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La maestría de un desconocido artista de 95 años cuya obra inédita asombra Las fotografías de Wilfredo Ayling son instrumentos de contemplación y exaltación de la naturaleza

La maestría de un desconocido artista de 95 años cuya obra inédita asombra

Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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A este ex profesor normalista podría calificársele como patrimonio artístico nacional. Un tesoro humano vivo. Su increíble talento para la observación de la naturaleza y su compromiso con el oficio de fotógrafo así lo indican. El problema es que es casi un desconocido. Nunca ha editado un libro de fotografía ni ha expuesto en grandes salones. Recién a los 70 años decidió partir, como en un acto romántico genuino, a la montaña a fotografiar detalles de la naturaleza, captando una belleza solo revelada por el alma sensible de su lente. Este reportaje es un homenaje a su obra.


Wilfredo Ayling. Autoretrato. En esta foto tenía 70 años.

Wilfredo Ayling. Autorretrato. En esta foto tenía 70 años.

Encontrar a Wilfredo fue sencillamente un hallazgo. Hablar con él es como adentrarse a lo más genuino de la experiencia estética. Él no es un artista consagrado (aunque méritos le sobran, pareciendo a estas alturas una deuda que así sea). Sus fotografías no aparecen en ningún libro, su historia no está registrada en biografías y su gran aporte a la cultura de este país es completamente anónimo. A ratos pareciera uno estar conversando con un naturalista del siglo XIX,  como Darwin o el caballero de Lamarck, con un poeta de la talla de García Lorca o con la evidencia palpable de ese Chile de comienzos del siglo XX, cuando la observación de las cosas simples, el deleite y el aprendizaje de la naturaleza eran un fin en sí mismo y no un panorama de agencia de viajes.

Decir que Wilfredo Ayling es un completo desconocido es una exageración. A sus 95 años  goza de plena lucidez, hay mucha gente que lo conoce y admira. Fue profesor de primaria de Valentín Trujillo y de Leonel Sánchez. Ha sido jurado de innumerables concursos de fotografía de Foto Cine Club, su querida asociación. Ha ganado todos los premios que este club otorga y se ha hecho merecedor con amplio mérito del título de “maestro” de la fotografía.

Su obra, sin embargo, sigue siendo inédita y el reconocimiento del mundo del arte, esquivo.

Como introducción a la obra de este hombre casi centenario habría que llamar a dictar cátedra al silencio. El mismo que congela este artista en cada foto para ofrecer una experiencia honesta, muy lejos de los artificios del photoshop.

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Sus inicios

Hasta 1974, año en Ayling jubiló, su vida transcurrió de manera sencilla. Como profesor normalista se la pasó en aulas de escuelas públicas enseñando a Dostoievsky, deslumbrando a los chicos con «Para Elisa» de Beethoven, que a pedido suyo interpretaba en la Escuela 45 un Valentín Trujillo de 10 años, parafraseando al político que más admira, el ex presidente Pedro Aguirre Cerda.

Luego que Pinochet cerrara, tras el Golpe, el Instituto de Investigaciones Pedagógicas donde llegó a elaborar test para chicos de secundaria, Ayling se cansó de los malos vientos, jubiló y decidió cambiar de rumbo. Se hizo montañista. Tenía entonces 66 años.

“Hice cursos de andinismo en la Federación Chilena de Andinismo para manejarme bien en mis salidas a la montaña y adonde fuera. La montaña es preciosa, pero también hay riesgos”, comenta Ayling, recordando aquella época como si fueran sus “años mozos”.

Años más tarde, cuando su esposa falleció, tomó una nueva decisión importante. Tomar la cámara que le regaló su hijo Dariel, echar cachivaches en la mochila y partir pa’l monte. Así comenzó su travesía como fotógrafo naturalista. Para entonces tenía “recién” 70 años.

Madrugada. Foto: Wilfredo Ayling

Madrugada.
Foto: Wilfredo Ayling

“Cuando quedé viudo me entregué de lleno a mis salidas. Elegía los lugares, para entonces mi cámara era infatigable y estuve en muchos bosques del sur. A veces atravesé a pie hasta Argentina buscando fotos. Me gustaba el otoño, esa estación tenía una variación tan delicada de colores que me encantaba. Me llevaba a esa delicadeza, que ya con más pausa, te permite gozarla. La identificaba con mi vida”, cuenta.

El profesor de estética de la Universidad Católica, doctor e investigador en fotografía, Gonzalo Leiva, es uno de los pocos, fuera de su querida asociación de fotografía, que conoce perfectamente bien su obra.

