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Cuando los deseos de venganza corrompen el alma y la razón

Con las actuaciones de Tim Robbins, Kevin Bacon, Sean Penn y Laurence Fishburne en los roles protagónicos, Río Místico mezcla el thriller con el drama, y hace fluir los aspectos internos de cada personaje, en un marco de intrigas y giros en el relato.


Resulta llamativo el que en las mejores películas de Clint Eastwood, el actor-cineasta ha quedado tras las cámaras. Salvo excepciones (Los puentes de Madison y Sin perdón), sus logros narrativos los alcanza precisamente cuando se preocupa exclusivamente de la labor de realizador.



Deuda de sangre, su anterior trabajo como director y protagonista, intentaba caminar por los senderos del suspenso y el misterio, al igual que su nueva cinta. Un típico caso policial: un crimen y un asesino al que atrapar. Sin embargo aquella vez, la propuesta de Eastwood no se sostenía por basarse en un guión facilista y previsible.



Deuda de sangre se fundamentaba en el desconocido asesino. Tras media hora de proyección, la inclusión de un personaje relevante para la historia por sus constantes apariciones, justificado tan sólo como el conductor del protagonista, daban muestras de quién era la persona a la que buscábamos.



En su último largometraje, Río Místico, Clint Eastwood sólo se dedica a la dirección y, a diferencia de su trabajo anterior, mezclando el thriller con el drama, conforma un largometraje que sostiene un grado de tensión, dosificada a medida que el relato y las situaciones así lo requieren.



Pese a presentar un argumento dinámico, Clint Eastwood sobrepasa la anécdota para dar pleno desarrollo a cada uno de los personajes por los cuales girará la narración: el policía angustiado por el abandono de su esposa, el ex recluso obsesionado por la venganza y el hombre con pasado de niño violado que quiere olvidar. Todos reunidos de nuevo ante la violenta muerte de la hija de uno de ellos.



Río Místico narra la historia de Jimmy Markum (Sean Penn), Dave Boyle (Tim Robbins) y Sean Devine (Kevin Bacon), niños que crecían juntos en un peligroso distrito de Boston. Pasaban los días jugando béisbol en la calle al igual que lo hacían muchos otros pequeños en el barrio obrero de East Buckingham donde vivían. No sucedía nada importante en su barrio, hasta que Dave se vio obligado a tomar un rumbo que cambiaría sus vidas para siempre.



Veinticinco años más tarde, los tres se vuelven a encontrar por otro acontecimiento: el asesinato de la hija de 19 años de Jimmy. A Sean, que se ha hecho policía, le asignan el caso y junto a su compañero (Laurence Fishburne) recibe el encargo de desenredar este crimen, aparentemente sin sentido.



Dave, relacionado con el crimen por una serie de circunstancias, se ve obligado a enfrentarse a su pasado, que amenazan con destruir su matrimonio y sus esperanzas en el futuro. A medida que la investigación se estrecha alrededor de estos tres amigos, se desarrolla un relato que trata sobre la amistad, la familia y la prematura pérdida de la inocencia.



Río Místico se presenta al público como una simple película de misterio y suspenso, pero a medida que avanza, la construcción de personajes, el guión (a cargo de Brian Helgeland) -que no deja ningún cabo suelto, salvo un detalle al final de la película-, y la forma jugar con la inteligencia y deductividad, permiten dar forma a una historia maciza.



Pese a ser un filme que presenta un alto grado de misterio, en Río Místico la relación que se establece con cada uno de los personajes sobrepasa la historia original. Con el correr de los minutos, ya no importa si el asesino es quién lógicamente debía ser, sino las emociones que hace aflorar en el público.



Aunque la mayoría de las interpretaciones están bien logradas, son las actuaciones de Tim Robbins y Sean Penn las que se roban el interés del espectador, como cuando Jimmy (Penn) se desmorona a medida que los días se suceden tras la muerte de su hija. Sin embargo, un punto aparte merece Robbins, quien en su papel de niño-adulto afectado por una violación sufrida en su infancia, crea un personaje apesadumbrado, dubitativo, con fuertes dramas internos y una gran carga de angustia.



Con una madurez artística e intelectual, Clint Eastwood da origen a un drama con ribetes sicológicos que, si bien podía haber dado un sello más fino a la trama, se podría convertir en uno de los exponentes contemporáneos de un tipo cine oscuro y sórdido.



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