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‘Es mucho más difícil escribir una novela ahora que en los tiempos del boom’

Libro de Plumas es la primera novela de Carlos Labbé (27 años), un joven narrador post Bolaño que asume en la teoría y en la práctica la interconexión de una sociedad globalizada. Aquí expone su ambicioso proyecto literario.


Después de media hora conversando sobre la literatura chilena e iberoamericana, Carlos Labbé asegura casi sin darse cuenta que "es mucho más difícil escribir una novela ahora que en los tiempos del boom". Él, de 27 años, acaba de publicar su primera novela, Libro de Plumas, con la que al menos, no intentó eludir las complejidades que presenta una contemporaneidad globalizada y por ende totalmente interconectada.



En efecto, Libro de Plumas -que inaugura la colección Ficcionarios de Ediciones B con escritores nacionales- no es exactamente una novela tradicional: es decir no empieza en A y termina en C, ni siquiera al contrario. Son al menos cuatro historias aparentemente paralelas por las que está y estuvo atravesando Máximo Doublet, un reflexivo funcionario de la sección de Referencias Críticas de la Biblioteca Nacional. Su día se ve interrumpido por la posible desaparición de su padre, quien salió en búsqueda de loicas blancas, lo que desencadena el recuerdo de su otra desaparición, ocurrida 17 años atrás. Hecho que a su vez, permite ir hasta un oscuro episodio que durante los ochenta dividió a dos familias, los Doublet y los Irízar. Otras desapariciones estaban en juego en el pasado.



Sin embargo, los Doublet y los Irízar no están del todo separados. Máximo mantuvo una relación con Josefina Irízar y ahora inicia una nueva con su hermana, Ana, integrante de un grupo de música pop comercial. Sí, Libro de Plumas también incluye una historia de amor. La otra historia, la menos clara, es el árbol genealógico de la familia materna de las ‘parejas’ de Máximo que se va desplegando episódicamente durante toda la novela, al parecer sin conexión alguna con la trama. Ni siquiera hacia el final, donde Labbé acerca todas las líneas temáticas y confirma que, de fondo, lo que hay son dos familias que marcadas por una herida del pasado, siguen conectadas.



No obstante, ninguna de las historias en la novela efectivamente está cerrada. Aunque no fragmentaria, Libro de Plumas está relatada por partes sin linealidad y no pretende llegar hasta un momento clarificador; por el contrario, deliberadamente deja cabos sueltos y su última página es algo más que un final abierto. "En la novela no está la noción de historia cerrada. Quería que cada historia, cada narración, cada elemento de la novela fuera una especie de instantánea de algo donde confluyan muchas realidades. Hay un registro de la Colonia, como es Lacunza, hasta un grupo de chicas pop de ahora, discursos de empresarios y también uno genealógico. Traté de meter la mayor cantidad de discursos posibles y eso de alguna manera impide que cierres la narración", dice.



El inevitable Bolaño



Carlos Labbé no quiere ni fama ni fortuna, pero tampoco desea que su libro se convierta en una novela de culto que circule fotocopiada entre universitarios. Es por eso que buscó una editorial grande y comercial; en algunas no lo tomaron en cuenta, en otras lo trataron mal: Germán Marín, de Sudamericana, le dijo por teléfono que las cosas no eran tan fáciles y lanzó una risotada. Con Ediciones B, Labbé ya tenía una relación: era vendedor de la editorial y eso, asegura, le permitió no quedar en el último cajón de los manuscritos. En otro ámbito y para vivir, Labbé escribe guiones para series de televisión como La Vida es una lotería y Clarita.



Aparte de Libro de Plumas -escrita por una beca que se ganó en el Consejo del Libro-, Labbé tiene una novela hipertextual en internet y otra inédita en un cajón; además trabaja mentalmente en La Maquinación. La literatura se la toma en serio, de hecho es parte de la academia; además de la licenciatura en letras tiene el magíster en la materia obtenido en la Universidad Católica. Su tesis para la maestría la hizo con Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, un autor que más que materia de estudio, considera que "no se puede dejar de lado para escribir en estos tiempos".



Sin embargo, Labbé no se parece a Bolaño. Tampoco se parece a quienes el autor de Putas Asesinas reconocía como pares en un circuito latinoamericano, como Rodrigo Rey Rosa, Cesar Aira, Juan Villoro, Jorge Volpi, Rodrigo Fresán o Ricardro Piglia. Puede que se parezca a Enrique Vila-Matas. Puede, más bien, ser un perfecto lector de todos ellos, en el sentido más literario posible. «Son más viejos. La visión de mundo de ellos es diferente", asegura y añade que él, indefectiblemente, es parte de una generación globalizada.



"Aunque sea un cliché, quiero ser más parecido a Borges que a Aira; aunque Aira me encanta. Borges tuvo una visión globalizada de la historia; alguien que puede estar muriendo en el año 302, puede tener algo que ver con alguien que está muriendo ahora. En Dinamarca y en Argentina. Entonces la globalización lo que hace, más que la cosa evidente relacionada con las telecomunicaciones, implica tener una visión integrada de todos los elementos. Y la cosa se complejiza… o sea, como escritor o como lector, es mucho más difícil escribir una novela ahora que en los tiempos del boom", plantea.



La leve escritura chilena



– En ese sentido, la estructura de Libro de Plumas, aunque no es infinita, tiende a no terminar, porque abre pero no siempre cierra las historias

– Tiende a alargarse. Al mismo tiempo, es súper concisa. Los capítulos son cortos, la novela es corta. Traté de hacer una especie de pelea entre la peso y la levedad, siguiendo a (Ítalo) Calvino (Seis propuestas para el próximo milenio). Porque creo que el peso, como densidad, está dejándose atrás en ciertas corrientes literarias chilenas y del mundo.



