Publicidad

Los liberales


La revolución francesa consignó los principios de libertad, igualdad y fraternidad como los contenidos principales de la política moderna. Sobre estos ejes se levantaron el socialismo y el liberalismo, las dos grandes ideas que han capturado la imaginación y los esfuerzos del ser humano desde hace dos siglos. En Chile, nos encontramos con un espacio liberal débil, disperso y poco definido, que se sitúa básicamente en una derecha que lo rechaza, y en un centro y una izquierda que lo desconocen, sin que exista tampoco una práctica que demuestre la adhesión a esos valores y sirva de ejemplo para aquellos que quisieran hacerse parte de una doctrina y un movimiento que, sin duda, contribuiría a aumentar la calidad de la democracia en nuestro país.



En los albores de la república, los liberales surgieron como respuesta al autoritarismo del régimen portaliano, al conservadurismo de la cultura tradicional y al clericalismo eclesiástico. Figuras señeras como José Victorino Lastarria fueron un aporte trascendental a ensanchar la cultura y el respeto a las libertades ciudadanas, logrando impulsar un proceso de reforma a la Constitución de 1833 que pudo avanzar significativamente en la democratización de Chile.



Ya en el siglo XX, don Arturo Alessandri separó a la Iglesia del Estado y con su liderazgo condujo al reemplazo del antiguo sistema oligárquico, por uno nuevo que se sustentaba en la hegemonía de la clase media. De esta manera, el liberalismo fue un agente del cambio en nuestro país, aunque desde distintas plataformas y puntos de vista, pues el pluralismo siempre caracterizó a sus filas, integradas más por individuos y personalidades que por militantes obedientes y disciplinados.



Pero la evolución de los procesos sociales fue desplazando su espacio, primero desde la izquierda al centro y luego a la derecha, debiendo fusionarse con conservadores y nacionalistas, después del triunfo arrollador de los demócratas cristianos en las elecciones parlamentarias de 1965.



De allí hacia delante la historia tiene tono de tragedia. La reforma agraria rompió el consenso que se había construido en torno al modelo de sustitución de importaciones y la incorporación progresiva de nuevos sectores al juego político, obligando a los viejos partidos liberal y conservador que habían fundado la república a unirse con grupos como los estanqueros de Jorge Prat Echaurren, quienes eran críticos acérrimos de la democracia liberal. Así se fundó el nuevo partido nacional, fuerza de contención y reacción contra las reformas y de permanente búsqueda de algún medio que les ayudara a mantener el poder que irremediablemente se les iba de las manos.



El clima de polarización que vivía Chile favoreció a aquellos que pensaban que sólo con un golpe militar era posible variar el curso de los acontecimientos y aplicar un esquema por completo favorable a sus intereses. De esta manera, la dictadura de Augusto Pinochet fue el instrumento preciso para desmantelar el orden mesocrático, jibarizar al Estado y liberalizar la economía, programa que la derecha podía llevar a la práctica, sin necesidad de ganar ninguna elección.
Cuando Chile reconquistó la democracia, en la derecha terminó por imponerse su vertiente conservadora, postergando a los liberales a escribir en los márgenes de la línea política del sector, situación que los empuja a identificarse más con el neoliberalismo cuestión que, a lo menos, les permite coincidir en algo con la Unión Demócrata Independiente.



En el intertanto, la caída del bloque soviético, la globalización y la crisis del socialismo consignaron al libre mercado y a los principios democráticos de gobierno como las pautas de legitimidad para cualquier experiencia política en el mundo. Estos acontecimientos provocaron un terremoto en la izquierda, siendo asumido de distintas maneras, ya que mientras algunos se sumaron rápidamente al liberalismo, otros comenzaron una búsqueda de convergencias alrededor de la corriente socialdemócrata, intentando alcanzar una nueva síntesis entre libertad e igualdad.



El camino más corto a la orilla opuesta fue de inmediato transitado por dos tipos de personas: los que se sintieron engañados por el marxismo y aquellos a los que les interesaba más el poder que cualquier otra cosa, cambiando de bando porque el viento soplaba en otra dirección. La realidad es siempre compleja, claro está, por lo que entre estas posiciones polares podemos encontrar una infinidad de matices.



Este giro global hacia posturas que antes se identificaban con la derecha produjo también las infaltables modas intelectuales que impulsaron a miles de ansiosos ideólogos de macetero a transformarse en cruzados del credo universal recién anunciado y a los antiguos ortodoxos a cambiar de ortodoxia, reemplazando Moscú por Wall Street.



De esta forma, el centro y la izquierda se poblaron de liberales recién nacidos que abandonaron las barricadas, se cambiaron de ropa y se trasladaron a oficinas con muebles de diseño italiano. ¿Y todo para qué?



Contestar esta pregunta nos da la pauta para indagar en la triste realidad del liberalismo chileno de comienzos del siglo XXI. En la derecha son los parientes indeseados, esos que uno se esconde cuando vienen de visita a nuestra casa, aislados en una que otra universidad, o escondidos en algún buen centro de estudios que financia un mecenas dispuesto a pregonar el liberalismo, pero con «orden moral», o sea, neoliberalismo de la más rancia estirpe. Por su parte, en el resto del arco político se dedican a hacer cuanto lobby o asesoría sea posible, ya que, como decía Martín Lutero: «si vas a pecar, peca fortiter» (traducción libre: si vas a ser capitalista, dedícate a ganar plata).



Entonces, uno pensaría que si tanta gente se declara convencida de las ideas liberales, Chile debiera ser un bastión de las libertades. Ä„Incorrecto!, cada vez que un grupo de liberales se junta, primero son pocos; segundo es en un lugar fastuoso y alejado de la gente; y tercero, las conclusiones del encuentro tienen que ver básicamente con las privatizaciones pendientes.

En una sociedad como la nuestra pensar en la libertad es una obligación y practicarla es un imperativo ético. Necesitamos liberales dispuestos a luchar por sus ideales, a movilizar las conciencias para ampliar los derechos ciudadanos y a fomentar la reflexión crítica. Lamentablemente, apenas si podemos mencionar a uno o dos de nuestros compatriotas que hacen algo parecido.



Debo confesarles que pensaba terminar este artículo explicando el significado de la Å  que acompaña al título, pero estimé más conveniente dejarlo a la imaginación del lector, pues estoy seguro que en su mente ronda la palabra más adecuada para calificar a los liberales chilenos.



______________



* Cristián Fuentes es cientista político

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias