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Juan Luis Cebrián: ‘Más que una oportunidad, América Latina es una vocación’

Francomoribundia, la segunda parte de la trilogía El miedo y la fuerza, se titula el último libro que Cebrián vino a presentar a Chile. Pero la presencia de Jaime de Polanco y otros miembros del grupo Prisa hacen suponer que a algo más viajó quien fuera el primer director del diario El País y uno de los íconos de la transición española.


«De ninguna manera merezco este purgatorio, nadie podría descubrirme el alma de un gran pecador que haya de pagar sus culpas, mi vida entera ha sido puesta al servicio de los españoles (…) no supe escuchar la verdadera voz de mi conciencia que nunca se ha equivocado en momentos trascendentales, iluminada por el Altísimo. No tengo miedo, por eso, de comparecer ante Él con las manos manchadas, la sangre puede a veces ser una denuncia, pero es también una prueba de amor y de entrega formidable, la sangre vertida fue precisa para la redención de España, es como la de Cristo, coma la de los mártires, fecunda, veraz, vibrante de energías, por eso luce su color en nuestra bandera".



Es Franco. O las cavilaciones de Franco en su lecho de muerte. No hay arrepentimiento, no hay sentimiento de culpa, no hay angustia. Hay, simplemente, la sensación de haber sido casi un mensajero del destino celestial de su querida España. Vaya forma de quererla.



En el singular y logradísimo ejercicio literario que practica Juan Luis Cebrián al comenzar su novela Francomoribundia con un extenso monólogo del dictador hay, como reconoce en conversación con El Mostrador.cl, "elementos de investigación del alma humana y su lado oscuro. Franco es un asesino en serie que no arrepiente de sus crímenes, que siente que los ha cometido por mandato divino y por el bien del país".



Su novela, la segunda parte de una trilogía que comenzó el 2000 con La agonía del dragón, se inicia con los últimos días del Generalísimo y termina con el intento de golpe de Estado de febrero de 1981, época de una democracia aún frágil e incipiente.



"El franquismo es una forma de entender el mundo y España. No nació ni murió con Franco, sino que es sólo la continuación de la historia de la intolerancia española. El resto son paréntesis como el que vivimos tras su muerte y que espero que no se cierre nunca", comenta.



"En Chile debería haber espacio para un periódico progresista"



Además de escritor, Juan Luis Cebrián es periodista. Con apenas 30 años, asumió la dirección en 1976 de un nuevo diario que cambiaría radicalmente la forma de hacer periodismo tanto en España como en el resto de los países de habla hispana: El País.



Se mantuvo a la cabeza de dicho medio hasta 1988, cuando Prisa, dueña de El País, editorial Santillana y más de 50 radios, lo invitó a ser consejero delegado. Desde entonces, Cebrián ha mezclado sus actividades estrictamente profesionales con su oficio literario, lo que, al contrario de lo que podría sospecharse, ha potenciado sus dos carreras.



Su trayectoria y amistad con Felipe González lo han erigido como un ícono de la transición española, además de un respetado intelectual y pensador del tema que le es más propio: los medios de comunicación. Es por ello que lo primero que le preguntamos es cómo ve el proceso de farandulización de la vida pública que han cambiado la forma de hacer política, a lo que nos responde:



"El convertir la cultura en espectáculo es un fenómeno reciente y no es necesariamente perverso. En realidad, la gran cultura es un espectáculo mayor, como los ritos de la iglesia católica y las apariciones del Papa. No hay un show de Brooklin tan importante como ese. La cuestión no es si se ha farandulizado la política, la cultura o la economía, sino qué calidad tiene como espectáculo, que en España se ha degradado totalmente. Pero es una tendencia general en el mundo y es difícil de corregir si no se insiste en una concepción más crítica de la educación", dice.



Más allá de si es o no un buen espectáculo, la mediocracia ha traído como consecuencia que los debates públicos con altura sean reemplazados por mezquindades, algo en lo que incluso ha caído la propia clase política.
– El problema es que si los políticos hacen debates aburridos con términos que nadie entiende y llenos de estadísticas y revisiones legales, la gente se aburre. Si los debates, empezando por el parlamento, fueran de verdad debates y confrontación de ideas políticas y proyectos sobre cuestiones que interesan a la gente, eso sería también farandulizarlo, pero con categoría, por cierto. En Chile, por ejemplo, si se llevara un debate permanente y auténtico sobre la ley del divorcio o sobre la sexualidad y la iglesia católica, seguramente tendría mucha aceptación y sería un espectáculo de gran audiencia. Eso sería farandulizarlo, pero convertido en un drama de Shakespeare o una comedia de Moliere.



