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Los cuatro apóstoles del rock progresivo

A pocos meses de la llegada a Chile de Roger Waters se lanzó Echoes: The Best of Pink Floyd, que en dos horas con 20 minutos invoca un recorrido sutil por 26 temas de la ruta prodigiosa de los ingleses. La producción fue realizada con la participación de David Gilmour, Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright.


Son la causa, el efecto y las consecuencias del rock progresivo. Fueron plataforma de las siguientes décadas sonoras en buena parte del mundo. En dos palabras, reúnen un concepto fabuloso, que cambió el curso de las tradiciones. Surgieron en la tierra del Támesis. Pink Floyd es la cuadratura perfecta de la pulcritud vocal e instrumental que circunscribió la biografía de varias generaciones.




A pocos meses de la llegada al país de Roger Waters -que en su gira mundial In The Flesh 2002 actuará en marzo en Santiago, Chile, Buenos Aires, Argentina, Caracas, Venezuela, Ciudad de México, México- llegó Echoes, un compilado omnipotente, que arremete y propone, en sentido amplio, atacar la diaria nostalgia de postulados creativos vigentes de rápido consumo. Y lo hace con una dupla de cedés, en que la degustación debe ser paulatina, porque el registro invita, sin redundancias en clásicos, a los sabios parajes de Pink Floyd.



La nómina exacta incluye los temas: Astronomy Domine, See Emily Play Time, The Happiest Days Of Our Lives, Another Brick in The Wall, Hey You, Marooned, The Great Gig In The Sky, Set The Controls For The Heart Of The Sun, Money, Keep Talking, Sheep, Sorrow, Shiine On You Crazy Diamond, Time, The Fletcher Memorial Home, Comfortably Numb, One Of These Days, Us And Them, Learning To Fly, Arnold Layne, Whis You Werw Here, Jugband Blues, High Hopes y >i>Bike.

Además, del inédito When The Tigers Broke Free de la película The Wall, que se suma a esa sutil poética de Echoes: Sobre la cabeza el albatros/ Cuelga sin movimiento en el aire/ Y profundo bajo las olas/ En laberintos de cuevas corales/ Un eco de un tiempo distante/ Viene estrellándose a través/ de la arena/ Y todo es verde y submarino.



Fueron los apóstoles del rock contemporáneo y tras ellos no hubo huestes en la innovación que emergió desde The Beatles, The Rolling Stones, The Who, Led Zeppelín. Pink Floyd llegó para ampliar el horizonte y educar, en un dialecto universal, a los futuros navegantes de convulsos mares de las artes sonoras electrónicas.




Hasta la Sicodelia



El mito nació en la secundaria de Cambridge, donde Syd Barrett, David Gilmour y Roger Waters iniciaron el derrotero, donde más tarde predicó Pink Floyd. Cada uno comenzó a buscar su destino, sin imaginar que hubiera bastado mantenerse unidos. Pero Gilmour y Barrett partieron a recorrer Europa, mientras que Waters con Richard Wright y Nick Mason formaron el grupo de R&B, llamado Sigma 6, y que luego tuvo muchas otras denominaciones (T-Set, Megadeaths y Abdabs).



Eran los años de la espiral amplia de conciencia sicodélica, los 60, y Waters iniciaba su carrera con el rhythm & blues. Pronto invitó a Barrett a la banda pero se produjo un choque entre el estilo psicodélico y místico de este último. Así a fines de 1965 se dio por terminada esta experiencia iniciática y pronto se da paso a una nueva plataforma, que reunió a Waters, Barrett, Mason y Wright. En un homenaje sin igual tomaron por nombre The Pink Floyd Sound, inspirados en dos bluesmen, Pink Anderson y Floyd Council.



El plan de instrucciones con Barrett a la cabeza los llamó a indagar en las honduras de los paisajes instrumentales amplios, con genuinas panorámicas sonoras que adherían experimentación tecnológica, acoples, reverberaciones. A la par, soltaron la rienda a las posibilidades creadoras y sacaron licencia para hacer, aliándose con todos los recursos posibles en la gama de lo eléctrico y poético.



Esa frecuencia comenzó a resonar en locales underground y con Syd alucinando en 1967 lanzaron el primer sencillo, Arnold Layne. El segundo fue See Emily Play y el primer LP, The Piper at the Gates of Dawn.




Barrett quedó en el camino



Pero el sueño y los viajes de Barrett, al igual que sus actuaciones impredecibles y las parálisis esporádicas con sorprendía a los demás integrantes, provocaron que, como un trapo viejo, un día fuera abandonado en un tour. Aunque un poco antes de la salida definitiva, a inicios del 1968 David Gilmour se integró como el quinto Pink Floyd. Se alineó con la idea de apoyar a la banda en los recitales para que Barrett siguiera a la cabeza en lo creativo, pero el plan no funcionó y a poco andar Roger Keith Barrett Syd quedó en el camino.




En adelante, y sin el artículo the, Pink Floyd no padeció cambios por una temporada, la necesaria para concretar desde Saucerful of Secrets (disco que marcó el periodo de transición) hasta Animals.



Ya en 1969 Waters se adiestraba en la composición y los demás pulían el rock experimental con toques de psicodélica, y majestuosos arreglos de duraciones extendidas. Así en Ummagumma la experimentación individual sella a la banda como vanguardia en el space-rock.



Encontraron los 70 con Atom Heart Mother, un disco parcialmente escrito en cooperación con el compositor de vanguardia Ron Geesin y que destaca como el primero de una serie con portadas diseñadas por Hipgnosis. A éste le sigue Medel. Y ya para 1973, cuando Barrett yacía en el olvido, dieron con The Dark Side of the Moon, que marcó la fase poética dominada por las letras de Waters y con Gilmour en la guitarra. Este es uno de los discos más vendidos en todos los tiempos (más de 25 millones de copias) que se impone como manantial de la eterna inspiración.



Dos años después nace Wish You Were Here, donde Shine On You Crazy Diamond rememora a Barrett, mientras su fantasma rondaba durante las grabaciones intentando colaborar.



La crisis empezó a manifestarse después de 1979, cuando lanzan The Wall, el conocidísimo álbum conceptual en que predomina la mano de Waters, para desarrollar la ilustración de la enajenación de una estrella de rock «enigmáticamente» llamada Pink Floyd.



Esta majestuosa producción, sólo superada en ventas por Dark Side of The Moon, posteriormente serviría de base para la película del mismo nombre protagonizada por Bob Geldof y que incluye animaciones por Gerald Scarfe, diseñador de los modelos incluidos en el álbum.




El single Another Brick in the Wall marcó el retorno del grupo a los primeros lugares de las carteleras en este formato. El álbum, en el que Waters toma el control casi por completo de la composición y voz, sirvió también para montar un delirante show en vivo, en el que un muro real era construido alrededor del grupo a medida que avanzaba el concierto.



Si bien The Wall es un hito no alcanzó a erradicar las grietas de la banda. Así en 1983 The Final Cut recicló el material compuesto para The Wall y que finalmente fue descartado (hasta entonces). El álbum es tratado por la crítica hasta el día de hoy como un esfuerzo improductivo, poco imaginativo e innovador, opaco y sin gracia, en el que las contribuciones de Mason son imperceptibles y donde Gilmour luce desinteresado.





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Sigue:



El corte y el final


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