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El último vuelo de Raimundo Tupper

Gabriel Angulo Cáceres
Por : Gabriel Angulo Cáceres Periodista El Mostrador
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Esta tarde en el café literario de Providencia se presenta «Mumo, por siempre. La biografía de Raimundo Tupper». El libro de Luis Avendaño y Hugo Pinto, editado por Forja, retrata áreas desconocidas de la vida del joven y multifacético jugador de Universidad Católica que se suicidó en 1995, producto de una depresión endógena, cuando era figura de su equipo. A continuación un extracto con conversaciones con sus compañeros de equipo y la preocupación de su entonces técnico, Manuel Pellegrini.


Raimundo Tupper, en cierto modo, era un tipo extraño para el fútbol. Sus características personales y su propio origen lo hacían salir del promedio de los futbolistas nacionales. Por lo mismo, también sus intereses se bifurcaban y no sólo se centraban en el ambiente deportivo. Destacaba por lo culto que era. Jugar al fútbol no lo llenaba por completo y esa necesidad por incursionar en otras áreas era canalizada por el arte, la música, la literatura y los estudios.

Por estas limitantes, la lectura se transformó en su mejor herramienta para llenar ese vacío que constantemente sentía. Su autor favorito era Gabriel García Márquez. En las concentraciones, en su hogar y en los viajes, disfrutaba mucho leyendo. Y lo hacía con bastante habitualidad. Llamaba la atención entre sus compañeros. Andrés Romero recuerda: «Raimundo era de leer. Siempre llevaba un libro cabezón a las concentraciones, en los aviones. Por su misma personalidad, prefería estar leyendo que echando la talla fuera de las habitaciones». Su ambición secreta era escribir un libro, pero decía tener miedo a encontrarse con una hoja en blanco. Tenía mucho que contar.

Su carácter salía de lo común. «Recuerdo haberlo visto leyendo poesía de Rimbaud. No conozco mucha gente que lo haya hecho, pero a Raimundo le gustaba. También algo de arte, si viajábamos le gustaba meterse en museos, eso no se daba mucho en el fútbol», recuerda Andrés Olivares.

Era un fanático de su obra. Entre un grupo de amigos, siempre era el acompañamiento obligado para las reuniones. Es más, en dos ocasiones, varios de ellos realizaron un «homenaje» a Silvio Rodríguez. «Nos juntamos varias amistades en el departamento de Rodrigo (Gómez) a compartir. Pasamos toda la noche escuchando su música. Habíamos recortado unas fotos de él y las pegamos en la muralla. Nos sacamos fotos y lo pasamos increíble», cuenta Andrés Silva. En cada encuentro se juntaban diez personas, porque cada uno de los cinco más fanáticos de la música del caribeño tenía derecho a invitar a un acompañante. Tupper llevó a Silva. Pasaron la noche escuchando cada uno de los diez temas favoritos que cada participante tenía derecho a elegir.

Concentración del NO

En una época de polarización de las opiniones, Matías del Río recuerda habérselo encontrado precisamente en una concentración del No: «Fue en una manifestación. En esa época no se hablaba de partidos políticos: uno estaba con Pinochet o contra Pinochet. Recuerdo que venía junto a Pablo (Busquet) y alguien más. Nos encontramos cerca de la Clínica Alemana, iba en una caravana. Éramos pocos, por eso tal vez nos topamos».

Con el pasar del tiempo, ya en 1993, su pensamiento no varió. Siempre cercano a la DC, a través de la revista Triunfo el «Mumo» manifestó su decisión de votar por la opción de la Democracia Cristiana en las elecciones presidenciales de ese año. «Eduardo Frei. Creo que es la mejor opción», aseguraba.

El Mumo no se sentía cómodo con lo que había hecho de su vida. Sorpresivamente, no estaba conforme con lo que era, a pesar de que todo su entorno lo apreciaba y valoraba por sus virtudes humanas. Eso, además de todo el reconocimiento de la gente de la Católica, que lo consideraba un ídolo del club.

