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Crucifixión mediática


Por estos días se ventila en nuestro país el escándalo Lavandero por presunto abuso sexual contra menores. Seamos francos, en un análisis desapasionado el perfil de los personajes que componen el Senado de la República y la Honorable Cámara de Diputados de Chile, es más bien opaco.



Entre los muchos hechos bochornosos a los que se asocia este poder del Estado habría que traer a colación su complicidad en dolo y fraudes diversos, su connivencia con las elites partitocráticas, empresariales, militares y judiciales; silencio cómplice en escabrosos asuntos relativos a derechos humanos, nepotismo, conductas desviadas y una serie de prácticas reñidas con aquello que los abuelos llamaban «mínima decencia».



No pretendemos, sin embargo, caer en el despeñadero moralista que va de la moral al moralismo y de allí al fariseísmo. De hecho, hablar de «moral» tras el regreso de Pinochet, gracias a los buenos oficios de la Concertación, resulta, a lo menos, embarazoso . Como ha sido dicho, en última instancia son los Tribunales en virtud de sus atribuciones los llamados a juzgar los hechos. Lo que nos preocupa más bien se relaciona con un cierto modo en que se desenvuelve la política chilena.



Llama profundamente la atención que en un medio moralmente tan endeble se rasguen hoy vestiduras por este caso. Más allá de la culpabilidad o inocencia del senador en cuestión, se suspenden las preguntas que debieran poner el hecho en perspectiva: ¿por qué Lavandero?, ¿por qué ahora?, ¿por qué Canal 13?.



Es evidente que un canal de televisión se ha prestado para una maniobra de alcance político, estamos ante una «crucifixión mediática» En ello no hay inocencia por más que se reclame el derecho de los medios a informar: Canal 13 sirve concientemente a intereses muy concretos tras su mascarada periodística, bastará recordar la querella en torno a los llamados «royalties» de la industria minera en las que participó Lavandero.



La operación mediática a la que aludimos ha supuesto un sofisticado seguimiento con cámaras ocultas y técnicas de espionaje que llevan al límite el concepto de «ética periodística». Lo singular de este oscuro episodio no es, como parece pensar el grueso de la población, la culpabilidad o inocencia del acusado, sino el inmenso poder de los medios y su instrumentalización al servicio de intereses ocultos.



Desde hace ya algunos años, nuestra televisión ha jugado un papel de creciente importancia entre nosotros, muy poco comprendido y menos delimitado. Así, mientras los medios televisivos alcanzan un protagonismo cada día mayor, las instituciones de la «polis» decaen y se desprestigian.





(*) Investigador y docente de la Universidad ARCIS.













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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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