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Segunda Parte: Lo que pasa en Año Nuevo, se queda en… ¡pero esta vez no es Año Nuevo! Historias de sábanas

Segunda Parte: Lo que pasa en Año Nuevo, se queda en… ¡pero esta vez no es Año Nuevo!

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Lo que siguió de fiesta, Fernanda se la pasó evitando a Cristina. Se movía de un lado para otro, llevando y trayendo cosas. Una vez que se quedaron solas en la cocina, recolectando lo últimos vasos, al fin su socia le preguntó:

-¿Hasta qué hora te harás la misteriosa? -consultó reprimiendo la risa.

-No sé de qué hablas -respondió molesta girándose para cerrar la gaveta del estante.

-Bueno, sino quieres hablar, te lo digo yo. Te quedaste encerrada en el ascensor, dieron las doce y le diste un beso a ese pedazo de hombre, que ¡ah…! -exclamó histriónicamente-. Te cae mal, pero muy mal.

-Tienes una imaginación muy extensa.

-O sea me estás mintiendo en la cara, bien, no pensé que me creías tan estúpida, Fernanda.

-¿Y qué quieres que te diga?

-La verdad ponte tú. No puede ser tan difícil… o diferente a lo que yo dije.

-¡Ya! ¡Está bien! ¿Quieres la verdad? –. Cristina asintió con la cabeza-. La verdad es que no sé qué pasó, se apagó la luz y de repente estaba sobre él.

-¿Y…? ¿La segunda parte?

-Esa ya la sabes.

-No lo puedo creer, juro que no puedo.

-Yo tampoco, ¿quién se cree ese tal Suberaseaux para hacer una cosa así?, pero esto no se va a quedar así. No señor, mañana mismo voy a venir a poner una queja, y desde ya te digo que ese hombre pasa a la lista negra de nuestras fiestas.

-¿¡Qué!? ¡No! Ni se te ocurra hacer una cosa así. Ese hombre es un invitado y un potencial cliente, estamos empezando y no podemos darnos el lujo de que por un error de tu parte -. Fernanda abrió los ojos como plato-, sí, no me mires así, un error porque eso fue, arruines siguientes contrataciones en este hotel.

-Lo siento, esto no se puede quedar así, ¿o qué crees? ¿Que por tener dinero nos va a poner la pata encima? Olvídalo, Cris. Y tú no te preocupes, que yo me encargaré de que nos sigan contratando, no voy a decir que me violó ni mucho menos, solo que se propasó.

-Tú sí que estás loca, porque para que sepas un beso no es violación.

-Pero tal y como se dieron las cosas, para mí fue una violación a mi intimidad.

-Estás loca -reafirmó.

-¿Y ahora te vienes a dar cuenta?

Con eso la seudo discusión se acabó entre ellas. Estaban demasiado agotadas para seguir hablando, y a eso había que sumarle que ya eran las siete de la mañana.

Cuando Fernanda llegó a su casa lo primero que hizo fue literalmente tirarse a su cama, y pensando en todo lo que había sucedido horas anteriores, se durmió.

Lo único que hizo al despertar fue ver las redes sociales, y en todas hablaban del gran evento de Año Nuevo. Incluso un periódico lo había puesto en primera plana. Eso les aseguraba trabajo seguro. Ahora, con más ganas iría al hotel a poner su queja al día siguiente.

Lo sucedido en Año Nuevo le daba una vergüenza realmente espantosa, ella no era así y ni siquiera sabía por qué había reaccionado de esa forma. Y aunque a todo el mundo podía negárselo, a su corazón no. Ese hombre, engreído, pedante y, por qué no decirlo, arrogante, le gustaba, y mucho, pero no por eso no entablaría una queja formal.

Con un único objetivo se levantó a la mañana siguiente, y cuando iba a medio camino, Cristina la llamó al celular.

-Como te conozco sé que debes ir camino al hotel.-Cuando escuchó el suspiro del otro lado supo que no se equivocaba-. Juntémonos afuera, somos socias en las buenas y en las malas.

-Recuerda eso también de la pobreza y la riqueza.

-¿Eso lo dices por si no nos contratan nunca más? -sonrió desde el otro lado.

-Date prisa que me puse tacos, y los pies ya me están matando.

-¿Y por qué no viniste como te vistes siempre?

-Fácil, porque voy a hablar con el gerente del hotel, pedí una cita a primera hora y me la dieron, quiero impresionarlo.

-¡Wow!, sí que eres efectiva, cuando nos dieron el evento solo llegué a hablar con la asistente.

-Para que veas por qué tú eres la chef estrella y yo la que coordina -rió y con eso cortó el teléfono.

Media hora después y cansada de esperar en el lobby del hotel llegó su amiga, tras un par de besos y ponerse de acuerdo más menos en lo que dirían, ambas decididas subieron al piso diez para hablar con el gerente.

La secretaria de inmediato supo quiénes eran y las hizo pasar a la sala de reuniones diciéndoles que su jefe llegaría enseguida.

-Sé sutil por favor.

-Tan sutil como fue él conmigo.

-Te recuerdo que el beso se lo dieron los dos.

-Pero invadió mi… -no alcanzó a terminar cuando un hombre rubio con unos bonitos ojos color cielo entró en la habitación.

-Buenos días, señoritas, mi nombre es Sebastián Correa.

-Buenos días -casi contestaron al unísono las chicas.

Sebastián abrió su computadora portátil, tecleó un par de cosas y volvió a mirarlas.

-Disculpen, debía mandar un correo, díganme, ¿qué necesitan?

-Iré directo al punto, Sebastián -habló Fernanda, acomodándose bien-, la fiesta de Año Nuevo fue perfecta, sobre eso no tenemos queja alguna, su hotel estuvo a la altura.

-Eso jamás estuvo en duda, nuestros clientes son distinguidas personas.

-Ese es el punto exacto -intervino-, no sé si tan distinguidas, hemos venido hoy para levantar una queja sobre un cliente.

En ese momento un beep sonó desde el computador, Sebastián lo miró y arrugó la frente para reprimir la sonrisa de su cara.

-Sobre quién exactamente.

-Ignacio Suberaseaux -dijo de golpe Fernanda, sintiéndose victoriosa.

Otro beep lo distrajo y luego preguntó un tanto incómodo:

-¿Me podría decir qué sucedió exactamente con el señor Suberaseaux?

Cristina miró a Fernanda, que se retorcía las manos, nerviosa, bajo la mesa.

-No es necesario entrar en detalles -comentó su amiga-. Lo único que necesitamos…

-Señoritas -las cortó mirando la pantalla-, no estamos en el colegio para levantar quejas que requieran de un castigo.

-¡Por supuesto que no! -soltó Fernanda-. Pero como somos personas adultas, era justo que usted lo supiera, ese era nuestro propósito, porque no queremos tener problemas en futuros eventos.

