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Transantiago V (Fin de la saga): Atrévase, señor ministro


Transcurridos ya tres meses de implementación del plan nada indica que medidas paliativas, cambios de ministros, intentos de subsidios encubiertos, mesas de diálogo, buses interprovinciales haciendo ilegalmente transporte urbano en la capital, tecnologías disfrazadas, compromisos cronológicos, hayan significado mejoras sustantivas para los usuarios y para la ciudad de Santiago. Nada hace generar expectativas además, que es lo más grave, de que exista una disposición política de reconocer el fracaso.



Más aún, el ministro que asume como salvador del plan, investido, suponemos, de amplios poderes, ha mantenido en sus cargos a todos los principales responsables de la implementación -descontando en todo caso al ministro defenestrado en el cambio de gabinete ocurrido en marzo-, esto incluye las consultoras recientemente contratadas. Cortázar no ha avanzado en sus compromisos asumidos públicamente, simplemente porque es imposible, si no se asume que la decisión más acertada políticamente debe ser transparentar las dimensiones reales de una crisis provocada por: un mal diseño, una mala implementación y también un mal diagnóstico.



La mayor parte de esto ejecutado por tecnócratas en alianza con jóvenes políticos neo-autoritarios que, apostando a que vivimos en un país en que no se pagan costos políticos en ese segmento, podían incluso usar la calidad de vida de los habitantes de una metrópoli como es nuestra ciudad capital como campo de experimentación.



El transporte público urbano de Santiago debe necesariamente ser subsidiado sino es acorde con una tarifa que lo financie. Seguramente el de todas las grandes ciudades de Chile también, si se aplican las licitaciones que siguen anunciando las fracasadas autoridades de Transportes. Pero eso, el subsidiar, hay que admitirlo y si no hay capacidad política de fijar tarifa real y no podemos reeducar a los usuarios en el pago, el subsidio será permanente y de 500 millones de dólares anuales en Santiago. Así como hay que decir también que el Metro de esta ciudad ha sido financiado desde que existe por todos los habitantes de nuestro territorio; las líneas, sus extensiones, sus carros, sus túneles, sus estaciones, sus vías elevadas, porque hasta hace pocos meses lo que no se subsidiaba era solamente su operación.



La realidad no desmentible es que la insatisfacción de la población es evidente y creciente. Las largas caminatas se mantienen en la periferia y en gran parte de la ciudad al igual que las aglomeraciones en esquinas y en paraderos donde estos existen, lo mismo ocurre con el uso y la calidad del servicio del Metro que sufrió un cambio radical. Una de las pocas cosas que genera conversación en los usuarios en sus traslados es comparar el antiguo sistema con lo pésimo del nuevo.



¿Y cómo protesta la gente? No validando sus viajes en el transporte de superficie, en donde nos acercamos ya a un 60%, concordante esto con el préstamo que otorgará el Metro por sesenta días de operación. Es decir, cuarenta millones de dólares mensuales, que al dividirlos por treinta días nos dan un poco más de un millón trescientos mil dólares diarios, que -al convertirlos en moneda nacional y luego dividirlos por la actual tarifa- son un millón ochocientos mil viajes diarios que corresponderían a los que no son validados.



Teniendo en cuenta que los viajes diarios en la superficie eran tres millones antes de la implementación; un aumento de tarifa en estas condiciones políticas, imposible; tecnología mecánica de abordamiento de los buses en hora punta con los actuales niveles de aglomeración, tampoco; control humano de la validación dentro de los vehículos, inseguro para la integridad física de los fiscalizadores. ¿Qué hacer? Volver a entregar a los conductores el cobro del pasaje.



GPS en todos los buses, bien, siempre y cuando, la señal sea transportada y que haya suficiente ingeniería de administración de flota en los centros de control. Solución real, volver a la antigua malla de recorridos.



Y qué dice de todo esto la alta autoridad de gobierno que al parecer cumple un rol de espectador pasivo, basándonos en su intacta sonrisa, que se puede apreciar particularmente en sus reuniones con los grandes empresarios o en sus cruces a La Moneda. Por qué no trata esa autoridad gubernamental de abordar el transporte público actual, que él insistió tanto en cambiar de esta manera desde el comienzo del gobierno de Ricardo Lagos, que insistió en implementar, y que hoy pretende tapar el sol con un dedo escondiendo la operación subsidio. Por qué no aborda un bus en la mañana o en la tarde, en hora punta o quizás el Metro en los mismos horarios, para que comparta la alegría de nuestro pueblo al dirigirse al trabajo o al volver al hogar. Atrévase Señor Ministro.





Darío Contador. Consultor en transportes y telecomunicaciones

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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