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Buenas pilchas, mucha onda, poca cultura

El lujo, la exclusividad y la alta cultura son placeres reservados tradicionalmente para un pequeño sector de la población. ¿Qué pasa cuando los privilegios se ofrecen abiertamente y gratis? Si existiera un certificado de asistencia al concierto de Ennio Morricone anoche, seguramente muchos harían otra eterna fila para colgarlo de las paredes de sus casas. Esta es la crónica del evento social más inn del ultimo tiempo en Santiago.


Las mejores pilchas salen de los armarios nacionales. Los terciopelos, los brillos, los tacos y las puntas se desplazan raudos entre las calles de Vitacura. El tiempo corre en contra para que el cotizado compositor de bandas sonoras salga a escena. Faltan quince minutos para que el espectáculo comience y Pepo de Gregorio avanza de hombros caídos inmerso entre la masa. Hasta la caída del dólar se olvida cuando de música gratuita se trata.



En teoría todos tuvieron la oportunidad de entrar al Parque Bicentenario anoche. El que hizo el trámite por internet o el que se levantó temprano el domingo pasado para hacer la fila y obtener su invitación. Pero eso de ser iguales, obvio, es hasta por ahí no más. O sea, siempre hay algunos más iguales que otros.



Atrás, sentados en galerías, estaban los que se pelotearon los boletos en las afueras de la Estación Mapocho. Adelante, los clientes más importantes de Celfin Capital gozaban de la mejor vista hacia el escenario donde la inmensa Orquesta Sinfónica de Roma y el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile acompañaban a il maestro.



Al tiempo en que las luces bajan, los acreditados de prensa se reparten datos clave. No quieren perderse un solo detalle de la venida de este monstruo de la pantalla grande. Un primer vistazo al programa del concierto lleva a la lectura de un texto del presidente de la compañía organizadora anunciándonos un espectáculo que será un aporte a nuestra sociedad y al mundo de la cultura.



Una segunda mirada al mismo escrito evidencia que las palabras "riqueza" y "enriquecer" están presentes en cada párrafo. "Hablemos de riquezaÂ…", titula. Se nos habla entonces de una riqueza particular, que perdura, que trasciende generaciones y que es tan indescriptible, que ni el mismo mandamás de Celfin logró expresarlo en la introducción.



Las grandes lámparas de lágrimas cuelgan por el escenario y sus costados. La gente viste sus mejores galas. Pero ni el echarpe de 266 hilos ni el par de zapatos perfecto impiden que dos mujeres hablen y comenten durante toda la presentación como cotorras. Tampoco que, al subir al proscenio una cantante enfundada en un vistoso traje rojo furioso, provoque silbidos que se escuchan agazapados. O que al comenzar "El bueno, el malo y el feo" -referencia directa al "Bolsero" del Jappening con Ja- las risas deban disimularse sin una gota de glamour. Último.



Llegar yéndose



El intermedio musical obliga al cigarrillo apurado, pese a que los encargados de mantener el orden en el recinto insistan en que sobre la alfombra no se debe fumar. Un par de adictos a la nicotina dicen que vinieron a ver a Morricone porque es "importante, entretenido, un espectáculo interesante y de nivel internacional". Una rubia de ojos azules contesta "y porque me regalaron la invitación". Luego agrega que lleva tres días escuchando al compositor en CD.



Nada más decidor. Del total de consultados ninguno utilizó apelativos más ilustrados que "extraordinario", "notable", y otros por el estilo para referirse al italiano. Y de las películas que ha musicalizado, nadie recordaba otra que no estuviera en el programa. "La Misión" es, indiscutiblemente, la favorita del público que asistió anoche. Las exclamaciones de emoción fueron evidentes cuando "El oboe de Gabriel" comenzó a sonar. Definitivamente los jesuitas son un poder.



Algunos dijeron que escuchaban a Mozart, Beethoven o Vivaldi. Pocos recordaban sus piezas favoritas y un par invocó al new age. Lucho Jara en persona asegura inmerso en su infinita simpatía que la banda sonora de "La Misión" es su favorita en la vida y que entre la música clásica prefiere escuchar la radio 96.5, porque lo conecta con sus emociones. Al igual que el resto del público, no sabe qué contestar cuando se le pregunta cuál es la diferencia entre una Orquesta Filarmónica y una Sinfónica.



El rector de la Universidad de Chile, Víctor Pérez, se siente un privilegiado por estar escuchando a este gran compositor. Y la cantidad de gente presente le indica un déficit de actividades culturales masivas evidente. Piensa que la enorme demanda por las entradas para este espectáculo responde a una inquietud, a un reclamo de bienes que considera públicos. Y que no importa tener que vestirse formal, porque "el que invita pone sus condiciones" dice, destacando que no todos sacaron la tenida dominguera del clóset para acudir.



Las luces vuelven a bajar. Ennio aparece otra vez e interpreta la última parte de su repertorio. Suenan las obras favoritas del público y el programa se acaba. El italiano hace un amago de salir de escena y el compositor top de ópera popular, Sebastián Errázuriz, sale con viento blanco, raudo, del recinto. No tiene idea de que el concierto sigue.



Pronto la gente toma la misma iniciativa. Morricone está de espaldas moviendo sus batutas, la música suena, el coro canta y una gran parte -muy notoria- de los asistentes, hace cola, como en la UP, para salir del lugar. La fila cruza el espacio donde se ubican los asientos preferenciales e impide la visión de muchos. La salida está atochada y el espectáculo ni siquiera ha terminado. No importa: mañana hay que trabajar, hay que producir, el dinero no duerme como dice Gordon Gekko, el inescrupuloso especulador del filme Wall Street. Uff, películas. No podemos vivir sin ellas.

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