Tras un suspiro, una mirada y una tecleada, Sebastián con su voz armoniosa les habló:

-Entiendo lo que me dicen, pero quiero ser sincero, el señor Suberaseaux también reportó una queja sobre usted, Fernanda. Y él fue un poco más explícito, pero como dije anteriormente somos adultos y no nos inmiscuimos en los problemas más allá de lo estrictamente necesario -afirmó esto, mirando la pantalla-. Pero quiero que entienda que acojo su queja y le pido disculpas.

-¿Disculpas? -interrumpió la afectada-, usted no tiene que ofrecerme disculpas.

-Debo hacerlo en nombre del hotel -refutó Sebastián con una expresión extraña en su rostro-, por lo mismo, y ya que nosotros no podemos hacer nada en contra del señor Suberaseaux, le ofrezco la posibilidad de realizar una nueva fiesta.

-En donde por supuesto el señor Suberaseaux no asistirá -acotó Fernanda.

-Lo siento, en este hotel no podemos negarle la entrada a nadie, si no pueden con eso, no podemos firmar un nuevo contrato.

-Por supuesto que podemos -intervino Cristina mirando a su amiga para que no dijera nada más.

-Está bien. Me callo -suspiró exasperada, había ido por lana y estaba saliendo trasquilada, aunque… con chaleco nuevo.

-Comprendo perfectamente que no quiera opinar, después de todo -continuó Sebastián-, me imagino que lo que sucedió en los ascensores fue de mutuo acuerdo, al menos así se ve por las cámaras.

-Creo, que tal como usted dijo, Sebastián, somos adultos y no debemos ventilar cosas que no nos corresponden. Interpusimos la queja, usted la aceptó y nos resarce con un nuevo evento, todo aclarado y según yo veo, sin necesidad de ventilar intimidades que provienen de un CCTV ¿Verdad?

-Tiene razón -aceptó un poco avergonzado Sebastián, que en ese momento dejó de mirar al computador y bajó la pantalla-. ¿Asunto olvidado?

-Sí -confesó Fernanda-. ¿Entonces para cuándo quiere programar el evento?

-Dentro de dos semanas.

-¿¡Qué!? -exclamó Fernanda un poco más fuerte de lo que hubiera querido.

-¿No son capaces de organizar una fiesta cuando el salón se los estamos proporcionando sin ningún problema?

-Perdón -interrumpió Cristina-. Usted cree que organizar un evento se soluciona ¿solo con tener salón?

-Algo así -argumentó el gerente divertido mirando a Cristina que parecía furiosa y con ganas de matarlo por estar ninguneándole el trabajo-. ¿Qué son unos platos, un poco de comida y una buena ornamentación?

-Eso, Sebastián, es lo que hace la diferencia de todo. En ese punto radica la excelencia y la calidad del evento. Nosotras tenemos un nombre y un prestigio que mantener.

-¿Entonces? ¿No pueden o no son capaces?

-¡Por supuesto qué podemos! En dos semanas tendrá su evento y nosotras su reconocimiento -afirmó Cristina con vehemencia.

-Exacto -corroboró Fernanda.

-Que así sea entonces. Mi secretaria les mandará el contrato, y como se lo estamos pidiendo con tan poco tiempo, el hotel asumirá la recarga de los costos debido al tiempo.

-Perfecto -dijo Fernanda, seguida por Cristina. Esta última, como cerrando un trato, estiró su mano, que fue correspondida de inmediato por el gerente. Cristina lo miró a los ojos y solo asintió con la cabeza. Sebastián se acercó más a ella y tras robarle un beso en la mejilla, la dejó sin habla.

Cuando las chicas comenzaron a caminar hacia la puerta, él acotó:

-Verdaderamente ha sido un placer, señoritas.

En ese momento, si las miradas torturaran, Sebastián Correa estaría recibiendo latigazo en medio de una plaza. Y si los pensamientos mataran, él ya estaría muerto y sepultado bajo seis metros de tierra desde el momento en que había bajado la tapa del computador.

Lo primero que hicieron las chicas al salir del hotel fue tomar aire, suspirar y mirar al cielo.

-¿Qué hemos hecho? -preguntó Fernanda.

-Jugarnos nuestra reputación, y todo gracias a tu beso del ascensor, así qué ahora a trabajar.

Dejaremos hoy mismo todo lo referente al menú listo y hablamos con Willy para la decoración.

Fernanda asintió con la cabeza y cada una se fue hacia la oficina. Apenas se sentaron, Cristina encendió su computador.

-¡¡No…!! ¡Esto es una broma! -chilló dándole un golpe a la mesa haciendo volar algunos papeles.

-¿Qué pasa?

-¡Temática!

-¿Temática, qué? -quiso saber Fernanda que no entendía nada de nada.

-¡La fiesta! ¡Debe ser temática! Eso pasa, y como si con eso no bastara, tiene que ser original.

-Una fiesta de disfraces -murmuró más para sí que otra cosa.

-Exacto -volvió a sentarse casi desplomándose sobre el asiento, mientras su amiga cerraba los ojos y comenzaba a odiar un poco más a Ignacio Suberaseaux, echándole la culpa, después de todo, él había hecho la queja primero y contado todo lo que ella no pensaba decir.

Ambas se estaban quemando los sesos pensando en algo original, pero nada les gustaba.

-¿De máscaras? -expresó Cristina.

-No es original, es muy Grey.

-¡De blanco!

-No, muy Sensation White, con gusto a electrónica y “mineral de tres lucas”.

-¡De los años 50!

-¡¡No!! Muy Gatsby.

-¿¡Entonces de qué!?

-Estoy pensando, pero no se me ocurre nada.

-Y tiene que ser algo bueno para taparle la boca al estúpido de Sebastián.

-En eso estoy de acuerdo, y no solo a él, a Suberaseaux también, porque estoy segura de que irá.

-Tienes razón, ¿entonces?

En ese momento entró por la puerta interrumpiéndolas Willy, el encargado de la decoración de todos sus eventos, llevando una pluma negra en sus manos que aireaba con elegancia.

-¡Ni se imaginan qué haré con esta plumita!

-No quiero saber nada que tenga que ver con hacer aseo -indicó Cristina pensando en que tenía su departamento patas para arriba, ella se había dedicado solo a dormir el día anterior.

-¿Aseo? -preguntó Willy con cara de asco.

-Sí, pluma igual plumero, plumero igual a aseo. Aseo que no he hecho por cierto.

-¡No, ridícula! Nada de eso. Qué poca imaginación, es para una fiesta a la que me invitaron. Sexo, placer y lujuria dan estas plumitas -comentó con una sonrisa pícara pasándosela por el hombro a Fernanda que achinaba los ojos cuando pensaba.

