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Miel para Oshún: crónica de un reencuentro íntimo

Con la clara pretensión de retratar y reflejar una sociedad en cautiverio, este solvente realizador cubano sale a escudriñar -con la cámara como testigo- en la idiosincrasia de la Cuba actual, pero sin embargo se queda en la superficie en una especie de clase de paisajismo, conformando más bien una mirada netamente turística, apolítica y bastante distante sobre la realidad de la vida en la isla.


En un sentimental intento por plasmar una visión íntima y a la vez reveladora de lo que es Cuba hoy, Humberto Solás se pasea por las calles y caminos de su país filmando innumerables parajes de la isla (casi en un paseo turístico), con la excusa de registrar el seguimiento del protagonista en su incansable y a veces agotable búsqueda. Apartándose tangencialmente del tema revolucionario, el realizador maneja una historia más bien orientada hacia los conflictos personales del personaje principal, distanciándolo del proceso político de la isla y acercándolo a un reencuentro consigo mismo y sus raíces.



Solás no logra conmover ni emocionar, pese a que la constante y reflexiva confusión de identidad con relación al entorno familiar de Roberto (el protagonista), agradan y manejan la cinta de buena manera por los largos momentos, pero finalmente se impone la mirada pintoresca, irreal, apolítica y estereotipada de una Cuba idílica, íntimamente ligada al sentimentaloide y desgarrador exilio que mueve la historia.



El filme aborda las diferencias entre los cubanos opositores residentes en Norteamérica y los habitantes de la isla, con una estructura clásica a la hora de desarrollar el relato, utilizando un lenguaje simplista y efectista y una agilización artificial por parte de los coprotagonistas que parecen obligar a Roberto a terminar su proeza como si supieran que de verse mermada su tarea, Miel para Oshún debe bajar el telón y dejar las bellezas naturales para los guías turísticos de la isla.



El argumento se mueve en torno a Roberto (Jorge Perugorría), un joven cubano americano, quién fuera llevado de la isla ilegalmente por su padre cuando tenía siete años y que retorna por primera vez a su país de origen con el propósito fundamental de reencontrarse con su madre. En su tierra, y gracias a su prima Pilar (Isabel Santos), descubre los reales acontecimientos de su infancia, revelándosele una verdad muy diferente.



Luego de la revolución cubana, su padre -ahora fallecido- lo secuestra de su empobrecida madre y lo lleva al exilio en los Estados Unidos. Ahora, en La Habana descubre los rastros de la penosa vida de su madre y junto a su compañero Antonio (Mario Limonta), un taxista algo tramposo, encuentra las ansiadas respuestas. Este viaje se convertirá también en un decisivo encuentro con su país y su verdadera identidad.



Con la excusa del regreso del protagonista a su patria, el director Humberto Solás crea a su placer un esquema paradisíaco y cotidiano, maquinizado por un trío de intérpretes que se entorpecen entre ellos -dos de los cuales no buscan nada- en una especie de cruzada humanista y emocional que pretende por sobre su meta final, elaborar, desarrollar y unir íntimamente los sentimientos más oscuros, profundos y guardados de cada uno de los miembros de este obstaculizado, absurdo e interminable viaje hacia las respuestas.



Linealmente pausada, de una simpleza cuestionable, liviana, pretenciosa y políticamente intangible, Miel para Oshún más que un filme propio del cine cubano parece una excursión adolescente ineficientemente humorística y poco cálida.



Con una elevada dosis de sensiblería barata, el otrora genial realizador Humberto Solás intenta crear una aguda reflexión sobre la búsqueda de identidad de quienes abandonan Cuba. Sin embargo, se queda en la repetición de situaciones y lugares comunes que terminan por conformar un cuadro abúlico, apático, trabado, superficial y por sobre todo poco convincente.

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