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El interés nacional y el gobierno

De un mandatario electo se espera que muestre ponderación, evite frases como «nadie se repetirá el plato», y elija cuidadosamente a sus colaboradores equilibrando experiencia y acentuando el cambio. Esa es la primera gestión de gobierno, todavía sin gobernar, y resulta razonable que aplique todo su talento para satisfacer en primer lugar las expectativas de su propio país.


La victoria de Barack Obama en las elecciones norteamericanas generó una enorme ola de optimismo político en todo el mundo, bajo la percepción de que ello significaba un cambio de paradigma tanto en el plano interno como en la política exterior de los Estados Unidos.

No cabe duda que, en muchos aspectos, ésta última puede y debe cambiar. Particularmente en relación a la guerra de Irak, a la actitud sobre el uso unilateral de la fuerza de manera preventiva en contra de otros países y en las relaciones con los organismos internacionales multilaterales, como la ONU.

Pero la regla general es que en política exterior los países se mueven esencialmente por intereses y, tal como señaló Hans Morgenthau -quizás el más influyente pensador del realismo político- estos se definen en torno al concepto de poder.  Ellos conforman el llamado interés nacional y, en lo esencial, son permanentes en el tiempo.

Tal hecho no niega la existencia e influencia de valores morales y apreciaciones doctrinarias en las decisiones de los Estados y orientaciones de cambio. Pero la medida objetiva está dada por una pregunta esencial: ¿cómo afecta esta política el poder de la nación?  Es este realismo el que cimienta las buenas o malas relaciones entre los Estados.

De ahí que cierta decepción por la elección de determinados colaboradores en el caso de Obama peca de ingenua. En la lógica del dominio pleno de los problemas más acuciantes de Norteamérica, como son la guerra y la crisis económica, la elección de asesores con experiencia previa o conocimiento directo de los escenarios más complejos parece justificada. Tal es el caso de la eventual continuidad de Robert Gates como Secretario de Defensa o la nominación de Rahm Emanuel, su jefe de gabinete, veterano del ejército israelí y vinculado en el pasado al grupo extremista Irgún, de Menachem Begin.*

Este último es hoy un congresista norteamericano, y no cabe duda que para el nuevo presidente puede ser de un valor incalculable en el manejo adecuado de un escenario tan complejo como el del Medio Oriente. E incluso un buen filtro frente a los servicios de inteligencia norteamericanos.

En la misma línea de argumentación, pero en un nivel bastante más  primario y elemental, los comentarios privados del comandante en jefe del Ejército peruano, general Edwin Donayre, no hacen otra cosa que revelar la idea permanente que determina el vínculo militar de Perú con Chile. Y demuestra la ineficacia de cierta diplomacia como el mecanismo Dos más Dos de los ministerios de Defensa y Relaciones Exteriores de ambos países.  

En estricto rigor, las palabras del general Donayre destilan la visión clásica que sobre el riesgo y el interés nacional tienen los militares del vecino país respecto de Chile. Y expresan las imágenes que trabajan persistentemente muchos historiadores, el sistema escolar y también  políticos peruanos, como Ollanta Umala.

Ello es un problema cultural más que militar. Si prevaleciera una visión objetiva y realista de la política, existiría unanimidad en que hoy no existe ningún tema entre ambos países -por más conflictivo que sea- que pueda ser solucionado militarmente.

Los desafortunados dichos del general peruano, grabados por mano anónima, constituyen un agravio más a la inteligencia y a su propia gente que a Chile. Y aunque pudieran ser compartidos por muchos ciudadanos de ese país no valen un requerimiento ni una petición de explicaciones. Más bien deberían llamar a reflexión sobre qué estamos haciendo para  borrar un rencor tan arraigado.

*NOTA DE LA REDACCIÓN: Donde dice Rahm Emanuel, su jefe de gabinete, veterano, debe decir: Rahm Emanuel, su jefe de gabinete, hijo de un veterano. Esto, pues fue su padre quien fue miembro del Irgun, y que emigró a EE.UU. en 1948. Emanuel nació muy posteriormente, en 1960, y en EE.UU.  El Irgun fue una organización terrorista que atentó en contra del Hotel King David donde se encontraba la administración del protectorado británico de Palestina antes de la fundación de Israel. Esa organización se disolvió a fines de 1948, aunque sus miembros fueron la base del Likud, el partido de la derecha israelí. Emanuel no fue voluntario del ejército israelí, sino voluntario de la defensa civil de ese país durante la Primera Guerra del Golfo.

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