-¡¡Lo tengo!! -gritó levantándose bruscamente de su asiento-. ¡Cabaret!

-¿Cabaret? -preguntó Cristina acercándose también a tomar la pluma para ver si así también se iluminaba.

-¡Sííí! Mujeres con plumas, panties de malla…

-Alto ahí, ignorante -la cortó enérgico Willy-. ¡Eso se llama Burlesque!

-¿Bur… qué?

-Burlesque, es un estilo de arte escénico de teatro, que proviene de la época victoriana, de la ridiculización. En diferentes países tiene distintos nombres, pero creo que de lo que tú estás hablando -dijo apuntando a Fernanda-, es del burlesque americano que resurge años después en un tono más erótico. Generalmente se presentan con gran contenido sexual, o sea queridas, ignorantes, lo que se conoce como Neo-Burlesque.

Ambas lo miraron incrédulas, eso era justo a lo que Fernanda se refería, pero de ahí a tener tanta información sobre el tema era otra cosa. Willy, al ver sus caras, caminó con garbo hasta el computador, puso YouTube y de inmediato escenas de la película protagonizada por Christina Aguilera y Cher aparecieron en la pantalla.

-¡Wow! Eso es exactamente lo que haremos.

-Haremos dónde -preguntó a las dos mujeres ahora Willy, sin entender mucho.

-En la fiesta que daremos en el hotel la próxima semana -respondió como si nada Fernanda.

-¡¿Qué?! ¡Me están tomando el pelo! -exclamó él mirándolas a ambas intercaladamente-, ¿cómo qué la próxima semana?, ¿saben el tiempo que toma implementar una fiesta de ese tipo? ¡Lo que cuesta!

-Cálmate, Willy, confiamos en ti, sabemos que eres el mejor.

-¡Por supuesto qué lo soy! pero una fiesta así requiere tiempo, uno que ustedes no me están dando.

-Willy -lo calmó Cristina-, ¿ha habido alguna fiesta aquí de ese tipo?

-Tipo Burlesque, en el contexto que ustedes le quieren dar….no.

-¡Genial! ¡¡Entonces a trabajar!! Y que no se diga más. Tú preocúpate de la decoración como siempre, Willy, y no escatimes en gastos, tú, Cris, como siempre te encargas de la comida, quiero lo mejor de lo mejor sin importar su valor. Si el hotel quiere una gran fiesta, ¡se la vamos a dar! Y yo me encargaré del personal y por supuesto de nuestra vestimenta, así que chicos, ¡¡elijan sus colores!!

Listo, el desafío estaba planteado, darían la mejor fiesta del verano, una que nadie quisiera perderse, y tan bullada como para que nadie dejara de hablar de ella por un año. Ese era su objetivo y lo iban a cumplir a como diera lugar.

Los días de la semana transcurrían demasiado rápido y las veinticuatro horas apenas les alcanzaban para hacer todo. Los ingredientes los había seleccionado Cristina con sumo cuidado, y Willy estaba alucinado con el presupuesto que poseía, si generalmente hacia maravillas con poco, ahora que tenía acceso liberado estaba haciendo simplemente magia. Incluso había conseguido a una de esas cantantes que se presentaban en programas de canto, y no era una cualquiera, sino la que había ganado la última temporada. Todo estaba saliendo a la perfección, Fernanda se había mordido más que el orgullo al hablar con Pablo para pedirle consejos. Y él, al verla tan profesional y decidida, ni siquiera se atrevió a jugar con ella. Para demostrarle su interés, le había conseguido un reportaje en uno de los periódicos más influyentes del país, ¡en día domingo y a doble hoja! ¿Qué más podían pedir?

Ni siquiera tenían libre el fin de semana, ya que ahora, después de la última fiesta, estaban siendo cotizadas para todo tipo der evento.

El día anterior al gran evento, ya tenían absolutamente todo preparado y repasado más de diez veces, ningún detalle se les había escapado, y esta vez las entradas estaban absolutamente agotadas. ¡Incluso tenían lista de espera!

Tal como se comprometió, Fernanda se había encargado del vestuario de todos, mandándolos a hacer a un gran vestuarista de teatro que estuvo encantado al escuchar la propuesta, y por supuesto ser nombrado en el evento.

La noche anterior ninguna de las dos pudo dormir bien, por un lado estaba Cristina que revisaba mentalmente el menú para que no le faltara nada, por otro Fernanda con lápiz y hoja en mano chequeaba por sexta vez todos los puntos. Nada se les saldría de control, incluso, igual como en el fútbol, tenían camareros en la banca.

A las nueve de la mañana se reunieron todos en la oficina para llegar juntos al hotel y comenzar su nueva hazaña.

Lo que jamás imaginaron, porque en realidad ni siquiera lo pensaron, fue que el mismísimo Sebastián Correa estaba esperándolas en el salón.

-Espero que los excedentes de lo que se tendrá que hacer cargo el hotel valgan la pena -dijo al aire, pero fue Cristina quien de inmediato se giró para responderle.

-Esto es un beneficio mutuo, tanto para nosotras como empresa de banquetearía y para usted como hotel. Su prestigio y su clientela elegante y refinada sentirán que están en Nueva York, en París o en Londres, en uno de los eventos más connotados, así que como verá, tanto usted como nosotras ganamos.

-Eso espero -argumentó suspirando, aunque el dinero extra era más que bastante, ya lo habían recuperado, y con eso además la capacidad del hotel estaba a tope. El único problema era que le habría encantado ser más honesto, sobre todo con Cristina, que en ningún momento se había amilanado frente a él, ni siquiera por su posición, cosa que no era tan común en su círculo, y eso… ¡le encantaba! Y resultaba que lo que comenzó como una orden se había vuelto en un placentero trabajo.

-Ahora si no me necesita, tengo cosas que hacer, nosotras hemos venido a trabajar.

Sebastián le hizo un gesto con la mano como si le estuviera dando la bienvenida a sus dominios.

-¡Ah! -aguijoneó-. Y si no es mucho pedir, no me llame hoy al celular, lo tendré apagado.

-Solo te llamé para saber sobre los avances, el hotel y su prestigio…

-Oh, sí. Ahórrese el discurso -le respondió con la mano-, ya lo escuché más de diez veces en los últimos días -dijo y pasó por su lado a trabajar. Una de las cosas diferentes y buenas que ellas tenían era que trabajaban codo a codo con su gente, eran más que un equipo, eran una unidad.

-¡Cuidado con esos platos! -gritó Cristina a uno de los chicos que los estaba ordenando.

-Cálmate -pidió Fernanda que veía a su amiga un tanto revolucionada.

-¿Sabes cuánto valen esos platos? ¡Son originales!, y cada uno de esos que se rompa, nos costará lo que cualquiera de los chicos gana en un día. -Y mirando al aludido continuó-, así que ya lo sabes,

Renato, un plato te cuesta el día.

