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Vuelve ese peculiar espíritu colectivo de Los Blops

Los Blops hicieron vanguardia. Buscaron un sonido propio que no iba por la perfección técnica y el resultado fue un estilo bruto. Ahora vuelven a reunirse para cantar en el día del lanzamiento de los tres discos en versión digital de Blops, Del volar de las palomas y Locomotora, los que estarán a la venta desde mañana.


Inolvidable fue aquella trágica vez en que en el festival de Viña de 1972 el animador dice: «Bueno y con ustedes… ¿Cómo se llaman chiquillos?» Ellos, que iban a entregar sus canciones tranquilitas, como Del volar de las palomas y Los momentos recibieron sólo pifias y así quedó destrozado el joven ego de Pedro Greene, Julio Villalobos, Eduardo Gatti, Andrés y Juan Pablo Orrego; los integrantes de Los Blops.



«Salimos del escenario y dijimos ‘así es que no les gustan las canciones espirituales. Entonces, tráguense esta’. Nos pusimos a ensayar rock progresivo durante ocho horas diarias y después presentamos ese repertorio en Viña en un recital muy famosos de esa época, Los caminos que se abren. Hasta hoy se dice que no ha habido nada igual», recordó Gatti.



Esa inspiración frenética dio vida a Locomotora, el disco selecto de los rockeros y coleccionistas locales, quienes fueron capaces de guardar el vinilo por años sin usarlo. Gracias a ellos y al espíritu perseverante de los corazones convencidos de Gatti y Orrego, ahora Los Blops vuelven a actuar, para lanzar la serie de los tres discos de su catálogo, producidos en una versión digital.



«Hace mucho tiempo quería que el material de Los Blops estuviera editado. Ha sido un trabajo largo que ha significado buscar copias de discos que estén en buen estado, porque los masteres fueron destruidos. Gracias a un coleccionista particular, pudimos conseguir el tercer disco», precisó el autor de Los momentos.




Víctor Jara también cantó con Los Blops



Se les acusó de imperialistas por usar instrumentos eléctricos. Los juzgaron como hippies plagiadores de formas de vidas extranjeras y nadie quería grabarlos. Sin embargo, nada impidió que se instalaran en el sitial paradigmático de los pioneros del rock chileno, logrando conciliar el sonido de los Beatles, Rolling Stones, Doors, Animals, Cream, Kinks, Bob Dylan, pero con una mirada más amplia que incorporó lo cotidiano y la naturaleza.



Ahora cuando abunda la «lujuria sonora» -como dice Gatti-, en el tiempo del predominio de las corrientes individuales, regresa ese gran gesto colectivo que fueron Los Blops, con su revolución de flores, sus bonitas sonrisas y sus conspiradoras honestidades.



Además de los pioneros (Gatti, Orrego y Greene) se unieron a las filas de Los Blops, Carlos Fernández y Andrés Pollak. La meta es tocar solo seis temas en el día del relanzamiento de los discos (que será sólo para la prensa) pero no cierran las puertas a dar más recitales.



«Tenemos toda la intención de continuar pero somos aterrizados y queremos ver si hay algún eco o si es pura chochera. Si vemos que se genera una demanda del grupo, vamos a responder. De hecho, tenemos composiciones nuevas», contó.




Palomas, Manchufela y Parafina



Fue en el invierno del ’70 cuando empezaron en la Facultad de Ciencias de la U. de Chile y desde ese primer tema, La Barroquita (de Orrego) surgió una manera audaz de combinar instrumentos eléctricos y acústicos, en la frecuencia del rock, el folclor y lo clásico. Estaban francamente alucinados con Jimmy Hendrix y en esa línea rescataron el sonido local generando nuevas melodías, Vértigo, Atlántico y Niebla, La Mañana y el Jardín, la Maquinaria.



Era una época de evidente polarización política en la que Los Blops se negaron a instrumentalizar la música para un discurso y centraron la vida en una mirada hacia la naturaleza. Este sentimiento inundó en el primer disco Blops (1970) y el segundo Del volar de las palomas, donde ya más maduros cantan en casi todos los temas, excepto El Proclive Necesario.

Se integran a un trabajo espiritual cercano a al estilo Gurdjieff, sometidos a una disciplina de ejercicios, meditación y ensayos. Le tenían tanta fe al proyecto que se fueron a vivir en comunidad la Manchufela", en Av. Ossa con Simón Bolívar, donde se inspiraron para componer Qué Lindas son las Mañanas, Campos Verdes, Tarde, Esencialmente Así No Más, El Río Dónde Va, Pintando Azul el Mar y Rodandera.

