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José Román: «En Chile se evita hacer un cine conflictivo»

Crítico de la nueva generación cinematográfica ‘sin identidad y algo pacata’, José Román, realizador audiovisual, ensayista, guionista y autor la magistral obra dirigida por Aldo Francia, Valparaíso mi amor, conversó con El Mostrador.cl sobre su trabajo y la evolución de la filmografía nacional.


Junto con El chacal de Nahueltoro de Miguel Littin y Tres tristes tigres de Raúl Ruiz, Valparaíso mi amor, la obra inspirada en los hechos reales que ocurrieron en el puerto de la Quinta Región, marcó una importante etapa en la historia de la cinematografía nacional. Dirigida por Aldo Francia y escrita por José Román, la película adquirió con los años una representatividad que fuertemente caló hondo en una generación.



La obra que relataba la cruda historia de cuatro niños de escasos recursos -abandonados y enfrentados de forma brutal a la vida-, materializó de gran forma un icono de ese admirado y no igualado nuevo cine chileno de finales de los años sesenta. Marcada por un intensa búsqueda de la realidad desde una perspectiva fidedigna y reveladora, esa antigua nueva era del cine sustentó su trabajo en la particularidad de sus estilos y argumentos, potenciados por una visión intensa y comprometida con el paisaje político, cultural y social de Chile.



Valparaíso mi amor hereda la sencillez del neorrealismo italiano y también recoge algunos postulados del nuevo cine que se estaba realizando en Francia. Para su guionista, José Román, esa la importancia que esta película tiene. «Esa búsqueda, esa aproximación a la realidad con más óptica, austera, seca y con más de alguna narrativa diferente a lo que hacia el cine tradicional», comenta.



Y agrega: «Aldo Francia había hecho algunos cortometrajes, yo había tenido algunas experiencias como libretista, guionista y este fue el encuentro que se produjo en una afinidad de intereses culturales. Todos teníamos las mismas aficiones, nos gustaba el mismo tipo de cine y queríamos de alguna manera hacer una película que renovara lo que la cinematografía nacional había hecho hasta entonces, que era un cine con pretensiones comerciales, bastante vinculado a producciones extranjeras tipo Hollywood o al cine argentino y mexicano comercial».



– Según su apreciación, ¿qué significó para la cinematografía nacional, Valparaíso mi amor?
– Bueno, se ha señalado y yo creo que con bastante justicia, que hay tres películas que a fines de los sesenta constituyen lo que se llamó entonces el nuevo cine chileno. Estas fueron Tres tristes tigres, El chacal de Nahueltoro y Valparaíso mi amor. Cada una de ellas, con un estilo diferente y con una aproximación diferente la realidad. Así que dentro de esa trilogía o dentro de ese tríptico, Valparaíso mi amor recoge la herencia del neorrealismo italiano y también acoge algunos postulados de ese nuevo cine que se estaba realizando en Francia. Esa es la importancia que esta película tiene. Esa búsqueda, esa aproximación a la realidad con más óptica, austera, seca y con más de alguna narrativa diferente a lo que hacia el cine tradicional.



– ¿Qué significó para usted trabajar con Aldo Francia?
– Bueno, para todo el grupo aquel que trabajo en Valparaíso mi amor fue una experiencia iniciática en el sentido de que ninguno había hecho antes un largometraje. Teníamos todos el deseo de hacer cine y nada mas. Aldo Francia había hecho algunos cortometrajes, yo había tenido algunas experiencias como libretista, guionista y este fue el encuentro que se produjo en una afinidad de intereses culturales.



«Todos teníamos las mismas aficiones, nos gustaba el mismo tipo de cine y queríamos de alguna manera hacer una película que renovara lo que la cinematografía nacional había hecho hasta entonces, que era un cine con pretensiones comerciales, bastante vinculado a producciones extranjeras tipo Hollywood o al cine argentino y mexicano comercial. Entonces para nosotros, encontrarnos fue realmente una especie de comunión en el sentido que llegamos a descubrir un objetivo que nos interesaba a todos. El retratar, por ejemplo este país. No en sus apariencias sino que en lo que estaba más allá. De alguna manera desentrañar lo que se ha llamado la identidad nacional».



– ¿Cómo ve el sustancial cambio temático que tiene el cine chileno?
– Hay en las películas chilenas que se han hecho posteriormente, la intención de reflejar lo que este país es, pero pienso que la diferencia de ese cine que se llamó nuevo cine chileno de finales de los sesenta con el actual, es que la gente que hace cine ahora está buscando principalmente abrirse a un mercado, tener la posibilidad de tener acceso a otra cinematografía, hacer una carrera en el cine, llegar a una gran cantidad de espectadores y un público muy mayoritario.



«Creo que de pronto se hacen concesiones a un gusto masivo que a veces es muy dudoso. Se hacen concesiones a una narrativa muy simple, muy directa, muy elemental. Y esa preocupación no existía a fines de los años sesenta. Lo que interesaba en ese entonces era, más bien, la búsqueda de un lenguaje, a lo mejor con cierta arrogancia porque nosotros no nos preguntábamos cuántos espectadores íbamos a tener o si la película iba a tener eco en el extranjero. Nunca nos planteamos ese problema. Sobre todo había una necesidad de hacer cine como una vocación».