-¿Y para qué conseguiste una vajilla tan cara? -susurró su amiga bajito solo para ella.

-Porque eran lo mejor de lo mejor, y la porcelana es lo mejor.

-¡Porcelana! Dios mío, ¿te volviste loca?

-No, por eso quiero que los traten como si fueran de oro.

-¡Son de oro!

-Na´… solo el ribete lo es.

-Estás loca, ¿lo sabías?

-No -la cortó tajante-, no querían lo mejor de lo mejor. Pues esto es lo que hay. Y ahora tú sigue con lo tuyo que yo tengo que seguir con lo mío y sin distracción.

Sin más que agregar, Fernanda se fue a sus cosas, organizar no era fácil, y menos un evento para cuatrocientas personas. Por eso se estaba preocupando personalmente de que todo quedara perfecto, ni un centímetro más arriba ni uno más abajo. Las mesas parecían como si fueran servidas para la reina de Inglaterra.

La decoración era otra cosa, incluso la palabra “magnánima” se estaba quedando corta.

Cuando quedaba una hora exacta para que comenzara la vorágine de la noche, ambas volvieron a revisar todo exhaustivamente, y cuando estuvieron conformes, fueron a la habitación que tenían designada a ponerse los trajes.

-Juro por Dios que antes de comenzar ya estoy agotada, ¡y me tengo que poner tacos!

-No empieces, Fernanda, que con zapatillas no puedes estar.

-El próximo evento lo haré de pijamas.

-Fíjate que me gusta tu idea, pero hoy serás una mujer sexy, que incita al pecado.

-Tú no te quedas corta, y creo que quieres ser el pecado de Sebastián.

-¿Qué dijiste? –dijo, deteniendo la liga a medio camino para mirarla de mala manera.

-Sí, lo que escuchaste, no soy tonta, estás queriendo ser la tentación de Sebastián, y no intentes negármelo. Te veo cuando estas cerca de él, eres toda una coqueta.

-Pues si yo quiero ser el pecado de Sebastián, tú quieres ser la manzana de Ignacio.

-¿Y me dirás que este hotel es el paraíso?

-No sé si el paraíso, pero sí el infierno, tú misma lo comprobaste de primera fuente quemándote en las brasas del ascensor con el mismísimo Diablo.

-Y tú quieres a tu propio Lucifer -se defendió riendo Fernanda por las analogías que estaban haciendo.

-Lo único que sé es que esta noche, sea o no pecado, el presuntuoso ese se va a acordar de mí por mucho tiempo. Porque estas caderas que ves aquí, ¡se van a mover más que las de Shakira!

-¡Auuuuuuu!

Entre risas y más risas se miraron al espejo, comprobando de primera mano que un buen maquillaje, trajes con brillos, medias de maya y plumas, las hacían verse tal cual se lo habían imaginado. Mujeres sexys con ganas de comerse al mundo, y su mundo era su fiesta, su evento.

Cristina, que era mucho más osada, vestía un lindo conjunto de corsé drapeado y pantaletas de satín rojo con rayas negras. Fernanda se había decidido por uno morado con ribetes negros, guantes de encaje largos hasta medio brazo y porta ligas del mismo estilo. La única diferencia era que llevaba una falda de tul negra que podía simular fácilmente un tutú de ballet, claro, si no llevara ribetes morados en su terminación y si la parte de atrás no callera como cascada en una diferencia importante de tamaños. Se habían vestido como femme fatale y el resultado era todo y más de lo que habían esperado.

Con su tradicional beso, ambas dieron la arenga a su gente, se tomaron todos de las manos y se desearon suerte. Luego, ambas bajaron a recibir personalmente a los asistentes, a quienes se les entregaban plumas y una copa de champaña de regalo de bienvenida.

Los invitados no paraban de llegar, cual mejor vestido que el otro. Se habían esmerado con los trajes, aunque para Fernanda, algunas se habían pasado un poco de la raya. Lo que sí era evidente, es que la fiesta no tenía nada que envidiarle a una de las que se realizaban en las grandes capitales del mundo.

Aunque Fernanda no quería admitirlo en voz alta, cada vez que un auto negro se estacionaba frente a la puerta del lobby, el corazón se le aceleraba esperando a que fuera Ignacio Suberaseaux, pero nada.

Justo a las diez de la noche las puertas se cerraron, y con decepción Fernanda decidió olvidarse de todo para concentrarse en lo que realmente importaba.

Subieron a sus respectivos lugares, tenían trabajo que hacer y cada una sabía lo suyo. Fernanda como la estupenda anfitriona que era y Cristina como una de las chef emergentes de la ciudad.

Justo cuando esta última se dirigía a su cocina, fue detenida por una mano misteriosa, pero no tardó en darse cuenta de quién se trataba.

Cristina se giró con coquetería mientras Sebastián la miraba absolutamente asombrado con una mirada masculina, no como la había mirado la última vez en su oficina. Frunció el ceño e incluso le costó tragar saliva al verla de esa manera. ¿Cómo era posible que una mujer se pudiera ver así de sensual si se suponía que simplemente estaba… trabajando?

-Cristina -habló después de carraspear-. Espero que esta noche salga todo bien, sin contratiempos y sin quejas sobre nuestros clientes. Porque esta vez -dijo recorriéndola completamente con ojos voraces-, tendré que darles la razón a ellos.

Ella tragó saliva un tanto avergonzada. Entendía a lo que él se refería, después de todo él había visto la cinta del incidente que su amiga le había contado, y aunque lo quisiera negar, las imágenes decían más que las palabras.

-Es una fiesta con un concepto, no un burdel barato como de seguro deben ser los que frecuentas tú.

-¿Fiesta con un concepto? -sonrió ladino.

-Por supuesto –respondió Cristina en tono serio y algo decepcionada-. ¿Qué crees tú que es esto?
¿Crees que es una simple ocasión para mostrarse? -replicó duramente-. El concepto de Burlesque es más que unos trajes, es un modo de caracterización que existe hace décadas. Y hemos hecho todo para que salga a la perfección. Ningún cabo suelto se nos escapa. Y ahora tengo que trabajar y no solo para salvar mi culo, sino que el tuyo también, porque la reputación del hotel también está en juego. Así que déjame en paz y deja de pensar estupideces, ¿o crees qué las mujeres nos vestimos así para ser admiradas como un objeto sexual?

Por primera vez en mucho tiempo, Sebastián sintió vergüenza de sí mismo por haber dicho tal estupidez, pero perdía la seguridad ante ella. Y como él no fue capaz de decir nada, Cristina simplemente siguió su camino y cuando llegó a la cocina pudo respirar en paz, porque si él estaba inseguro, ella también.

