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Derecha y liberalismo

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Existen dos derechas, una más liberal en lo ético pero mucho menos numerosa en los votos, y otra más conservadora y mayoritaria, cercana a la comunión diaria y al rosario de iglesia.


Por Alejandro Canut De Bon*

Las encuestas nos dicen que la derecha tiene alguna posibilidad más o menos real de ganar la elección presidencial en nuestro país. Diversas e interesantes son las razones que podrían explicar esta posibilidad, pero no me animo a entrar en el análisis de las mismas a pesar de compartir algunas de ellas. Hay ya muchos columnistas que dan cuenta y explicación de las tantas razones y sinrazones de la política actual.

Si deseo, no obstante, reparar en un punto que no puede dejar de cobrar atención para las personas que gustan del pensamiento liberal (en el sentido amplio del concepto, es decir, como partidario del sistema político, económico y también filosófico, que promueve en definitiva las libertades de cada uno y que limita el poder estatal frente al individuo). El hecho es que la derecha es altamente liberal en el sentido político y económico. No hay duda de ello. Sigue de cerca las ideas de los padres del liberalismo político, como el inglés John Locke, y los mandados del también inglés Adam Smith, padre del liberalismo económico. Postula, en resumen, la independencia del individuo frente al Estado y la idea que la libertad de elección en el mercado transforma la rapacidad individual que todos tenemos (y en ello concuerdo en gran medida) en productividad y bienestar general.

No obstante, y esto es lo que llama la atención al momento de ir más allá del campo político y económico, el liberalismo -esencia de este sector- se desvanece con rapidez, desapareciendo del todo al entrar en el campo ético. En este último, en el ámbito de los valores, la derecha en gran medida resulta desconcertantemente lo menos liberal que puede haber. El dejar al individuo decidir con libertad en esta arena es algo que incomoda a gran parte de este sector que prefiere -específicamente en esto- tratar a todos ya no como individuos, sino como parte de un grupo, y decirles qué está bien y qué está mal. El Estado es para ellos el que -en este rubro- debe imponer mediante ley y decreto el buen camino, dejando o no dejando hacer (… el Estado, claro está, en la medida que represente el parecer del sector).

Esto, que no deja de cobrar notoriedad como una suerte de falta de consecuencia filosófica, sin duda marca un aspecto importante del arco iris político en nuestro país. En efecto, lo anterior se traduce en que la gente que es liberal en toda su extensión -es decir, no sólo en el campo político y económico, sino en el ético también- carece de una representación política que la identifique con totalidad. Su elección al momento de sufragar queda siempre supeditada al sacrificio de parte esencial de sus convicciones: votar por un conglomerado que no lo representa en materia económica o, por el contrario, votar por un conglomerado que no lo representa en los aspectos valóricos y éticos. Y lo digo con cierto sentimiento de auto-identificación (es más, me atrevería a decir que dada la derechización de la izquierda -en las últimas décadas- en el campo económico, es el campo valórico el que distancia de este sector a algunos jóvenes que podrían potencialmente votar por ella, pero que se desencantan al notar la falta de consecuencia en este aspecto).

Lo dicho es algo que -por mucho que la derecha menos conservadora procura disimular para lograr así la preferencia de todo tipo de liberales (al momento de los votos, sin duda, todos son queridos)- queda al fin en evidencia cada vez que un tema valórico irrumpe en la escena nacional, mostrándonos que existen dos derechas, una más liberal en lo ético pero mucho menos numerosa en los votos, y otra más conservadora y mayoritaria, cercana a la comunión diaria y al rosario de iglesia. Esta última cree que cada cual puede y debe decidir qué es lo mejor en relación a sus opciones económicas y políticas, pero no cree que la misma gente pueda o deba decidir qué es mejor en relación a sus elecciones valóricas. Allí, la libertad sólo significa la libertad de ellos, y principalmente de su iglesia, para decidir lo que es mejor para todos, fieles o infieles, incluso -y esto es lo que más llama la atención- en aquellas materias que son sólo importantes en el ámbito de la esfera privada de los individuos.

Pero basta de criticar. Quizás, ese sector conservador debiera tener nuestro agradecimiento y no una crítica como ésta. Se preocupa -después de todo- de lo que no se preocupa nadie más; de la salvación no sólo de nuestros bolsillos sino también de nuestras almas. En efecto, nos reconocen la inteligencia para elegir en qué fondo poner nuestros ahorros y a quién confiar nuestros bienes (por escasos o muchos que sean) porque al fin, si erramos en esta materia sólo nos condenamos a la pobreza material… pero permitirnos libertad para optar en materias valóricas y decidir que hacer incluso en nuestra vida privada, por favor, ello nos podría condenar en el fuego eterno que tanto les asusta a ellos mismos.

*Alejandro Canut De Bon es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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