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Crítica de cine: “El hombre más buscado”, los actos del amor Un thriller del director holandés Anton Corbijn, inspirado en la novela de John Le Carré

Crítica de cine: “El hombre más buscado”, los actos del amor

El último largometraje del realizador de “Control” (2007), es sencillamente espectacular por donde se le analice. Una cinta que, aparte de significar el penúltimo trabajo para la pantalla grande de Philip Seymour Hoffman, representa una lograda síntesis de tres objetivos artísticos de difícil conjugación bajo un mismo crédito: la notable adaptación de un texto literario de gran calidad en imágenes, su intensidad dramática de principio a fin, y las profundas emociones que generan su estética en el espectador.


“Vivimos como soñamos: solos”.

Joseph Conrad, en El corazón de las tinieblas

Las épicas para el recuerdo son en su mayoría protagonizadas por hombres sin nadie al lado. Y cuando Issa Karpov (Grigoriy Dobrygin), emerge a la realidad cinematográfica, mojado, temblando, sucio, hambriento, a la defensiva, en un muelle de Hamburgo, colindante con el río Elba, se encuentra absolutamente solo en el mundo. Pese a que las luces del amanecer despunten y reflejen su esperanza -traspasando el vidrio del lente-, en ese plano general cerrado, de enorme sensibilidad, el extremista ruso-checheno únicamente puede ver el espacio que lo rodea de una manera gris y peligrosa.

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Existe una novela, escrita por un literato chileno, que también desarrolla parte de su trama en esa ciudad alemana: Puerta de salida (1964), se titula, y pertenece a la bibliografía de Luis Alberto Heiremans (1928 – 1964). Es un texto que parece haber sido redactado por un autor europeo –con nudos influidos por las ideas existencialistas en ese entonces muy divulgadas, del francés Gabriel Marcel-, pero no, lo inventó un dramaturgo nacional, criado en Providencia. En esos sentimientos de orfandad y de búsqueda de amores imposibles que vivencian, se asemejan los protagonistas de aquel narrador de la generación del ’50, muerto prematuramente, y de este palimpsesto rubricado por la pluma del inglés John Le Carré (1931).

La película dirigida por el realizador holandés Anton Corbijn (1955), en efecto, se basa en una de las últimas obras publicadas por el célebre autor británico de historias de espionaje: A Most Wanted Man (2008). Y sobre esas páginas trabajó el guionista australiano Andrew Novell, a fin de proporcionarle un libreto bastante perfecto al cineasta neerlandés, si se nos permite la redundancia y la entusiasta exageración.

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Esta cinta, también, tiene la fortuna de haber sido el penúltimo desempeño para el séptimo arte del recientemente fallecido Philip Seymour Hoffman. El intérprete estadounidense personifica al jefe de una sección del servicio secreto germano, a cargo de prevenir y desarticular células de extremistas islámicos, que operen en suelo alemán.

Lo acompañan en el reparto dos grandes actores teutones de la actualidad: Nina Hoss (la espía Irna Frey) y Daniel Brühl (Maximilian). Ambos recordados internacionalmente por sus papeles en The Downfall of Berlin: Anonyma (2008) y Good Bye Lenin! (2003), respectivamente. A quienes se agregan los conocidos artistas norteamericanos Rachel McAdams (la abogada Annabel Richter), Robin Wright y Willem Dafoe.

La labor de Seymour Hoffman alcanza cotas mayores en su expresividad dramática bajo el rol de Günther Bachmann –padeciendo todas las emociones posibles que se le pueden exigir a un hombre detrás de una cámara-, con un personaje que constituye una despedida memorable a su carrera profesional.

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Ya ver respirando a un ser humano que está muerto, hace de El hombre más buscado (2014) una cinta y un estreno “especial”. El río fluye, el agua detiene y hace avanzar al tiempo en una metáfora incomparable.

Issa Karpov (26) se dispone a proseguir con su bitácora de atentados en nombre de Dios y de una causa que le entregue sentido a la soledad de sus días. Porque el filme de Anton Corbijn es una pieza, al modo de las novelas de Le Carré, de Joseph Conrad, de Graham Greene y de Raymond Chandler, que piensan y discurren en torno a estos temas: en la imposibilidad de arribar a la plenitud emocional, salvo un acto de Fe; a la persistencia en buscar la quimera del amor y de la felicidad, en la necesidad hondamente humana de redimirse, en los afectos que son instrumentalizados y burlados por corrientes que nos superan y que jamás podremos entender, pues esconden la semántica oculta de la existencia. Y los que en el fondo se ríen de otra ilusión: la de establecer lazos honestos y puros con otra persona.

Quizás la comprensión más profunda que podemos alcanzar de la vida, se encuentre en el examen de esas situaciones límites, como diría Ernst Jünger. Perseguido por las autoridades alemanas, el ruso-checheno -que arrastra una bitácora de carencias y de dolores que asustan a cualquiera-, cae bajo la asistencia judicial de la abogada Annabel Richter, una hermosa licenciada en Derecho, que atiende las turbulentas necesidades de una ONG que se dedica a proteger y asesorar a refugiados del mundo árabe y musulmán.

En esa zona fronteriza que se halla entre la posibilidad y la desesperación, mientras huyen y escapan de los agentes federales, Karpov se enamora del único ser que le ha prestado su mano en forma desinteresada. La rubia le retribuye, debido a la curiosidad que despiertan en ella la soledad de los hombres viscerales y por un cultivado sentimiento filial y maternal, que le ha sido dado en su psicología.

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Otra pasión sin destino, se levanta entre Bachmann, su compañera-subordinada Irna Frey y la alta funcionaria del ministerio del Interior, Martha Sullivan (Robin Wright). Entonces, aparecen las dedicatorias a Orson Wells y a lo mejor del género que se ha rodado: a Carol Reed, por El tercer hombre (1949); a Howard Hawks, por El sueño eterno (1946); a Robert Altaman, por The Long Goodbye (1973), y a Wim Wenders, por El amigo americano (1977), coincidentemente, una cinta también filmada en Hamburgo.

Y sellan el final de esta película, asimismo, la traición, el engaño, la mentira, la más absoluta de las soledades, que vencen en un combate sin mayor oposición, salvo el del delirio, a la irreductible aspiración humana de manifestar en la realidad, los espejismos más estrambóticos y ridículos, como cualquiera de los actos, que se efectúan por amor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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