– ¿Cree que actualmente se filma sólo lo que la gente quiere ver?
– Por lo que he visto me da la impresión que hay mucha tendencia a alagar los gustos del público masivo, a buscar un humor fácil, naturalista, que me parece interesante porque da cierta identidad, pero me preocupa el no ir explorando en la búsqueda de un nuevo cine, de un lenguaje innovador.



Posterior a la película el Chacotero sentimental de 1999, aparecieron muchas cintas que seguían una fórmula única de comedia social, que trataba superficialmente distintas situaciones, ¿Por qué se ha girado hacia ese horizonte, en desmedro de temáticas más complejas?
– Una vez un cineasta me dijo, bueno ahora ya estamos en otra, olvidémonos de la dictadura, olvidemos de ese periodo aciago de Chile y busquemos un cine más parecido al resto del Latinoamérica, pensando un poco en lo que gusta en los festivales, en la acogida que puede tener en ciertas redes de distribución de televisión por cable. Creo que hay inconscientemente un deseo de evitar hacer un cine muy conflictivo, que pueda tener problemas con la censura, que pueda tener problemas con el rechazo en ciertos circuitos y se evitan los temas peliagudos. También, sin duda, piensan en el espectador. Hay una gran cantidad de público que no estarían de acuerdo con la ideología de esas películas.



– ¿Piensa que el cine tiene como función reflejar el panorama político, social y cultural del país?
– Hay una vieja teoría que viene de la época de Krakauer y de otros teóricos que dicen que el cine tiene una vocación realista, por el hecho de que captura la realidad, al menos en sus apariencias, como ningún otro arte. Por lo tanto refleja la sociedad de una u otra manera quiéralo o no. En ese sentido creo que cualquier cosa que aparezca frente a la pantalla, de algún modo está evidenciando la sociedad en que se vive y más aún las historias que se cuentan.



«A mi juicio, una película no puede soslayar un momento histórico, las estructuras sociales en que se vive y las relaciones interpersonales. Creo que cuando se trata de evitar eso, generalmente se cae en varios problemas. Primero, en el conformismo y segundo en la frivolidad».



– ¿Cuánto ha ganado y perdido el cine nacional a lo largo de su historia?
– Ha ganado en volumen de producción, en cantidad de gente interesada en hacer películas y hay una mayor tecnología. En la parte técnica nos estamos acercando a unos estándares internacionales, y eso sin duda es una ganancia. Hay más profesionales y más especialización, hay equipos de producción capaces de sacar adelante proyectos complejos, etc. Pero la perdida es, de alguna manera, la desaparición de los objetivos. Yo no culpo a los cineastas, no culpo a la gente que hace películas. Yo culpo a la época.





«Estamos viviendo en una era compleja donde se han perdido estas utopías que habían en la década del sesenta y este deseo de cambiar las cosas. Nuestra generación decía, no nos gusta Hollywood. Hay que hacer algo distinto. No nos gusta el melodrama mexicano, y tampoco nos gusta cierto cine urbano pretencioso argentino. Y eso implicaba una postura ideológica y estética, que creo que ahora se ha perdido por un cierto pragmatismo. Pienso que la gente que ahora hace películas se preocupa de lo que le gustará a la gente. Esa es la gran diferencia».



– Usted estuvo a cargo del guión de Valparaíso mi amor como también en el de Mi famosa desconocida de Edgardo Viereck. ¿Cómo aprecia estos dos polos?
– De alguna manera tiene que ver con lo que acabo de expresar. Viereck representa esta nueva generación que busca hacerse un camino, una carrera en el cine. Esta buscando tener una continuidad en la producción y la vez buscando formas de financiarse que implican algunos compromisos. Mi famosa desconocida se financió en gran parte gracias a la televisión, por lo tanto había que hacer una película que agradara a ese medio. Entonces toda la dimensión crítica que la película tuvo en un comienzo, después se pierde por el tono de comedia, por la diversión liviana. El proyecto original, que no era lo que el filme es, de algún modo se diluye en estos compromisos hacia un público masivo que guste de esa comedia liviana. El guión originariamente era una crítica a la televisión muy fuerte, y eso desaparece. Cuando hicimos Valparaíso mi amor no pensábamos en ningún tipo de obligaciones. Para nosotros había que hacer esa obra sin transigir en nada. Esa es la diferencia.



– ¿Quedó algún legado de esa vieja escuela?
– Pienso que hay una actitud que es muy chilena que llamo la locura fundacional, es decir, la gente dice yo voy a hacer una película y el cine empieza conmigo. Desconocen una herencia, desconocen el pasado y no quieren tener ningún vínculo con lo que se ha hecho antes. Lo que de algún modo es bueno cuando se plantea en términos de una posición a ese pasado.



«En otras palabras es como decir "yo me opongo a las películas anteriores porque tengo una nueva propuesta que me parece más interesante", pero no pasa eso. Simplemente, las nuevas generaciones ignoran lo que se hizo antes, ni siquiera quieren analizar esas películas, sino que están dispuestos a hacer algo que es fundacional. Eso es lo que yo veo».





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