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La derecha y su pendiente ‘tourainización’


A la luz de los resultados de las encuestas públicas sobre cual será el próximo gobierno [más allá de si habrá segunda vuelta o no], es posible adelantar que el próximo período presidencial 2006 – 2010 dará a la ‘Alianza por Chile’ otros cuatro años para meditar y reflexionar sobre por qué y qué le ha impedido ganar una elección -democráticamente celebrada- desde 1958.



Efectivamente para 2010 se habrán completado 41 años desde que un político representado a la derecha [Jorge Alessandri] dejara el sillón de La Moneda, y 46 años desde que este conglomerado no llega a Palacio de Gobierno. Así, la oposición, luego de lo que serán 20 años de gobiernos ‘concertacionistas’ deberá enfrentar en las elecciones de 2009 el indesmentible hecho de que desde 1989 no ha proyectado ser, para la sociedad chilena, una alternativa viable de gobierno y lo que es aún más complejo deberá enfrentar el hecho de que esto se ha transformado en un problema estructural y endémico de la colectividad.



La oposición, hoy concentrada en la disputa electoral, desde 2006 tendrá un piso sobre el cual iniciar su trabajo. Primero, y producto de su propia auto-critica de haber carecido de un claro rol opositor, la Alianza por Chile deberá resolver si se mantiene en lo que se denomina una ‘oposición leal’ o – y aún sabiendo los riesgos que esto implica para la democracia- moverse hacia un tipo de oposición más agresiva y contendiente. Segundo, deberá intentar resolver su incontrolable tendencia a ser un conglomerado ‘antropófago’ el cual ha tendido al descabezamiento de sus propios líderes políticos. Tercero, y muy relacionado con el punto anterior, deberá trabajar sobre lo que el Presidente del Senado, Sergio Romero, y activo miembro de la oposición ha definido como la tendencia a la práctica del ‘harakiri’ al interior de la colectividad. Cuarto, la Alianza tendrá por delante un trabajo epopéyico: intentar encontrar un candidato[a] carismático[a] Y quinto, la oposición tendrá la obligación de plantearse una radical transformación la cual podría plantear procesos de rearticulación, redefinición y hasta la posibilidad, cierta, de un proceso de desintegración y reconstrucción.



Es precisamente este análisis lo que denota que la Derecha en Chile está frente a un escenario el cual representa, para sus integrantes, un problema MAYÚSCULO. Carentes de un discurso nuevo y propositivo, las elecciones de 2009 ya no soportarán la misma retórica, desde que ésta ha terminado por agotarse luego de las elecciones de 1999 y 2005.



Lo que es aún más interesante de las elecciones presidenciales de Diciembre es que ellas dejarán a la oposición profundamente confundida y desarticulada. No sólo habrán -desde 1989- perdido por cuarta vez una elección presidencial, si no que además habrá quedado dividida en dos, lo cual le requerirá un doble esfuerzo para intentar interpretar como resolver su propio ‘crucigrama’.



Así, la derecha política [no así la económica] claramente ha demostrado no haber estado preparada tanto en la acción como en la retórica intelectual e ideológica para enfrentar a un bloque poderoso en esas lides como lo ha sido la Concertación. De esta forma la derecha en Chile visiblemente, desde la vuelta a la democracia en 1990, no ha sido capaz de transitar desde un conglomerado político hacia la consolidación de una ‘conciencia política colectiva’. Utilizando la idea de Eugenio Tironi, en cuanto a las razones de estos 14 años de éxito de la Concertación, la derecha chilena no tuvo, no tiene y le es aún materia difícil de abordar el desarrollo de una ‘transversalidad ideológica’.



Frente a este escenario he querido recurrir al sociólogo francés Alain Touraine, quien afirmaba que lo primero que debe ocurrir para poder hablar de un ‘actor’ es que éste desarrolle una ‘conciencia colectiva’. Es decir, agregaba Touraine, debe producirse una agrupación de conciencias que se reconozcan como miembros de algo. Desde esta perspectiva, al parecer la derecha, hoy por hoy, no se autorrepresenta y quizás nunca lo ha hecho desde 1990.



Pero el problema de la oposición no sólo es un problema de cómo se define en el sentido estricto de conglomerado y/o colectividad. Su problema -como sostenido antes- es de carácter estructural. En esencia, la ‘Alianza’ no ha podido manejar -luego de la vuelta a la democracia- la desintegración o re-definición de la definición de ‘voto’. Estructuralmente, y aún con la aparición de lo que se ha definido como el ‘voto indeciso’ derivado de un sector de la Democracia Cristiana, la oposición no ha logrado leer correctamente como captar ese tipo ‘voto’. Esta debilidad se ha visto reforzada desde que la oposición más que crear espacios para la atracción de nuevos universos de votantes a tendido a disputar el ‘voto’ que se autodefine como ‘descontento’.



Este conflicto se agudiza cuando se comprueba que la lucha política actual se da sobre la creación y concepción de espacios nuevos [más allá del ‘voto indeciso’ y/o ‘descontento’], los cuales transcienden lo que es el concepto del ‘voto popular’ adentrándose a lo que hoy se define como un ‘voto social’, el cual contempla una definición clara de ‘sociedad civil’.



El primero, el voto popular, es un voto indefinido, sin claras demandas y por su alta movilidad producto de su falta de convicción ideológica problemático en esencia. Por el contrario, el segundo -el voto social- proviene de lo que se puede definir como un grupo orgánico que ha logrado en el tiempo [en el caso chileno con los gobiernos de la Concertación] autodefinirse y organizar sus múltiples demandas. Como consecuencia la sociedad no es sólo un espacio donde se mueven individualidades y colectividades, si no que es un sistema complejo de relaciones y demandas donde ambas se articulan y transan.



La Concertación entendió esta diferencia desde antes de 1990 y ha sabido canalizar los ‘movimientos sociales’ generados por la nueva ‘sociedad de la globalización’; logrando -claro está- al mismo tiempo, los votos y el reconocimiento de estos.



Así, entonces, a la luz de las encuestas y de lo que deberían ser los resultados en las próximas elecciones -quizás- lo que la Alianza debería hacer desde 2006 es desarrollar una ‘conciencia colectiva’ en el sentido de Touraine. Ejercicio, que a la luz de los resultados de los últimos 14 años la Concertación realiza oportuna y continuamente, tanto antes como después de cada juego democrático.



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Rodrigo Alvarez Valdés. Doctorado en el Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Auckland, New Zealand. Direccion Blog : http://rodrigoalvarezvaldes.blogspot.com.
email: rodrigoz2004@yahoo.co.nz



  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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