En otro lado, en pleno apogeo de la fiesta, Fernanda conversaba con cada persona que se ponía por delante. Se encontraba con la élite de la sociedad, hombres y mujeres dignos de admirar no por su estatus social, sino por todo lo que desprendían al caminar. Los minutos pasaban y sabía que tenía que abrir con un pequeño discurso. Pero a pesar de sentirse segura, también sentía un poco de pudor. No le hablaría a la alta sociedad, sino que a futuros clientes, y pensando solo en eso, apartando la vergüenza, se subió al escenario, tomó el micrófono y sonrió como si todos ellos fueran simples súbditos y ella la reina, o en este caso, el espectáculo principal de la noche de Burlesque.

-Sean todos bienvenidos a esta noche donde evocamos una era de grandes tabúes y atracciones. El Burlesque que comenzó como una corriente literaria en diferentes países, terminó siendo reemplazado por esto -hizo un gesto con la mano para mostrar el lugar y su vestuario-. Hoy es una ocasión para disfrutar con alevosía, recordando que la parodia y la comedia son el verdadero sentido de este concepto teatral.-Se echó su pelo lizo hacia atrás y continuó-. Y aquí todos estamos dispuestos a interpretar un rol, ¿verdad?

Todo el mundo estalló en vítores dispuestos a pasar una gran noche. El lugar estaba lleno. Se suponía que ese lugar era solo para socios, pero esta vez había asistido gente que podían pagar un precio razonable y que estaban dispuestos a pasarla bien, sintiéndose privilegiados al tener la oportunidad de ser parte del espectáculo.

-Y antes de bajar y que sean dueños de la fiesta, quiero darles un consejo a los que han venido a ver solo un espectáculo sexual -advirtió de forma enérgica-. Esta noche es de respeto, de diversión tanto para hombres como para mujeres. No se permiten fotos por la sencilla razón de que todos queremos estar relajados con nuestros trajes y disfrutar la experiencia de sentirse diferentes y no es que nos avergoncemos de nuestros cuerpos ni de cómo nos vestimos, pero ni siquiera se atrevan a pensar que este es un club donde hay prostitución. Aquí nos divertimos, nos respetamos. Así que si alguien se propasa -anunció señalando la salida-. Serán expulsados sin contemplación.

Fernanda bajo de la tarima entre aplausos y silbidos por su discurso, ya que ahora además de estar todo muy claro, muchas y muchos estaban realmente tranquilos.

-Lindo discurso -gritó un hombre haciéndose paso entre la multitud-, ¿y qué sucede si se va la luz?

Fernanda reunió toda su fuerza para mirarlo por encima y le sonrió con desdén, aunque él la pasaba por más de una cabeza.

-Simplemente use las escaleras.

La gente de alrededor rió ante la ocurrente respuesta, pero apenas se dieron cuenta de quién se trataba, se alejaron rápidamente.

Ignacio Suberaseaux, con sus aires de grandeza mezclados con la pedantería que lo caracterizaban, comenzó a caminar hasta situarse frente a ella sin amilanarse.

-Supongo que no debería sorprenderme que usted estuviera aquí, y justo hoy.

-¿Por qué no te alegra verme?, después de todo he demostrado ser una buena compañía.

-Porque si no me falla la memoria, usted puso una queja contra mi empresa, y hoy está justamente aquí… de nuevo.

Él tomó una copa de champaña y bebió un sorbo antes de responder.

-Creo que la memoria no te falla, en cambio, la comprensión auditiva, sí. No puse una queja sobre tu empresa de banquetearía, sino sobre ti. ¿O acaso no hiciste lo mismo? –preguntó, levantando la copa-. Únicamente que yo me adelanté.

-Se acabó, disfrute de la fiesta y de la entrada que seguramente pagó. Lo que es yo, tengo trabajo que hacer. -Casi escupió, dándose media vuelta para alejarse lo más posible de él.

-Te equivocas.

-¿Perdón? -se dio vueltas como un torbellino- ¿Está insinuando que no he venido a trabajar?

Él, con una sonrisa en los labios y una mirada brillante en donde denotaba que estaba disfrutando de la situación, contestó:

-No, en que esta vez sí recibí una invitación.

-Pues entonces aprovéchela y déjeme tranquila -siseó furiosa y, al pasar por su lado, sin intención, hizo que Suberaseaux derramara su copa sobre su carísima chaqueta de diseñador. Fernanda sonrió triunfal y ni siquiera se detuvo para intentar ayudarlo a conseguir algo para secarse. No, ella siguió su camino. Pero al poco andar fue detenida por el codo.

-Me debes una disculpa.

-¿Es una petición o una orden?

Él rió con ironía al escuchar su respuesta y ella se sintió totalmente desconcertada, produciendo de inmediato que su rostro se pusiera colorado. Se sentía incómoda, nerviosa y sutilmente intimidada por aquella mirada inquisidora, y cuando Ignacio levantó una ceja como esperando una respuesta, ella se rindió:

-Señor Suberaseaux -comenzó con parsimonia hasta ser interrumpida.

-Después de todo lo que ha sucedido entre nosotros ¿me llamarás por el apellido? ¡Qué descaro! O debo decir… ¿vergüenza?

-Piense lo que quiera, si quiere una disculpa, pues se la doy porque se la merece. Supongo que con eso quedamos a mano.

-Fernanda, crees realmente que con eso, ¿estamos a mano? Pues yo no creo, pero lo que sí sé es que te sientes intimidada hablando conmigo.

-¿Está loco?

-En absoluto. Me acabas de pedir una disculpa que ni siquiera sientes, lo has hecho únicamente por compromiso. Aunque al hacerlo te has ruborizado de una forma realmente deliciosa. Y no es la primera vez-recordó-. También sucedió la primera vez que te conocí en el lobby, más exactamente para la noche de Año Nuevo.

-Está totalmente equivocado… -respondió bajando la mirada, pero sus dedos más rápidos alcanzaron su barbilla para levantar su rostro y mirarla directo a los ojos.

-¿Quieres que te cuente algo? -preguntó con picardía-. He pensado mucho en lo que sucedió esa noche, y en lo que podría haber sucedido después si no hubiera llegado la electricidad…

Ahora no estaba roja, estaba fucsia, y no solo por lo que acababa de escuchar, sino que también por lo irreal de la situación. Estaba en medio de una fiesta y solo sentía que existían ellos dos. Algo que jamás le ocurría, y mucho menos cuando trabajaba.

-Y ese pensamiento… ¿era interesante? O sea me refiero si…

-No sé si la palabra era interesante, más bien excitante, solos tú y yo.

-¿Y? –de pronto la invadió la curiosidad.

-Nada, creo que ya te dije, para el resto usa tu imaginación.

De pronto, olvidándolo todo, sintió un arrebato de confianza. Si él quería imaginación, pues, ella se la daría. Se acercó un poco más, quedando a pocos centímetros.

