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Marihuana: Una vez más en el libro de récords…


Chile está de nuevo el número uno en los informes, está vez porque, según un estudio de las Naciones Unidas, ostenta el récord de consumo de marihuana en América latina (5,6%), una noticia que se publicó justo cuando la Presidenta Michelle Bachelet anunciaba en un acto de celebración del Día Internacional de la Prevención del Consumo y Tráfico de Drogas que se iba a implementar, a partir del 2007, el famoso plan AUGE destinado a ayudar la rehabilitación de la población adolescente afectada por la dependencia de alcohol y drogas.



En los noticieros de la noche se enfrentaron como siempre los detractores y defensores de la marihuana. Mientras los primeros la ubicaban en la misma lista que las drogas «duras» y subrayaban que su consumo se está iniciando a una edad cada vez más temprana (12-13 años), alcanzando sus más altos niveles en la población escolar, los otros destacaban sus ya conocidas virtudes terapeúticas. De hecho, estudios realizados en los últimos años comprobaron que la marihuana ayuda a controlar las náuseas provocadas por los medicamentos para el tratamiento de cáncer y aumenta el apetito y el peso en los pacientes con sida. También se le atribuye beneficios en casos de glaucoma, esclerosis múltiple, depresión, ansiedad y dolores de artritis. En fin, nada nuevo para un debate que no va a terminar nunca, ya que ambos grupos tienen sus puntos de vista claros y bien documentados.



Pero lo que sí resultó impactante fue la posición de las entidades mediáticas que comentaron la noticia. Frente a un fenómeno difícil de manejar y contener en una época cuando surge regularmente en las columnas de opinión el tema de la legalización del consumo de marihuana para evitar tanto el comercio ilegal, operado por mafias organizadas como los actos de violencia ligados a la clandestinidad del producto, el elemento clave seguía siendo, en los reportajes presentados en varios canales nacionales, la posición número uno de Chile con respecto al resto de América latina.



Dicho de otra manera, prevalece la ubicación en el libro de récords sobre las consecuencias reales de la información despachada. Para el forastero que llega a Chile, esa postura es impresionante desde el primer momento. Las guías turísticas le presentan el país como una «geografía loca», aludiendo a sus 5.203 kilómetros de costa que contrastan con sus 180 kilómetros de promedio de anchura, sus cumbres volcánicas de 7.000 metros de altura, y sus fuertes disparidades climáticas, y lo introducen en un largo listado de preeminencias a nivel mundial: el desierto más árido, el más alto volcán activo, la más ancha y más profunda mina de cobre a cielo abierto, los observatorios con telescopios más potentes, el último pueblo salitrero todavía existente en la pampa calichera de la II región, el primer ferrocarril de Sudamérica, la más antigua momia conservada, entre otros.



Pero esos datos, que podríamos llamar «académicos», no son los que impactan, ni de los cuales se enorgullece el consumidor chileno promedio. El consumo de marihuana en cambio, que en Europa no coloca a nadie bajo la etiqueta de «enfermo» ni de «delincuente», le permite destacarse dentro de su propio continente, una actitud que coincide con la definición del sociólogo Lucien Goldmann: «Todo hecho social es, por algunos de sus aspectos esenciales, un hecho de conciencia, y toda conciencia es ante todo una representación más o menos adecuada de un sector definido de la realidad».



Recordemos, para la información general, que por mucho que se hable de la prevención de la droga, las grandes mafias en EEUU se formaron bajo la prohibición. En cuanto a Chile, la marihuana apareció alrededor de los años 1550, y la primera ley penalizando su consumo en este país fecha del año 1965, o sea cuatro siglos después. Ahora la prioridad consiste no solamente en prohibirla sino en «rehabilitar» a sus usuarios, igual que a cualquier peligroso criminal. Por ser número uno en América latina, ¿no se nos estaría pasando la mano?





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Sylvie Moulin. Académica, cronista y coreógrafa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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