Ya para 1972 unidos por la sincronía y la música, llegaron al episodio de Viña. Y llegó la última etapa que fue radical en la tendencia Los Blops. Cargados de frenesí descargaron los sentimientos en el más rotundo de los rocks con el disco que finalizó la producción del conjunto, Locomotora. Se presentaron en el mismo escenario de la Quinta región pero con otro nombre, Parafina.



Después del golpe militar la cinta master (grabada en Argentina) de la Locomotora se perdió y luego Gatti la fue a encontrar en el fondo del basurero de IRT. El disco fue finalmente editado con 500 copias y se volvió a perder el original.



– ¿Cada disco muestra una fase distinta?



– El primero (Los Blops) es un disco ingenuo, inocente, como el de unos niños empezando. Hay dos hitos: Vértigo, una canción de Julio Villalobos y Los Momentos. El segundo disco (Del volar de las palomas) es el de la madurez. Ahí todo está más armadito. El tercero (Locomotora) fue una catarsis. Antes de grabarlo en los recitales llegábamos en cero, nos mirábamos y decíamos: ¿quién parte? Era pura improvisación. Estábamos muy compenetrados.




– ¿Eso requiere sincronía?



– Sí. Logramos un estado de afinidad tan grande que ni siquiera nos mirábamos. Todos sabíamos cuando íbamos a cambiar el acorde. Para mí eso tiene una explicación sólo metafísica.



– ¿Cuál era el sentido con que trabajaron?



– Estuvimos siempre en una búsqueda absolutamente abierta. Hacíamos música, meditación, ejercicios físicos, ensayábamos ocho horas diarias; teníamos una disciplina salvaje. En Los Blops hay algo que es atemporal.



– ¿Cuál cree que fue el aporte de ustedes?



– Encontramos una veta en la que podíamos desarrollarnos como personas. Eso tuvo una forma y un espíritu, el legado se va a definir después. Uno lo que hizo fue entregarse de la manera más honesta posible, con los sentimientos. Los Blops tuvimos la oportunidad de darnos al sistema y de irnos por el negocio de la música pero no fue así. Tuvimos un rasgo de cruda honestidad, que puede ser positivo que conozcan las nuevas generaciones. Aunque nuestra música nunca va a ser masiva. Está hecha para ciertas sensibilidades.



– Nunca manifestaron una opción política partidista en la música

– Eso tenía a mucha gente molesta. La izquierda encontraba que éramos hippies enajenados, que nuestra forma de vivir estaba importada de Estados Unidos, incluso nos acusaban de imperialistas porque usábamos guitarras eléctricas.



Tampoco querían grabarles el primer disco, el que más tarde fue producido por Dicap bajo el mismo nombre del conjunto. En la primera edición no tuvieron problemas, pero antes de lanzar la segunda, les cuestionaron las letras. Ahí sacó la voz Víctor Jara, uno de los grandes defensores del conjunto. Apeló para que salieran nuevas ediciones de Los Blops y con ellos compartió el escenario y dos temas en la grabación del disco El derecho de vivir en paz.




«Fue Víctor el que se acercó a nosotros. Encontró que lo que hacíamos era muy delicado. Una vez en un ensayo nos dijo: ‘Ustedes tienen un tesoro, traten de cuidarlo al máximo’. Iba a escuchar las guitarras que hacíamos Julio Villalobos y yo. Le gustaba nuestra técnica», señaló el creador.



A pesar de las dificultades que tuvieron, conocieron bien el espíritu que sumaba voluntades. Junto a otros músicos armaban recitales, prestándose los equipos entre sí y trasladando todo en el mismo camión.



«La solidaridad era tremenda, fantástica. Eso es parte de esa época. Ahora cada uno se las rasguña con sus propias uñas. Estamos en algo salvaje. Pese a que en esos años el país estaba polarizado, se vivía más tranquilo. El espacio creativo era más amplio. Había una búsqueda de talentos, inquietudes por cosas nuevas», comentó.




– ¿Cómo explica este resurgir de Los Blops?



– A lo mejor estamos en un momento de reencuentros. Me llama la atención lo que pasa con la Nueva Ola que está súper exitosa. Las generaciones más nuevas están interesadas en lo que sucedió. Estamos redescubriéndonos y rearmando una identidad propia, pese a que en un mundo globalizado es sumamente difícil.





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