-Mi imaginación me dice que lo que pensó a continuación fue más que un beso. Puede contármelo, no me voy a espantar si me dice que pensó en nosotros teniendo relaciones en un ascensor.

Después de todo, esa es una fantasía de muchos hombres…

-¿Una fantasía? ¡Qué liberal!

-Sí, es muy común, además en los pensamientos uno no puede mandar, son involuntarios y…

-Fernanda, escúchame.

Ante esas palabras se calló de inmediato quedándose ligeramente consternada. Él estaba totalmente serio, más de lo normal, y la miraba de forma censurable. En cosa de segundos, la confianza se le fue a las pailas y se ruborizó nuevamente. Deseó que todo fuera un sueño, que la tragara la tierra y la escupiera en otro lugar. No quería estar ahora allí, frente a él. Pero algo tenía ese hombre que la atraía como a un imán, su boca carnosa, su mirada penetrante, esa actitud controladora, como si fuera una deidad, y sobre todo ese halo misterioso que lo rodeaba.
-Quería ver que tan creativa era tu imaginación, esto ha sido una broma.
-¿Una… broma? -preguntó nerviosa.
-Sí, y he disfrutaba como hace tiempo que no lo hacía.

-Perfecto, me alegra hacerle de payaso, ahora si me disculpa tengo que trabajar -dijo avanzando para no detenerse. Realmente se sentía estúpida frente a ese hombre. ¿Qué pensaría ahora de ella? ¿Que ella sí se los imaginaba a ambos? Suspiró profundamente para calmarse, hasta que un camarero que había visto el incidente de la copa, llegó hasta ella.

-Fer, toma, te traje esto, tal vez sirva parta que puedas limpiar la chaqueta del señor al que le diste vuelta el trago.

-Gracias, Manuel, ¿puedes hacerlo tú por mí?

-Imposible, tengo que llevar champaña a la mesa seis, está el gerente del hotel. -Se disculpó y pasó por su lado, dejándola sola y sin saber qué hacer.

Como no quería otra queja sobre ella, tomó aire un par de veces, después de todo ahora no estaría a solas con él. No podía temerle eternamente. Se acercó hasta un grupo de personas y con mucha educación, tragándose su orgullo, le entregó el paño, después de todo, ella había sido la culpable y él era un cliente.

Al entregárselo, Ignacio se acercó a su oído.

-En mis pensamientos, te soltaba el cabello -le susurró-, y tú, excitada, me pedias que te hiciera el amor antes de que llegara la electricidad.

Fernanda se quedó literalmente petrificada, ahora no estaban solos, había más gente a su alrededor y esto no era un juego, ¡al menos no uno que ella quisiera jugar!

-Y por supuesto que lo hice –continuó con esa voz endemoniadamente sexy-, y vaya que lo disfrutamos –concluyó, devolviéndole el paño para continuar con la conversación tan amena que estaba llevando.

Fernanda hervía, pero esta vez de rabia, ni una pizca de excitación quedaba ya en su cuerpo, era como si le hubiera caído un balde agua fría. Se pasó el resto de la hora mientras se encargaba de algunas cosas maldiciéndolo a él y a todos sus antepasados juntos. Ese pedante la había avergonzado en su propio terreno.

Por otro lado, Ignacio la observaba moverse en todo momento, hasta que de pronto la vio encerrarse detrás de una puerta alejada del salón.

Fernanda ya no aguantaba más, estaba furiosa, de alguna manera tenía que calmarse, canalizar su frustración, el bochorno. No podía permitir que nada arruinara su noche, menos un hombre como ese, que además de todo le atraía tanto. ¡Maldita fuera su suerte! ¿Por qué tenía que sentir aquello? ¡Y en su trabajo! Y además… ni lo conocía.

Y como si esas razones no bastaran, además ese hombre era un cliente, todo era demasiado confuso, demasiado complicado, y sobre todo demasiado irreal. Casi de cuento, no, qué cuento, ¡de novela! Y de esas que ella no leía precisamente. Así que cuando lo vio entrar con esa maldita sonrisa, lo primero que hizo sin siquiera pensarlo fue lanzarle lo que tenía más a mano.

Menos mal que los reflejos de Ignacio eran buenos, y alcanzó a esquivar el objeto que iba velozmente en su dirección.

-¡Estás loca, me has lanzado un plato! -exclamo cuando este se estrelló contra el suelo, haciéndose añicos.

-¡Mierda! ¡El plato de Cristina!

-Me acabas de lanzar un plato, ¡a mí! –repitió impactado, sobre todo cuando Fernanda pasó por su lado sin siquiera mirarlo, poniéndose de rodillas para coger los pedazos del plato como si fueran oro.

-¿Qué voy a hacer ahora…? -susurró para sí-, Cristina me va a matar, ¡estos platos son de colección!

Ignacio no creía lo que oía, estaba anonadado e impactado a partes iguales.

-Me estás diciendo que me acabas de tirar un plato y te importa más eso que romperme la cabeza. ¡Estás demente!

Ante ese grito o, mejor dicho, rugido se levantó tomando la mayor parte de piezas posibles, atesorándolas contra su pecho y mirándolo con odio.

-Y le lanzaría todos los que quedan si no fueran de colección. Se ha burlado de mí, y no solo eso, disfrutó cuando me humillé pidiéndole perdón por algo que yo no había pensado y que en realidad ¡usted sí lo había hecho! Me hizo parecer estúpida, y no es la primera vez, lo hizo al quejarse de mí y enseñarle las cámaras al gerente del hotel. ¡Está jugando conmigo! Y ahora, por el amor de Dios, salga y déjeme tranquila de una buena vez. Y agradezca que no puedo lanzarle los platos porque le juro que si pudiera ¡se los lanzaría todos! Y aunque no hay nada más que quisiera hacer en este momento, cada uno de estos platos vale una fortuna y no se merece que gaste ni un solo peso en usted. Es insignificante en mi vida y un terrible error de año nuevo.

Ignacio caminó lento, como quien acorrala a su presa, cuando llegó hasta ella, le quitó los pedazos del plato y con cuidado, pero con una mirada escalofriante, los dejó sobre la mesa.

-Tienes un carácter de mierda… pero me vas a escuchar ahora.

-Permítame que me ría, no tengo nada que hablar con usted, ni ahora ni…

Ignacio, sin dejar de mirarla, tomó uno de los platos de la pila y sin arrepentimiento y sin dejar de mirarla, lanzarlo al suelo.

-¡Está loco! ¡No puede hacer eso!

-Claro que puedo, vas a escucharme, o –tomó tres platos y también los lanzó-, romperé todos los que quedan sin arrepentimiento.

-Ignacio… perdón, señor Suberaseaux…

Dos platos más cayeron estrepitosamente.

Fernanda levantó las manos en forma de rendición, casi una docena de platos estaba en el suelo, ahora sí que Cristina la mataría.