“El trabajo de Wilfredo es la continuación del observador naturalista del siglo XIX, una mirada que construye con admiración el detalle estético presente en la naturaleza para difundirlo. Sus fotografías son instantáneas naturalistas, pero con encuadres profesionales, donde el uso del lente macro ahonda su contacto sensible con los mundos invisibles a la simple observación. La estética está ligada al trasfondo de la cultura romántica que ve en la naturaleza no sólo un motivo artístico, sino más bien las proyecciones de los sentimientos subjetivos y las evocaciones culturales”, sostiene el profesor.

Y Leiva tiene razón. En cada fotografía de Wilfredo hay algo más que un simple objeto retratado. Él no busca impresionar con la crudeza de la naturaleza o de un gesto humano ni con el momento histórico. Él busca retratar la simpleza, la belleza simbólica de lo particular, el detalle sensible donde el todo se condensa, se resume, reluce.

Desde los 70 años, y hasta casi los 90, Wilfredo Ayling se dedicó a registrar con su máquina lo que otros no veían. Se hizo experto en flores silvestres, capturó escenas casi microscópicas de diminutas florecillas que bajo su lente presentó como bailarinas y furiosas tormentas de colores.

Sus paisajes son una mezcla del postimpresionismo de Van Gogh y el impresionismo de Manet. Hay que mirar muy de cerca sus fotografías para comprobar que no es pintura. Y a veces el ojo se engaña y pareciera que estuviéramos ante una obra pictórica de un maestro pintor del siglo XIX.

Wilfredo Ayling.Foto: Dariel Ayling

Wilfredo Ayling.
Foto: Dariel Ayling

“Cuando yo tenía 6 años, mi padre un domingo en la mañana me llevó al cerro Caracol en Concepción. Tomó el camino habitual y en una curva cambió a un sendero y entramos a un bosque de pinos y muy viejo ya, sin ramas. Entonces mi padre me dejó para acomodarse el cordón del zapato y mi vista se fue siguiendo los árboles y entre los espacios se veía el cielo con un azul profundo. Era naturaleza viva y todo eso me produjo tanta emoción, que ahora pensándolo a mis noventa y tantos años, creo que eso fue lo que instaló esa semilla en mi alma”, recuerda Wilfredo, hojeando atrás el calendario en 89 años.

En ese mismo sentido, el profesor de estética de la PUC complementa: “El trabajo es un proyecto de vida, pues implica una gran capacidad de asombro y de observación con detención en los detalles que presentan los mayores enigmas. Para Wilfredo la naturaleza es educadora de la mirada fotográfica, una suerte de visión conmemorativa donde el fotógrafo es atraído por la recordada belleza, la exultante y resaltante luz que se cuela entre los objetos, insectos y flores que un ojo avezado como Wilfredo logra capturar”.

Wilfredo AylingFoto: Dariel Ayling

Wilfredo Ayling
Foto: Dariel Ayling

La recuperación del trabajo

Pensando en que el trabajo de Wilfredo no podía quedar en el olvido, entre sus cientos de cajas llenas de polvo, su hijo Dariel, que heredó su pasión por la fotografía y quien también ahora está jubilado, ha dedicado sus últimos tres años a dos labores: fotografiar a su viejo y digitalizar la monumental obra de Wilfredo.

“Es un trabajo intenso. Tengo que reparar milímetro a milímetro cada diapositiva para eliminar el deterioro del tiempo. Llevo un poco más de 300 fotos digitalizadas de un universo de más de tres mil”, cuenta Dariel Ayling para quien el apoyo de Trimagen ha sido decisivo.

interior1De esta manera se está recuperando el trabajo de Wilfredo. El fotógrafo, cual viejo sabio desprovisto de vanidades, nunca inmortalizó sus exposiciones con un registro empastado. Ni siquiera están en papel. Lo suyo no era la exposición de pared. Las cientos de veces que mostró su trabajo lo hacía en lenguaje audiovisual, un auténtico adelantado a su tiempo. Proyectaba sus diapositivas en un telón, ponía un casette de Beethoven y esperaba la reacción de la gente. Luego retiraba sus equipos y fin de la exposición… ni un solo registro quedaba. Así era, y se iba tal cual como llegó. En silencio.

“Es linda la soledad y el silencio. No es triste. Sentirse solo en la naturaleza, contemplando, pensando en los recuerdos… y entonces yo me digo que vivir es una gloria. Las ganas de vivir. Hay que mirar la vida así, para que la vida se ponga maciza en todo sentido, en el sentido interior”, sentencia el artista.

Ahora, se sienta en la mecedora a recordar, mientras su hijo lo inmortaliza. Ahora ya no sale a la montaña. Ahora sueña con ella y de vez en cuando la montaña viene a él.

 

 

 

 

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