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Gismonti trajo un viaje por el sueño de la música

Egberto Gismonti deleitó con su estilo a los centenares de seguidores que ovacionaron el poderoso espectáculo rímtico que presentó en Santiago. Fue una experiencia sin regreso.


"Quiero agradecer a todos los que han ayudado a mantener vivo el sueño de la música", fueron las pocas palabras que Egberto Gismontti dijo el viernes en el recital del Teatro Oriente. Todo lo demás redundó en un vuelo de altitud difícil de superar.



El repertorio no requería anuncios ni preparaciones. Circundó por Zig, Zag, Mestizo, Carmen, Aguas Luminosas, Dos Violetas, Lundú, Escravos, Loro, Solo Eg, Tyaméis, Infancia, A fala (el habla), Forrobodó, Fervo y Bianca, entre otros temas de larga duración, de un arte que se ha registrado en más de 50 discos de escasa difusión en Chile.



Gismonti, su hijo Alexandre y Zeca (el contrabajo) comenzaron con un juego de atar y desatar armonías, sutilmente, bajo una luz azul y sobre un escenario sencillo, casi desnudo de parafernalias y obviamente innecesarias cuando se impone la música.



Piano, guitarra, guitarrón y contrabajo eran un solo impulso melodioso, maduro, perfecto en sus pulsiones. Todo esto creó un ambiente más que próspero para los oídos acostumbrados a patrones.



Gismonti, el brasilero que no olvida la temporada que vivió en el Amazonas y que lamenta que no se difunda esta música en el mundo, vino a Chile a estremecer con la destreza y el virtuosismo de una fusión única, entre lo clásico y la rítmica latinoamericana.



Entregó lo que su público conocía y algo más, porque tiene un séquito de fans que esperaron años por verlo. Deleitó con el sonido limpio, la percusión y el juego, y se divirtió en el escenario en medio de una práctica sublime de ritmos, cadencias y melodías de frases largas, tan sutiles como enfáticas.



Cuenta con decenas de años de oficio en un itinerario que lo ha llevado por el mundo, compartiendo la escena con Herbie Hancok, Miles Davis y Nana Vasconcellos. Algo que disfruta de la misma forma como ir un día a las escuelas de samba.



El uso del guitarrón -con todos los recursos esperados e inesperados-, la percusión y algunos armónicos oníricos sutiles imperceptibles; la rapidez notable, los clusters y tantas formas de avanzar hacia lo sutil marcado por un manejo de la tensión maestral, mantuvo la atención en cada minuto de las casi tres horas que duró el recital.



Gismonti es guitarrista, pero cuando se sienta al piano deja claro que su arte es completo. Juega con los ostinatos y lentamente da curso al festejo de melodías, ataques y motivos que desarrolla hasta la sorpresa, en un ambiente semi hipnótico de colores y elaboraciones a trío completo. Sin duda, se trata de uno solo instrumento: el de Brasil.




Gismonti lo dijo: "no he cambiado". Así lo pudieron ver los elegidos que comprenden el mensaje que hay en las decenas de cuerdas danzando, quebrando el imperdonable tiempo y avanzando en la fantasía de una ilusión de la memoria: la música.



El viaje no terminó ni siquiera cuando dejó dos veces el escenario para dar la correspondiente cabida al solo de su hijo y luego del contrabajista.



La música en Gismontti es un trance que no acepta categorías. Una emanación desde el interior y la voz de una artista latinoamericano que optó claramente por la esencia de una formación de académica y la libertad de hacer todo lo que se tiene que hacer.



El sonido llegó a gravitar tanto como el silencio, el contraluz de las síncopas de y percusiones fue la pausa justa que se hizo sentir tan necesario como el reposo después de un largo viaje de ida sin regreso.



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