Si ese tipo de debates en Chile no se dan con la debida constancia que requiere es porque la mayoría de los medios de comunicación están concentrados en sectores más conservadores de la sociedad. Usted fue director de El País, que surgió como un espacio medial construido por un grupo de personas que querían que ciertos valores de centro izquierda estuvieran representados en el debate público, ¿qué le parece que la Concertación no haya sido capaz de erigir un medio que aglutine una visión de mundo más progresista?
El País fue un proyecto de la sociedad civil y no de la clase política. A la Concertación y los partidos que la integran se les puede reclamar por muchas cosas, pero no que no hayan levantado un medio de comunicación. Si no se ha creado, es porque no ha habido empresarios, periodistas emprendedores, ni ha habido coraje para correr el riesgo. Hay muy buenos empresarios en Chile que saben tomar riesgos en otros sectores y hay muy buenos periodistas también. Por qué nadie o muy poca gente a hecho esa apuesta es algo para preguntarse. En lo personal, me parece que es fruto de la excesiva politización, en el mal sentido, de la sociedad chilena. Si los medios están dentro o fuera de la Concertación no es el problema, sino cuán capaces son de representar a la ciudadanía y no dejar afuera a un porcentaje extraordinario del país.



¿Hoy se puede hablar de democracia cuando los distintos sectores de la sociedad no están representados por los medios?
– La tarea de los políticos es generar o diseñar el marco institucional en el que eso es posible. Y es así en Chile, porque las leyes respecto a la propiedad de los medios de comunicación son menos restrictivas que en muchos otros países. El marco institucional existe. Lo importante es saber de qué manera la sociedad civil chilena es capaz de alumbrar un medio de comunicación, que además sea profesionalmente bien hecho y rentable. No conviene echarle la culpa de todo a los políticos.



Reconociendo que hay un vasto sector de la sociedad que no tiene muchos medios de comunicación que lo represente, es indudable que para un grupo como Prisa es un mercado al menos interesante. Prueba de ello es que hasta el año pasado estuvieron en conversaciones con el Gobierno para comprar el diario La Nación. ¿Qué pasó finalmente?
– Los periódicos son un sistema de crítica a los gobiernos, por lo tanto que un diario está ligado al gobierno es matar al periódico. En esos momentos estábamos dispuestos a hacer una oferta pero no llegamos a un acuerdo con los accionistas. Además, si uno mira el panorama de la prensa chilena, debería haber espacio para un periódico de centro izquierda o progresista. Esos lectores potencialmente existen. Es un mercado pequeño, por lo que si se crear ese medio, arrastrarían lectores de otros medios. Habrían nuevos, sin duda, pero se llevarían de los otros.



¿Pero el grupo Prisa sigue con el interés de instalar un periódico en Chile?
– Los periódicos con un producto del siglo XIX, por lo que están ligados a la idea del estado-nación y todas esas tonterías que todavía nos cuentan de la soberanía y la identidad, que son tonterías que yo mismo me las creo. Es por eso que para la gente ver capital extranjero en los periódicos es siempre muy sospechoso. Con esto no quiero decir que no estamos dispuestos a invertir en periódicos fuera de España. Prueba de esto es que estamos en Bolivia con La Razón y que estuvimos en México, Portugal e Inglaterra. Lo esencial de los medios son sus relaciones y eso lo tiene que producir la sociedad civil de cada país. Ahora si nos piden ayuda de know how, de distribución o de teoría general de cómo hacer un periódico, estamos abiertos a brindar apoyo que sea necesario.



En el mediano plazo entonces Prisa no invertirá en un diario nuestro país.
– No estamos buscándolo, pero si hay un proyecto interesante, lo estudiaremos.



¿Hasta qué punto las crisis que se han ido sucediendo en los últimos años en América Latina los han puesto más reticente a invertir en la región?
– Nunca hemos sido reticentes con América latina. Somos realistas y tratamos de acoplarnos a la realidad. Queremos que el 40 por ciento de los ingresos vengan de fuera de España para darle a Prisa una estabilidad y una independencia ideal frente a los poderes fácticos. Por lo demás, estoy convencido que nuestro mercado es lingüístico. Después del inglés y del chino, el español es el mercado más fuerte que existe para la industria mediática y cultural. En estos momentos estamos en todos los países de América Latina con Santillana y pensamos que la idea de una radio panamericana es posible, es conveniente y es buena. Que América latina tiene crisis, pues sí, ya lo sabemos. Con Santillana estamos desde hace muchísimos años y hemos vivido toda clase de avatares hemos sabido sobrellevarlos. Para mí América Latina no es una oportunidad, es una vocación profunda y real, que se refleja en nuestro interés por crear un referente que contrarresten la hegemonía que se produce por la concentración medial. Es ese el único motivo por el que nosotros insistimos en invertir en América Latina. Tenemos mucha fe en esta región, tiene una gran potencialidad. Hay un problema de institucionalidad que tiene que resolver y lo harán. Por eso nuestra apuesta es por América Latina.

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