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La evolución reconstructiva de un hombre sin recuerdos

Con un estilo pasivo y linealmente rítmico, el nuevo trabajo de este genial realizador finlandés mezcla acertadamente un humor clásico con el absurdo, la melancolía y la crítica social en un retrato poderoso, sagaz, contundente y por sobre todo, verosímil. Esta película se robustece con la mitología del cine para proponer una enérgica faena: la del regreso de un hombre hacia su nueva vida.


Pese a que el argumento no resalta por su originalidad, el destacado director Aki Kaurismaki, logra elaborar con gran solvencia y pulcritud un relato hermoso, emotivo y cálidamente ágil en su desarrollo narrativo. La línea formal que mantiene, los claros y acertados atisbos de comicidad, la sólida elaboración de guión, la minuciosa construcción de personajes y la potente interpretación de su protagonista hacen de El Hombre sin pasado una obra poderosa en todo orden de cosas -en especial en su dirección-.



Kaurismaki ejecuta un trabajo magnífico al elaborar rigurosa y estudiadamente cada plano, cada secuencia o cada parlamento -los cuales manejan una economía del lenguaje bastante propicia para el dinámico desarrollo del relato-. Lúcidos, inteligentes, vivos, hilarantes y certeros, los diálogos son conjugados e hilvanados genialmente en todo el largometraje que, particularmente no sustenta su potencialidad en qué nos cuenta, sino más bien en cómo se cuenta.



Desde las profundidades de lo absurdo y lo surreal, bastante cercano a la comedia negra y con un tipo de humor irónico y oscuro, El Hombre sin pasado nos introduce poco a poco en la reconstrucción de la vida de nuestro desmemoriado personaje mediante hábiles textos, inusuales situaciones y extravagantes personajes. La originalidad del realizador radica en su talento para jugar con la emotividad y susceptibilidad del público, contextualizándolo en un realismo extremo y cruel pero apaciblemente sincero.



Es interesante analizar como el realizador plasma su visión de la sociedad mediante una historia mediana y no muy elaborada pero apta para plantear su mirada acerca de los conflictos sociales y las tragedias sencillas y cotidianas. Crítico agudo y punzante de un paisaje tosco y moribundo, Kaurismaki camina sin estereotipaciones por un mundo físico y síquico haciendo de su relato un cuento oscuro, lúgubre y depresivo pero, sin embargo, con esperanzas.



El relato desarrolla la historia de un trabajador desempleado que llega en tren a Helsinki y se queda dormido pacíficamente en un banco, no muy lejos de la estación a la que llegó con sus últimos sueños.



Un grupo de delincuentes que pasa por allí no resistirá la tentación de robarle primero y maltratarlo brutalmente después, hasta dejarlo casi sin vida, con el rostro cubierto por esa careta del horror en que se transforma su herramienta de trabajo: la máscara de soldador. En el hospital también lo darán por muerto, no sólo los médicos, sino también los instrumentos, que ya no le detectan el pulso.



Sin embargo, ese sujeto gigantesco, vendado de pies a cabeza de pronto se pone de pie, cobra vida y emprende el camino incierto hacia una existencia nueva. Con la memoria vacía, deja el hospital y sin ningún lugar dónde ir, se echa a andar en busca de indicios de su pasado, de su vida, de su ser, encontrando cobijo entre los indigentes locales. Nuestro protagonista debe entonces renacer, comenzar desde cero a forjarse una vida, penosa labor aligerada por Irma, miembro del Ejército de Salvación, quien le da un lugar en el mundo (y en su corazón) a este hombre abandonado a su suerte.



Es sustancial como Kaurismaki plantea la circularidad de la vida, es decir la posibilidad de optar, optar a un cambio simple o total que modifique netamente una existencia, para bien o para mal. Consciente o inconscientemente, la cinta deja de manifiesto la radicalidad y evolución reconstructiva por la que un hombre sin memoria debe pasar al enfrentar su destino, y rearmarlo superando un sinnúmero de barreras sociales y de identidad.



Con una fuerte carga metafórica, El Hombre sin pasado nos plantea la idea de un renacimiento, de un despertar hacia lo nuevo, lo irreconocible, hacia una vida más próspera desde el punto de vista de la felicidad como un hombre integro, feliz, libre.



De un lirismo de antología, de una comicidad irónica plausiblemente tangible y de una construcción de personajes y diálogos de excepción, la película de Kaurismaki se convierte en una certera clase sobre cine y de cómo trasformar una simple historia en una obra maestra en términos cinematográficos.

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