No podía ser feliz

Rodrigo Gómez recuerda que junto a Nelson Parraguez tuvieron una importante charla con el Mumo. Él reconocía su malestar y lo vinculaba con su introversión: «Nos dijo que él sentía que tenía la mejor familia, los mejores hermanos, la novia que quería, amigos, todo… pero que no podía ser feliz, que no tenía la capacidad de decir las cosas. Nosotros, con el Piri, le dijimos que con eso bastaba, que uno tenía que trabajar y ser feliz con lo que tenía. Pero finalmente uno se daba cuenta que la sensación de él era muchísimo más fuerte de lo que uno podía percibir».

Un relato que es confirmado por Darío Sepúlveda: «Pedro (Flores), que estaba justamente en un piso alto, lo encontró por ahí, y era raro. Andaba en un piso que no le correspondía, quizás planificando algo. Creemos que así fue. No estaba abierta una puerta en la terraza del hotel, que lamentablemente sí la encontró después». Eso vendría más adelante. Por el momento, Tupper ya estaba en su cuarto, en su larga y última noche.

La madrugada del 20 de julio se mantiene fresca en la memoria de Sergio Fabián Vázquez. El ex seleccionado argentino compartió con Raimundo Tupper la habitación 621 del Hotel Colón, y fue partícipe de una conversación que lo transformó en testigo principal de las últimas horas del Mumo.

En pleno vuelo, Manuel Pellegrini le había anunciado que era el elegido para acompañarlo. Héctor Pinto, ayudante del «Ingeniero», recuerda las razones de tal decisión. «Manuel le empezó a poner más atención; quería que anduvieran con él. Expresamente le destinó esa compañía». El ex técnico de Católica lo confirma: «Así es, Vázquez era una persona súper simpática, con muy buena llegada con el grupo. Pensamos que podía ser una buena compañía».

Ya en la madrugada, conversaron hasta las seis de la mañana. ¿Detalles? Vázquez asegura que se los llevará a la tumba. «Él me dijo muchas cosas, pero yo no puedo repetirlas, no tengo por qué contarlas. Fue un secreto entre amigos, hay cosas que quedaron muy grabadas entre nosotros, entonces no es cuestión mía poder revelarlas. Tampoco quiero dejar una puerta abierta para que la gente piense cosas. Si contara aportaría para ayudar a muchos chicos que están en el fútbol, pero al mismo tiempo, eso sería faltar a una palabra que di, nunca lo voy a hacer».

Al mismo tiempo en que empezaban a tomar desayuno, se limpiaban los vidrios del edificio a través de unos andamios. Darío Sepúlveda analiza la situación. «Él debe haber visto que había una puerta abierta y era la posibilidad de acceder a la azotea. Se para, toma el ascensor, sube a la azotea y actúa como lo tenía pensado». Una oportunidad que al parecer no se le había dado la noche anterior.

Estuvo sólo unos minutos, no comió casi nada y decidió subir hacia las habitaciones. Al respecto existen diversas hipótesis. Sin embargo, en su mayoría apuntan a que señaló la necesidad de retirarse porque quería estar solo, además de tomar un poco de sol.

Lo cierto es que el Mumo llegó hasta el noveno piso, en la terraza. Ahí dejó a un lado algunas de sus pertenencias: su pasaporte, su billetera y arriba de ella, su carnet de donante de órganos. Descalzo se subió a una baranda, miró unos segundos y se lanzó irremediablemente al vacío.

La imagen del Mumo sigue viva. Ante cada nuevo logro de la UC, su nombre surge espontáneo entre los simpatizantes. Más de alguno se habrá tentado con pedirle algún favor deportivo a su ídolo fallecido. Cosas del fútbol, del fanatismo futbolero, que cobra vigencia con los ídolos que se transforman en leyendas. Ésos que subsistirán al paso de la historia, cuando cada hincha cruzado le traspase a los herederos de su pasión.

 

*Luis Avendaño y Hugo Pinto son los autores del libro “Mumo… por siempre. La biografía de Raimundo Tupper»

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