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Óscar Hahn cambia de folio: «Yo abogo por una poesía que sea pluralista»

Cumple 50 años de trayectoria poética, y viene a celebrar este »cincuentenario del yo», como llamaba Enrique Lihn a efemérides parecidas, a Chile. Visitará las ciudades en las que vivió -Iquique, Arica, Rancagua- y tendrá encuentros poéticos. Poeta de largo aliento, no corre con las prisas. ¿Un secreto? Su fallida incursión como narrador.


Empezó a escribir por accidente. Aunque, en rigor, no fue un accidente, sino una exigencia. Una demanda romántica. Tenía 16 años y pololeaba con una niña con la que se encontraba por las tardes en el banco de una plaza. Ella le pidió -perentoriamente- un acróstico. Él, que no había leído más poemas que los que los obligatorios, en el colegio, pidió a un amigo que lo hiciera. Al otro día se lo entregó puntualmente, y la niña -que además de exigente era desconfiada- no creyó que lo hubiese hecho él. Le pidió que hiciera otro, ahí mismo. Él lo hizo, y ella se convenció. A partir de entonces, comenzó a escribir.



Su obra poética ha sido publicada en toda iberoamérica, ha sido traducida al inglés y más recientemente al griego. Acertó con seguir escribiendo. Actualmente hace clases en la universidad de Iowa, y acaba de llegar a Chile como parte del proyecto "Sismo" -desafortunado nombre en las circunstancias actuales-, que busca descentralizar la cultura. Mantendrá una serie de encuentros con escritores jóvenes, y lecturas poéticas, hasta el 29 de junio.



Está emocionado, dice, porque visitará Iquique -su tierra natal- después de 40 años. Incluso lleva un poema inédito, que leerá en el lugar. También recorrerá Valparaíso, Arica, Rancagua y Santiago.



Por estos días, además, se publicará una suerte de antología para conmemorar los 50 años de su poesía, y llevará por nombre Sin cuenta. La selección estuvo a cargo de sus amigos. "Uno dice, bueno, ¿cuáles son mis top fifty? ¿Cómo puedo decidir yo? Les pedí a varios amigos que me enviaran sus listas, y coincidían mucho. Participaron Roberto Ampuero, Pedro Latra y otros amigos españoles", cuenta.



Usted ha sido clasifificado dentro de la generación del 60, pero ha dicho que se siente un disidente de esa generación. ¿En qué sentido lo dice?
– Cuando dije que era un disidente me refería más bien a un disidente fraternal, no bélico. Disidente en el sentido de que mis compañeros de generación tienen una manera de escribir muy diferente de la mía. Siempre yo veía en esa época que tenían el problema de que no sabían qué hacer con mi poesía, porque no calzaba con lo que estaban haciendo ellos en ese momento. Pero eso no era motivo para que ellos me marginaran; muy por el contrario, yo era muy bien recibido por ellos, como una especie de rareza dentro de la generación.



Siempre lejos de todo



¿Tenía que ver esto tal vez con otras experiencias de vida, o con el hecho de que usted siempre se mantuvo relativamente al margen de estos círculos literarios, que a veces hacen evolucionar del mismo modo a quienes están dentro?
– Yo creo que sí, porque si tú examinas la lista de poetas, todos ellos eran de Santiago para el sur, y con motivo de la publicación de las revistas Trilce o Arúspice, funcionaban en Concepción o en Valdivia. Yo estaba en el otro extremo. En ese tiempo vivía en Iquique, o Arica. En términos vivenciales, estaba completamente al margen de lo que ellos vivían. Además, cuando te reúnes frecuentemente con escritores, te transmiten lo que leen, te lo recomiendan. Yo estaba absolutamente aislado, leía lo que podía nomás. Lo que caía en mis manos. Las lecturas eran distintas, sin hablar del medio mismo, así que tiene que haber influido.



Ha dicho que la poesía tiene dos grandes ‘partidos poéticos’; que por un lado está Parra -con la antipoesía- y por el otro Cardenal -con el exteriorismo- y ha dicho que le gustaría que fuese más plural.
– La antipoesía y el exteriorismo abrieron caminos. El problema es que abrieron un solo camino cada uno. Y en algún momento uno tenía la impresión de que si no transitaba por ese camino solamente, no valía lo que uno estaba haciendo. El caso mío es muy claro, cuando yo escribía sonetos; era una época en que eso equivalía poco menos que ser un leproso. Tú podías ser agredido públicamente. Yo siempre abogué por una poesía que fuera pluralista, que no rechazara nada de antemano, sino que a posteriori se viera si funcionaba o no. Esa es la razón por la cual dentro de mi poesía ves elementos antipoéticos, barrocos, surrealistas, realistas. Hay de todo, porque yo soy pluralista en política, en estilo, en estética.



