anfruns Papi». Actualmente reside en Madrid.


  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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