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Crítica Teatral: Obra «Banal, o en qué pensabas mientras te demolían»

Crítica Teatral: Obra «Banal, o en qué pensabas mientras te demolían»

Con particular sagacidad y elocuencia, Mauricio Barría articula en esta obra el problema ideológico que supone el lugar de la enunciación de la mujer en nuestra sociedad, en tanto su objetualización no responde únicamente a un apetito libre y gratuito, sino a una construcción de paradigmas, valores, intercambios de poder y producción de mercancías.


De los medios de producción hasta el cuerpo, como temas relevantes a nuestra sociedad, hay un par de generaciones. Hay, también, cambios de ideologías y golpes de Estado, muertes, desaparecidos, articulación del neoliberalismo y muchos, muchos libros escritos, así como modas intelectuales a las que las universidades sucumbieron.

Nadie podría negar que el cuerpo es un fetiche en la posmodernidad, una suerte de comodín ideológico y político (¿hay política en la posmodernidad? Bueno, sí, se llama capitalismo), aunque, seamos honestos, la obsesión es por un tipo de cuerpo, no cualquiera: el cuerpo somatizado sí, el cuerpo del trabajador, no.

Es esa una diferencia interesante y que nos pone en la obligación de tomar una posición ideológica al respecto, hay un largo paseo entre Merleau Ponty y Foucault, pues para ambos pensadores el cuerpo fue núcleo de su reflexión, pero mientras para el primero se trataba de un cuerpo que implicaba una idea de estructuras y relaciones, así como de acciones, de sujetos con cosas por hacer, para el segundo, el cuerpo es un lugar donde somos afectados, un lugar donde una red extraña y rizomática “nos sucede”, como dijo Terry Eagleton: el paso entre estas dos ideas, es ir del cuerpo como sujeto al cuerpo como objeto.

Ahí, en ese campo de batalla está (en mi opinión) Banal (en qué pensabas mientras te demolían), el nuevo montaje dirigido por Heidrum María Breier y escrito por Mauricio Barría.

Digo un “campo de batalla” en tanto, así la obra expone un concepto de mujer, su lugar en la sociedad, su relación con el mundo e incluso, el modo en que esta sociedad imagina a las mujeres, particularmente tomando en cuenta que a menudo percibimos a la mujer (¿existe “la” mujer?) desde un lugar masculino. Si bien esto es interesante en sí mismo, la conciencia que tiene la dramaturgia de Barría en torno al tema, profundiza en ese lugar de lo femenino construido desde una sociedad y un sistema específico de producción de mercancías (y las personas en determinado momento, serán mercancías), a saber, el capitalismo.

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Con particular sagacidad y elocuencia, Barría articula el problema ideológico que supone el lugar de la enunciación de la mujer en nuestra sociedad, en tanto su objetualización no responde únicamente a un apetito libre y gratuito, sino a una construcción de paradigmas, valores, intercambios de poder, producción de mercancías, en fin, la relación entre la administración de los bienes y las relaciones sociales se manifiesta aquí en el cuerpo femenino, en su construcción y definición, en cómo este se ha convertido al mismo tiempo en un lugar de deseo, pero también de un deseo dirigido social, económica e ideológicamente.

Barría no cuenta una historia, no necesita hacerlo, simplemente recoge el habla, múltiple, disociada, convergente y divergente, en primera persona, de mujeres, desiguales mujeres, dejándolas entregar su existencia en un discurso propio y bien estructurado para la escena, así, tan solo se limita a escuchar dichas hablas y luego exponerlas, con una pluma precisa y bien trabajada, enunciando la plural y compleja vida de estas mujeres construidas por una sociedad que no ha sido hecha por ellas o que, a lo menos, no les ha dado espacio de ser quienes son.

De este modo, a ratos con humor, con crueldad o con melancolía, el texto instala a una suerte de seres femeninos que están perdidas en sí mismas, de tanto dar las respuestas correctas, las respuestas exigidas, necesarias, al mundo.