¿Siente que de algún modo se ha entendido la importancia de ese pluralismo en las nuevas generaciones?
– No sé aquí, pero en otras partes sí, evidentemente. En México, Nicaragua, Perú.



Usted ha declarado ser lector de Huidobro desde una época en que la gran figura no era él, sino Pablo Neruda. Sin embargo Huidobro ha tenido un resurgimiento. ¿Es porque recién ahora lo entendemos o porque es una moda?
-No creo que sea moda. Estaba recordando una frase de Gustav Mahler, el compositor, quien no tuvo ningún reconocimiento mientras estaba vivo. Y en vez de tener una actitud resentida, él dijo "mi tiempo llegará". ¡Y llegó, y de qué manera! Mahler actualmente se pone entre los más grandes músicos de la historia. Pienso que con Huidobro es algo parecido: su tiempo llegó.



Pero no le gusta la prosa de Huidobro.
– Los leí unos cuentos cortos que publicaron sueltos, y él evidentemente no es un cuentista. Sin embargo, un par de novelas de él están bastante bien, son bien audaces. Por ejemplo, el Mío Cid campeador , que es muy moderna, es divertida. También el Cagliostro. Pero el cuento creo que no, porque tengo la impresión de que es un escritor para la grandiosidad, y ahí cae bien la novela o el poema épico -porque Altazor es un poco eso.



Un Chéjov surrealista



Nunca sabremos si lo que se perdió era valiosísimo o, como asegura él, pésimo; lo cierto es que Óscar Hahn escribió cuentos. Pocos fueron los que pudieron leer estos textos antes de que los destruyera. Alcanzó a escribir varios, lo pasó bien haciéndolos. Incluso llegó a desertar por un tiempo de la poesía, todo por ese amor violento. Hoy, años después, en primera instancia parece incluso haber olvidado la experiencia.



Usted estaba escribiendo prosa en algún momento. ¿Todavía lo hace?
– No escribo ni novelas ni cuentos. Ensayos escribo todo el tiempo. También artículos, notas y textos de tipo testimonial, sobre escritores a los que conocí.



Pero yo tenía entendido que usted escribe cuentos también.
– No.



Por lo menos eso es lo que leí en una entrevista a usted. Dice que escribe cuentos, que no los ha publicado…
– Cuentos malos, sí. Los boté.



¡¿Los botó?!
– Sí, los tiré.



Como Kafka, que quería que quemaran sus manuscritos.
– Mira, si hubiera pensado que eran como los de Kafka, no los hubiera tirado (ríe).



¿Por qué los botó?
– Porque los encontré pésimos.



¡Pero escribió bastante tiempo cuentos!
– No tanto. Creo que escribí unos ocho cuentos cortos, no más que eso.



Sé que se los mostró a José Donoso.
– Sí.



Y que le gustaron.
– La verdad es que sí.



¿Y así y todo usted los botó?
– No sé, yo creo que la opinión de él fue pura amabilidad, te digo. Lo que él dijo fue "eres como un Chéjov surrealista". Ésa fue la frase que usó. Y yo, que tengo un sentido de autocrítica muy fuerte, sabía que como Chéjov no. Surrealista sí (ríe).



¿No se los mostró a nadie más?
– Sí, se los mostré a un par de amigos y… nada, después decidí tirarlos. Los saqué del computador incluso, para que no quedara ni una huella de ese pecado.



Fue un romance fugaz.
– Exactamente, como todos los romances.



En algún momento usted dijo, y cito: ‘escribir poemas me produce lata’. Esto lo declara en medio de su romance con los cuentos. ¿Superó ya esa lata?
– ¡Es cierto! Claro, yo creo que lo que pasó fue que seguramente no tenía nada que decir en poesía, entonces estaba aburrido, y decidí probar otra cosa. Pero eso, claro, fue un error nomás.



Y volvió con el amor de toda la vida.
– Claro. Pero no es que uno vuelva, sino que la poesía está ahí y aparece sola. Sin que yo haga nada. Por eso la llamaba ‘aparición’.

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