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Concierto de Totó, La Momposina: Atronadora, mística, libre Crítica musical

Concierto de Totó, La Momposina: Atronadora, mística, libre

Después de presenciar una ofrenda musical como la ofrecida por la artista colombiana Totó, la Momposina y sus músicos la noche del jueves en el Nescafé de las Artes, no cabe sino deshacerse en elogios ante lo que es indudablemente una experiencia única de música afrocaribeña de raíz colombiana de alto voltaje y en permanente expansión.


Partiendo de la base de una sección de tamborileros que funciona como un surtidor de ritmos sincopados tocados con un swing increíble, la banda que acompaña a la cantadora Totó incluye bajo eléctrico, guitarras, tiple y una sección de vientos (tuba, trombón, trompeta y saxo tenor) más el aderezo de maracas, claves y de gaitas zulianas, todo un tándem que rodea a la artista poniendo en escena un festín de ritmos y melodías llenas de coloraturas, calor y contundencia que llega a veces hasta el frenesí. Cumbias, fandangos, porros, y hasta un bolero-son, están planteados como una secuencia en continuo crescendo que no da respiro. La música de Totó es orgiástica, desatada y tremendamente incitante y sensual. Como si fuese un tórrido carrusel que asciende continuamente en una espiral sin fin y al que uno se puede subir o salir a medida que el concierto transcurre.

Totó misma, es un cuento aparte, dueña de un poderío vocal sin raspaduras y una potencia que encandila con su vibrato y timbre, se pasea por el escenario con una gracia y una simpatía que obtiene de inmediato la aprobación del respetable. De hecho a mi lado se hallaban unas chicas chilenas veinteañeras que se sabían todas las canciones y las coreaban a voz en cuello con una fidelidad asombrosa. La performance de Totó me recordó, con las proporciones debidas, lo que en su momento hacía en el escenario esa otra gran artista sudafricana que fue Miriam Makeba, pues al igual que la descomunal cantante del Pata Pata, Totó va de un lado a otro del proscenio, baila, ríe, lanza invectivas que el público acoge con devoción y todo con un gracejo incomparable. No pasó mucho rato antes de que el público en el teatro enloqueciera y se entregara al baile y al disfrute sin inhibiciones.

Pues el escenario se había transformado en un centro emisor de gozo que incluía a todos por igual, con una llamada rítmica extática, como si de repente se hubiera abierto un vórtice donde el universo entero fuese una llamarada en el trópico por el que se hubiera desatado una tormenta de sonido, movimiento, calor y color. El conjunto arremetía en cada pieza con la fuerza de una tromba marina incluyendo unos solos de percusión que eran una delicia como también intervenciones solistas de los vientos y del guitarrista, todas muy encendidas y de gran calidad. Como también dos temas en los que la banda funciona sin el aporte de su estrella para entregar unos fandangos y marchas que dejaron a todo el mundo enloquecido. Era el bajista el encargado de marcar las entradas, los tiempos y las pausas de cada tema, el conjunto de Totó la Momposina funciona como una entidad sincronizada y llena de juego, humor y entrega.

Al final, fueron dos horas de música caribeña al cabo de las cuales, Totó, exhausta, se retira del escenario con una sonrisa imborrable y sus músicos la siguen satisfechos de haber dado lo mejor de sí y de haber entregado una sobredosis de música afrocaribeña que una parte del público chileno inteligentemente ya comienza a asimilar como propia.

La región del caribe colombiano nos ha entregado el arte de numerosos grandes oriundos de la zona: Gabriel garcía Márquez, el Pibe Valderrama, Carlos Vives y entre ellos, en primera fila y con honores, una gran dama de la música latina, Sonia Bazanta Vides, Totó la Momposina.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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