– ¿En qué sentido?
– Creo que hay una preeminencia cultural de la televisión y las cosas rápidas; como producto cultural de consumo rápido. Los escritores más visibles, de alguna manera, están muy cerca a la televisión y el cine. Entonces se olvidan de que lo más propio de la literatura es que tiene un tiempo de consumo más lento. Se permite divagar, reflexionar y también se permite acción. Cuando un lee a alguien como Fuguet -que es ineludible por la cantidad de prensa que ha tenidoen los últimos 20 años-, al tipo se le olvida que el texto es una palabra y en la palabra existen diversos significados; es muy distinta una palabra que una imagen visual. Se le olvida la naturaleza de la materia con que está trabajando.



– Pero ¿piensas que eso tiene que ver con la idea de peso de Calvino, o más bien con una situación cultural?
– Tiene que ver con una urgencia por retratar Chile… Yo soy buen lector de prensa y este año han dicho que han salido estas novelas que retratan la sociedad en los tres estratos. En los diarios les encanta hacer este análisis y ninguna trata de salirse de esta obsesión sociológica: de qué está constituido Chile, cuáles son las clases, cuáles son las visiones, qué consumen los tipos de chilenos. Pero ninguno se hace preguntas que escapen a este afán de hacer un mapa.



– No se las hacen los críticos, ¿tampoco lo hacen los autores?
– La mayoría no lo hacen, no todos. Por ejemplo alguien como Germán Marín, para ser más justo con él, se escapa y busca una cosa… es difícil encontrar la palabra, puede ser metafísica, pero es muy pretencioso, o se puede hablar de algo misterioso que sólo puede ser contado por la literatura.



Hacia la totalidad



– Me dices que ocupaste las nociones de peso y levedad, pero en Libro de Plumas también parece haber lo que Calvino llama multiplicidad, que tiene que ver con intentar abarcarlo todo

– Hay una ambición de abarcar. No lo había pensado mucho, pero hay un artículo de Jonathan Franzen (Las Correcciones) que se llama por qué escribir, una cosa así. Se preguntaba por qué escribir en este momento, cuando finalmente lo que a todos nos interesa en estos momentos es ver una película y todos están felices viendo tele. Entonces, como escritor hay que hacerse una pregunta honesta de por qué escribir literatura. Él decía que todo nacía de una ambición totalizadora. El que escribe siempre tiene ganas de explicarse. Más que describir, como el realismo. Y en ese sentido, la multiplicidad.



– ¿Porque escribes tú?
– Me encantaría lograr una síntesis de realidad que me dé una sensación… creo que en algún momento lo logré en Libro de Plumas: algo tan básico como que yo o el lector tenga una sensación de integridad existencial. O sea, que en un mundo quepan todas las posibilidades. Desde Dios hasta lo más superficial que puede ser el último éxito pop de un grupo fabricado; y que todo eso tenga sentido o quepa en algún espacio.



– Pero esa es una ambición grande, ¿intentas construir algo donde se abarquen todos los ámbitos, desde el plano espiritual hasta el comercial?

– De alguna manera también sé que está destinado a fracasar. Está la experiencia del boom, que fue gente súper ambiciosa y en general bien preparada, grandes escritores; algunos que tenían genio, otros que tenían una visión geopolítica. Ellos trataron, trataron de fundar una nueva mítica latinoamericana y describir al mismo tiempo la sociedad. Pero creo que fallaron de alguna forma por su falta de humildad. Porque yo sé que no voy a lograr que nadie deje de morirse de cáncer porque lea esta novela. Es una ilusión momentánea.



Viejas obsesiones



– A ¿qué escritores chilenos reconoces como pares?
– Está medio desierta la cosa. Algunos poetas, aunque a mí no me gusta la poesía. La poesía está muy constreñida a la alta cultura, a la visión más trágica, más metafísica de la vida. Por otra lado, está Parra y los antipoetas. En narrativa creo que Germán Marín es un caso interesante.



– Y sobre el resto, que son casi todos, ¿cuál es tu opinión?
– Les falta obsesión. Algo que teníamos. Creo que lo que le da valor a tu proyecto como escritor y como lector es que uno tenga una obsesión y que la vaya elaborando a través de los años y que cada vez que leas o hagas crítica o escribas o converses, estés dándole una nueva vuelta a esta obsesión. Yo creo que la obsesión es personal…



– ¿Cuál es la tuya?
– Es difícil decirla. La siento, pero no la tengo clarificada. Creo que cuando la clarifique voy a dejar de escribir o me voy a morir.



– O sea, ¿es una obsesión más o menos misteriosa?

– Creo que sí. Uno está como describiéndose a sí mismo. Como traduciéndose. Hay algo adentro de uno que uno puede decir que es un trauma o puede formar parte de una tradición que viene con uno y que creo que lo hay que hacer es jugar limpio y revisar la obsesión que uno tiene en relación a la tradición, a todos los discursos que existen en tu tiempo.



-¿Hacerse cargo de que lo que escribes no es nada nuevo?

– A mí me gusta gente como Bolaño o como Vila-Matas o como Franzen o (George) Perec, que es gente que antes de ponerse a escribir una novela, investigan. Se van a la biblioteca o se meten a internet, o conversan con amigos del tema y ven que el asunto que lo está obsesionando o su obsesión de toda la vida, alguien lo abordó antes. Uno nunca va a crear algo nuevo. Está la falacia del genio en la literatura chilena. O sea, en poesía se ve todo el rato. Y en narrativa todos los escritores quieren que los conviertan en los nuevos Donoso.



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