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La convivencia y el juego Opinión

La convivencia y el juego


La semana pasada circuló un video en las redes sociales donde un niño afrodescendiente junto a su madre, trataban de subirse a unos juegos en una plaza pública, mientras otro grupo de niños y niñas hacia lo posible para que no
usara el juego, y frente a la insistencia de querer jugar, lo empujaban y tocaban de forma hostil. En esta escena ningún adulto intervino y la madre junto a su hijo decidieron retirarse de la plaza sin poder jugar.

Estas conductas en niños nos hace pensar en los valores que estamos desarrollando en nuestra sociedad. Sobre todo si consideramos que los niños no aprenden de lo que les decimos, sino de lo que hacemos.

En 1996 la UNESCO planteó los cuatro desafíos de la educación para el siglo XXI: aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a ser y aprender a vivir juntos.

Veintidós años después parece que el desafío de ser y convivir se vuelven más relevantes, sobre todo en las nuevas condiciones culturales y mundiales de globalización y diversidad.

La vivencia de la pobreza en Chile se ha desplazado desde las necesidades materiales a las dimensiones de bienestar y realización personal, es decir del “tener” al “ser”. Pasamos de cifras de desnutrición infantil a cifras preocupantes de obesidad, no por la falta de alimentos, sino por no saber qué alimentos comer. Ese mismo problema lo vemos en la educación, somos un país con altos niveles de escolarización, pero a la vez con problemas de violencia, como matonaje escolar u hostigamiento, que muchas veces sobrepasan las capacidades de equipos docentes. La falta de habilidades para la vida se evidencian no sólo en la escuela, sino también en el trato en el trabajo, en el transporte público, en el estadio, y sobre todo a la hora de enfrentarnos a un problema con alguien. Es ahí donde queda de manifiesto nuestra dificultad para lidiar con diversidades, ya sean físicos, de opiniones o de hábitos.

En el marco del Día de la Convivencia Escolar, este 21 de abril, recordamos que la Reforma Educacional chilena pone su énfasis en el desarrollo integral desde los objetivos transversales de la educación, pero los docentes aún no cuentan en su formación con elementos teóricos ni estrategias prácticas para planificar ni abordarlos en las aulas, menos aún con instrumentos de seguimiento y evaluación de estos aprendizajes.

En la mayoría de los colegios el currículum transversal y la convivencia son un valor añadido y no un aspecto prioritario. Poniendo esfuerzos en ganarle la carrera al SIMCE y consagrarse como escuelas de “calidad”, entendiéndola en una escala de notas.

No es justo responsabilizar solo al sistema escolar de un rol que nos corresponde a todos como sociedad. La convivencia no es algo que se aprenda solo en la casa o en la escuela. Dados los cambios país, estamos todos desafiados a construir nuevas formas de identidad, desaprendiendo antiguos patrones, abriéndonos a la riqueza y diversidad que está teniendo nuestra sociedad.

Si bien no tenemos la respuesta exacta a los problemas de convivencia, desde el trabajo con la infancia hemos aprendido que el juego es la mejor herramienta para aprender de nosotros y con los niños. El juego nos permite relacionarnos como iguales, volviendo a la esencia de lo que somos. Quizás para este cambio sea bueno educar la mirada en las pequeñas cosas, valorando los vínculos, los gestos cotidianos, la sonrisa que surge sin ningún motivo, dar más color a la vida y permitirnos jugar tan en serio como cuando éramos niños.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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