-Después de todo lo que hemos hecho, ya deberías llamarme por mi nombre y de una maldita vez dejar de tratarme de usted.

-Bueno, bueno…pero por favor no sigas.

-¿Te vas a callar?

-Sí… sí, pero por favor aléjate de la loza -pidió con una fingida pero suave calma aparente. Estaba alterada, pero sobre todo preocupada y muy nerviosa.

-Siéntate -le ordenó y, al ver que ella miraba buscando una silla, se acercó al mesón y corrió los platos- aquí quedarás bien.

Fernanda obedeció, mirando los pedazos quebrados que estaban por todo el suelo.

-Quiero saber qué es lo que realmente te molesta, Fernanda. No sé si fue el tener que disculparte conmigo, la pequeña broma sobre mi pensamiento, o lo que sentiste cuando te conté mi pequeño secreto… y quiero que me respondas con la verdad, y si te sirve de algo, nada de lo que me digas lo usaré en tu contra ni te causaré problemas. Pero, sino lo haces, te juro que romperé todos los platos que quedan sobre este mesón.

Fernanda tragó saliva y al ver que tomaba más de una docena de platos decidió que ese hombre no jugaba y era capaz de ejecutar su amenaza sin ningún arrepentimiento.

-Tranquila -murmuró con una voz suave pero decidida esperando a que Fernanda se tranquilizara para hablar.

-Todo -respondió avergonzada-, y a eso agrégale lo que sucedió en año nuevo y la queja que pusiste primero que yo -reconoció apesadumbrada.

Al ver su cara, su mirada perdida y triste, se sintió ruin por haberla hecho confesar de esa forma. Dejó los platos sobre la mesa y se acercó hasta ella. No quería que saliera corriendo o que se asustara aún más, parecía un pollito a punto de ser sacrificado. ¿Pero por qué se comportaba así? Se sintió pésimo, la peor persona, un desgraciado sin principios, sin valores.

-Fernanda -dijo tocando el tul de su falda. Ella se aferraba al borde del mesón y movía sus pies que colgaban como si fuera una niña vestida de mujer, ¡y qué tipo de mujer! Así que decidió hacer las cosas a su manera, pero bien. De a poco le soltó los dedos e hizo que lo mirara-. Disculpa, no fue mi intención avergonzarte. Te pido disculpas. He pensado en ti todo este tiempo y bromeé con la situación porque me di cuenta que a ti no te pasó lo mismo. Volqué mi rabia de la peor manera contra ti. Discúlpame por favor.

Las manos que la acariciaban eran hermosas, bien cuidadas y suaves. Mientras pensaba en su respuesta también pudo observar cada detalle der sus pulcras uñas. Había vuelto a bajar la cabeza por temor a que él leyera lo que verdaderamente sentía. Se sentía perdida, y por primera vez sin nada que decir.

-Fernanda, pagaré los daños que he cometido, incluso el plato que me lanzaste… pero por favor discúlpame, he sido un idiota. -Dicho esto soltó sus manos, y fue como si algo le faltara, pero al ver que a ella no le sucedía lo mismo, se alejó.

-Me iré y te dejaré tranquila. No te volveré a molestar -y tras esas escuetas palabras salió.

Fernanda se bajó de un salto y se arrodilló en el suelo pensando en todo lo que había sucedido y en cómo él la había provocado durante todo el tiempo. Quizás la mentirosa ahora era ella por no haberle dicho lo que en realidad sentía, después de todo ella tampoco se había comportado de lo mejor, es más, había sido la primera en comenzar el ataque.

Sonrió ante ese recuerdo, pero no tardó ni dos segundos en sentir un profundo arrepentimiento por ni siquiera haberle pedido perdón. Se levantó del suelo y mientras ordenaba el resto de los platos como el tesoro que eran, la puerta se volvió a abrir.

Se giró rápidamente pensando en que sería Cristina y que en cosa de segundos se tendría que preparar para un sermón y luego la ejecución. Pero no, era Ignacio.

Antes de que él dijera una sola palabra, fue ella la que comenzó:

-También te debo una disculpa, jamás debí lanzarte nada, y me alegro que tengas buenas reflejos, si no otra sería la historia.

-No tiene importancia, y sí, mis reflejos son excelentes.

Cuando la puerta se cerró, Fernanda volvió a sentir ese halo de misterio que lo perseguía y sintió pánico. Pero por extraño que pareciera, estaba feliz de que él hubiera vuelto. Ignacio se acercó hasta ponerse frente a ella, estiró su mano y la saludó protocolarmente.

-Mi nombre es Ignacio Suberaseaux.

-Fernanda Lazo -devolvió el gesto y cerraron la presentación con un apretón de manos-, gracias, no es muy común encontrarse con un hombre atractivo, elegante y que además de todo sea amable.

La sonrisa de Ignacio se borró repentinamente pasando por varios estados de ánimo antes de responder.

-¿Me encuentras atractivo?

-Entre otras cosas menos decorosas, también.-Le respondió sonriendo en forma pícara.

-Bueno, creo que me lo tengo merecido por comportarme como un adolescente cuando en realidad estoy lejos de eso -le respondió de la misma forma.

-Tampoco es que seas tan mayor -comentó sentándose de nuevo sobre el mesón, no le gustaba quedar en desventaja de porte, pero lo que no esperó es que él hiciera lo mismo, aunque, claro, a él no le colgaban los pies.

Si cualquier persona hubiese entrado en ese momento seguro se llevaría una imagen muy diferente de lo que en realidad sucedía. Ambos miraban, o mejor dicho, contemplaban la loza destruida en el suelo.

-De verdad… lo siento -le repitió nuevamente.

-Ya me lo dijiste, no tiene que volver a hacerlo.

-No lo digo por los platos -anunció bajándose de la mesa, poniéndose frente a ella entre sus piernas-, sino por lo que voy a hacer ahora -aclaró subiendo sus brazos hasta su cuello-, voy a besarte aunque corra el riesgo de que me partas la cabeza con un plato después. Pero valdrá la pena porque es lo único que deseo desde que te vi aparecer vestida así. Entre otras cosas.

Acercó su cara a la de ella, que lo miraba petrificada. Bastaron solo unos segundos para que esos labios pegados a los suyos, el olor varonil que emanaban de su cuerpo, sus manos suaves que recorrían su espalda invadiendo cada centímetro de ella, la hicieran reaccionar. Intentó separase, pero fue inútil. Él se acercó con más fuerza hasta sus labios, atacándolos con maestría, ¡nunca la habían besado así! Se odió por lo que le gustó, se odió por lo que estaba sintiendo, se odió por lo poco profesional que estaba siendo y se odió por todas las sensaciones que estaba descubriendo junto a un hombre del que no sabía nada, o bueno, casi nada.