Es un texto abierto, libre en el sentido que no organiza una acción con hechos en la lógica de principio/medio/fin (cosa que suele suceder en el teatro de hoy con bastante frecuencia y menos éxito que lo que aquí se logra), por lo mismo, la dificultad del trabajo de dirección debió ser, no me atrevería a decir superior, pero si con diferentes exigencias a las comunes, muchos más vinculadas a sostener escénicamente los discursos que estructuran conflictos internos en los personajes, que otra cosa.

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Heidrum Breier resuelve el problema con eficiencia, elegancia e inteligencia. Los personajes se expresan y muestran en una delicada combinación entre su lenguaje hablado y su corporalidad, entre lo que dicen y hacen y, claro, esto podría no tener ninguna novedad, son, al menos, dos de los parámetros con los que el teatro ha venido sustentándose los últimos 25 siglos, pero lo particular de su dirección es como combina estos elementos; este es un teatro de habla, un teatro donde Breier permite que las palabras cojan peso, que construyan realidad y sostengan el mundo expuesto, al mismo tiempo, logra que las frases que emergen de los personajes, su lenguaje articulado y sonoro, devenga en acción, en hechos que se traspasan y permean al púbico.

Paralelamente, los cuerpos son una condición relevante de su dirección, estos interactúan entre sí, se forman y reforman en un juego escénico sustentado en la más antigua idea de mímesis, esa que no habla de la imitación de la realidad, sino de la re/creación de la misma.

Las actuaciones están a la altura de lo exigido, las actrices son competentes y desarrollan a sus personajes en relación a cómo la puesta en escena requiere de su trabajo. Emilia Cadenasso y Soledad Henríquez son eficientes en construir los cuerpos, los lenguajes y la comunicación que la propuesta sostiene, a su vez, destaca en su trabajo Ana Laura Racz, que, con una prominente guata de embarazo, tiene un peso escénico remarcable, en tanto la fuerza con la que presenta sus acciones y diálogos, la conciencia del espacio y el control preciso de sus expresiones, dan cuenta de un gran trabajo como actriz.

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El diseño de la iluminación a cargo de Andrés Poirot y el vestuario por Chino González, completan el trabajo con desenvoltura, cuidado y con la precisión del profesionalismo que se logra con largo tiempo dedicado al oficio.

“Banal…” es un trabajo que nos recuerda, en cierto sentido, que somos seres culturales en tanto nuestra naturaleza biológica nos permite serlo y, por tanto, el cuerpo, las relaciones humanas, la sociedad y los modos en que esta produce bienes para el consumo, nunca han estado desligadas, muy por el contrario, siempre han sido esferas de una amplia, compleja y muy disímil (en variados ámbitos), totalidad.

Es una ceguera (intencional o no) no ver estas relaciones, especialmente cuando hace ya más de un siglo, quedaron expuestas. Tal vez esto es lo que nos recuerda este montaje; que lo que parecen modas o formas simples, sencillas de relaciones para el entretenimiento, tienen una significación subyacente en nuestra identidad y la ideología, prácticas y políticas que las sustentan.

Ficha técnica

Dramaturgia y producción: Mauricio Barría

Dirección: Heidrun Breier

Elenco: Soledad Henríquez, Ana Laura Racz y Emilia Cadenasso

Diseño Sonoro/música: Pablo Aranda

Diseño de iluminación y escenografía: Andrés Poirot

Diseño de vestuario: Chino González

Gráfica: Eduardo Cerón

Coro: Constanza Guarda, Gabriela Hidalgo, Wendy Sarah Taylor, Cecilia Saavedra, Carola Giesen, Edith Díaz, Patricia Ulloa, María Ignacia Parra, Tamara Zapata, Ángela Ramirez, Luna Jadue, Mariela Lira.

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Hasta el 6 de diciembre

Jueves a sábado – 20:00 hrs.

Domingo 19:00 hrs.

Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM

Sala N2

Edificio B, piso 2

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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