Cuando él se apartó aún dudaba si recibiría una bofetada o un plato en la cabeza, aunque de lo que sí estaba seguro era del calor que emanaba de sus cuerpos que pedían muchísimo más.

-Esto no puede ser, no nos conocemos, eres un cliente del hotel y… esto no es común en mí, aunque te cueste creerlo -dijo tomando aire casi en un hilo de voz.

-Nada de esto está bien -afirmó Ignacio acariciando sus mejillas, recorriéndola con la mirada hipnotizado admirando su boca, su escote, sus senos, su falda, sus piernas. ¡Dios! ¡Sus panties de malla!

Fernanda intentó hablar, pero no tenía voz ni sabía cómo expresar lo que quería, de algún modo estaba esperando que él tomara la iniciativa y la hiciera estallar como tanto deseaba. Estaba paralizada, como una niña que espera su primera vez, y claramente no lo era. ¡Todo era una soberana locura!

Él caminó hacia la puerta para ponerle el seguro.

-Ignacio…

Se volvió hacia ella, tomó su mano con caballerosidad, luego se la besó y como si con eso no bastara, la lamió produciéndole un sinfín de sensaciones nuevas.

-Si no quieres seguir solo dímelo y me iré. Esta vez sí cumpliré mi palabra. Solo dímelo, Fernanda.

Fernanda lo miró a los ojos para darle una respuesta, mientras él con delicadeza soltaba los lazos de su corsé y este se agrandaba enseñándole sus senos. ¿Qué hacer? Estaba claro que Ignacio Suberaseaux decía una cosa pero quería otra, es más, se estaba debatiendo en sus propias convicciones, solo bastaba con mirarlo a la cara para saberlo.

Cuando el lazo quedó desabrochado completamente se detuvo para contemplarla, y cuando lo hizo ya no pudo reprimir sus impulsos, sin importarle nada, hizo los platos a un lado con tanta fuerza que fueron todos a dar al suelo, pero esta vez a Fernanda ni siquiera le importó. Solo quería seguir sintiendo las manos de ese hombre que le terminaba de arrancar la ropa como un verdadero poseso.

-Eres hermosa…realmente hermosa, Fernanda.

-Espera, para…para -pidió sintiéndose intimidada por la forma en que la miraba. Llevándose la mano a sus senos para cubrirse. Se sentía como un platillo expuesto sobre una mesa, y con lo delirante que era esa noche, ¡así era!

Pero Ignacio Subercaseaux, al ver nuevamente el color en su cara supo que debía controlarse, pero no por eso iba a perderse cada detalle de su cuerpo. Con cuidado, apartó las manos y comenzó a desabrochar su camisa para al menos estar en igualdad de condiciones. Luego, se llevó las manos al cinturón he hizo que ella con sus dedos temblorosos los soltara.

Fernanda estaba maravillada, quizás la edad, la experiencia o algo la hicieron sentirse totalmente segura ante él, era un hombre realmente hermoso y diferente, no tenía su vientre marcado ni pectorales totalmente definidos, pero era perfecto sin abusar de la musculatura. Lo estaba admirando al mismo tiempo que sus manos comenzaron a acariciar el vello de su tórax, sí, era realmente perfecto a pesar de los años que tenía. Sus penetrantes ojos parecían brillar con una intensidad diferente, dominándolo todo. Se puso sobre ella y la volvió a besar lamiendo su boca, su cuello una y otra vez. Fernanda sentía que estaba siendo atraída a otra dimensión, su porte, sus besos, su pene palpitante sobre su vientre, absolutamente todo la estaba absorbiendo.

-Ignacio… -fue lo único capaz de decir.

-Repite mi nombre -le pidió en un susurro.

-No soy egocéntrico, pero es que en tus labios suena a gloria -y en forma casi mágica la penetró lentamente, como pidiéndole permiso a cada parte de su cuerpo. Fernanda abrió los ojos y su boca al mismo tiempo, necesitaba expresar ese placer de alguna manera, pero fue acallada por la boca segura y sexy del hombre que la estaba poseyendo sin dejar de contemplarla en ningún momento. Los movimientos se hacían cada vez más tortuosos y más lentos. Era una verdadera agonía, y no solo para él.

-Fernanda…Fernanda… ―jadeó-. Dime por favor que te cuidas.

Quiso decirle que sí, pero no quería mentirle, la verdad es que hace mucho que no lo hacía, últimamente solo se dedicaba a su trabajo. Negó con la cabeza pero rápidamente agregó:

-Pero lo puedo solucionar mañana.

Ahora el que no entendía era él y fue ella que con una sonrisa entendió que aunque se acoplaban de maravilla como si fueran un solo ser, a veces la diferencia de edad no dejaba ver el abanico de posibilidades que ahora le daban a una mujer moderna.

-Pastilla del día después -aclaró y fue ella quien con sus propias manos agarró sus glúteos para acercarlo aún más. Ambos sentían sus músculos contraerse y aquella sensación serpenteante de placer los estaba atacando al mismo tiempo, acelerando esa pequeña pero increíble muerte a manos del otro. Mientras que sus piernas se enredaban en su espalda atrapándolo para jugar en un acompasado vaivén de sus caderas. Cuando sintió que estaba llegando a su fin, clavó las uñas en su espalda mientras él llegaba hasta el final más profundo que podía encontrar, y en ese momento, mirándola, deseó que ese minuto no se acabara nunca, pero que sobre todo se repitiera una infinidad de veces más. Y a su vez Fernanda pidió mentalmente que esa locura que estaba cometiendo se repitiera tantas veces más como fuese posible.

-No puedo más -reconoció con los dientes apretados.

-No pares… no pares -jadeó en su oído, regalándole nuevos sonidos de pura excitación que simplemente hicieron que se perdiera, provocándole unos espasmos enloquecedores. Sus jadeos, su respiración entrecortada, su corazón latiendo junto a su pecho, todo lo estaba llevando a perder el control.

¡Y así fue! Ambos, casi al mismo tiempo, se dejaron llevar por el infinito placer que sentían, Ignacio apoyó los brazos a un costado temblando dentro de ella.

Era increíble, era maravilloso, era ella quien simplemente con sus jadeos lo dejaba fuera de sí, como nunca antes les había pasado.

Fernanda, arrasada por una ola de calor, gritó en su hombro mientras Ignacio la cubría de besos suaves y exigentes al mismo tiempo. Y después de varios segundos, todo volvió a la calma…

Fue, sin lugar a discusión, una de las experiencias más placenteras que había vivido Fernanda. Pero ¿cómo había sido capaz? ¿Qué pasaría ahora con ellos? ¿Acaso todo había sido un terrible error impulsado por la locura? Un error que verdaderamente no tenía idea de cómo corregir o de cómo solucionar, y esa noche… no era Año Nuevo.

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