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El inagotable caudal poético de Violeta Parra que Chile se demoró en reconocer La presentación sobre su obra poética se llevará a cabo el 29 de julio en el museo que lleva su nombre

El inagotable caudal poético de Violeta Parra que Chile se demoró en reconocer

En el contexto del lanzamiento de “Poesía”, un libro que incluye la creación poética de toda la vida de Violeta Parra, revisamos su historia a través del testimonio de quienes mejor la conocen: su familia, académicos y escritores. Diego Maquieira, Cristián Warnken y Paula Miranda son algunas de las voces que intentan responder por qué nos hemos demorado tanto en reconocer a Violeta como una de las poetas chilenas más trascendentales del país.


El próximo año se cumplirá un siglo del nacimiento de Violeta Parra y en el museo que lleva su nombre se presentará Poesía, un libro que comprende la creación poética de toda su vida, incluyendo sus composiciones más famosas, sus décimas autobiográficas y otros siete textos inéditos, que forman parte de un cuaderno manuscrito preservado por su hija, Isabel Parra, “y cuyo valor patrimonial y cultural es hoy incalculable”, dice Paula Miranda, académica e investigadora a cargo del proyecto.

Violeta, quien nunca estudió música formalmente, era la primera alumna en canto, en escritura y en lectura. Conocía a la perfección las notas de la guitarra, aunque desconocía cómo se llamaban. “Criada como un pájaro”, como dijo su hermana Hilda (en el libro Violeta Parra, el canto de todos, de Patricia Stambuk y Patricia Bravo), Violeta era una “cabra inocentona, que tuvo una infancia pobre, azarosa y aventurera en el sur de Chile”, donde se interesaba por rescatar canciones, historias, leyendas y todo lo que tuviera que ver con la tradición folclórica.

“Recorrió todo, todo, hasta los lugares más apartados, hasta en mula andaba la Violeta atravesando cerros con su guitarra. Cuando estaba escasa la hierba o el azúcar, llevaba de aquí, de Santiago, todo al hombro, por los campos, por el barro en invierno, y así se fue extendiendo a otras partes más al sur”, recuerda Gastón Soublette, responsable de haber pasado a partitura muchas obras de Violeta.

Autodidacta, desordenada y de una creatividad incesante. Su infancia transcurrió en el sur de Chile, en lugares como Chillán y Lautaro, una zona tremendamente poetizada, según el escritor chileno Gonzalo Contreras, “donde se cultivaba muy intensamente la poesía, especialmente la décima”.

A su vez, Violeta era alguien “con enormes facultades de comunicación y aprendizaje y muy asertiva en sus relaciones”, dice Paula Miranda, “lo que le permitió asimilar con admirable facilidad muchos saberes”.

Y Violeta siempre fue poeta. Desde que salía con su guitarra y un canasto –a los 11 años- en búsqueda de dinero para alimentar a su familia; desde que cantaba con sus primas Aguilera, de forma intuitiva y natural. “A Violeta le iba muy bien, porque cantaba muy bonito, tenía una voz clarita. Y la querían mucho. Era muy vivaracha. Si la invitaban a una casa y le ofrecían pan o queso… ‘Sí, gracias –decía-, pero también tengo que llevarles a mis hermanitos’, dijo en una entrevista, para el mismo libro ya citado, la madre de Violeta, Clarisa Sandoval.

Sobre esos tiempos, Violeta Parra dijo, en una entrevista del año 1966 en el diario El Mercurio: “Cantamos en la calle y no recibíamos dinero, sino que alimentos y frutas. Pasamos gran parte del día fuera del hogar y ya tarde volvíamos con la canasta llena de comida para nuestra casa. Mi madre estaba muy preocupada y nos esperaba intranquila. Cuando llegamos y le narré lo que habíamos hecho, nos abrazó y lloró inconsolablemente y, posteriormente, me dio un gran sermón”.

Obra poética

El legado musical de Violeta es indiscutible y está presente en el imaginario colectivo no solo de buena parte de los chilenos, sino también del mundo. Pero a la hora de llamarla poeta la voz se entrecorta. Y llama la atención que, mientras Violeta era reconocida en los 60 como una magnífica cantautora, coetáneos suyos como Leonard Cohen y Bob Dylan eran también reconocidos, en sus respectivos países, como grandes poetas.

¿Por qué ha sido tan tardío este reconocimiento?

Cristián Warnken, director de la editorial Universidad de Valparaíso, participó en las distintas fases del proyecto, que nació a partir de una conversación que tuvo con Isabel Parra, en la que le comentó que le llamaba la atención que no se rescatara a Violeta como poeta y que estuviera encasillada en el mundo de la música.

“En Chile se ha impuesto un pensar absurdo: que los cantores ya no son poetas, que solo pertenecen al canto popular. Pero hoy esas fronteras se han difuminado y es, insisto, absurdo dejar fuera a Violeta del canon de la poesía chilena”, argumenta.

Lo único que faltaba, según Warnken, era ver si sus letras se sostenían como poemas. “Violeta era una artista total, una genio que está en las letras, en la palabra misma, en la poesía, en la metáfora. Hagamos una prueba: toma el libro y abre una de las páginas y lee algún verso… ¿Se sostienen como poesía? Una gran parte sí. Esto es más fácil si no has escuchado la música, pero la música de ella –en los chilenos– está tan metida en la cabeza que cuesta hacer la separación”, dice.

Por su parte, Paula Miranda –quien publicó La poesía de Violeta Parra en el año 2013, argumenta que Violeta “compone un texto centrado en la palabra y no únicamente en la música. Y esa palabra se expresa con una calidad e intensidad poéticas solo comparable con nuestros grandes poetas. Ella es como decía Víctor Jara una ‘poeta de la música’ y no solamente una cantante y cantora, aunque es ambas cosas también”.

Según Miranda, las razones que hacen que la poesía de Violeta remezca a su público es la “transgresión y experimentación y, a la vez, su enorme relación con la tradición. En esa poética es fundamental la manera en que incorpora creativamente todas las tradiciones poético-musicales que conoce y sus registros (poesía plena), para crear algo nuevo”.

Además, la académica considera que hay un prejuicio, que ya está siendo superado, de considerar poesía aquella ligada únicamente a la tradición libresca y moderna. “Pero en su origen, el canto ritual ya era poesía y durante muchos siglos la poesía fue oral, social y religiosa.

«Esa huella es la que está en Violeta”, dice.

Sobre el tardío reconocimiento de Violeta como poeta, Diego Maquieira, Premio Nacional Pablo Neruda 1989, cree que se trata de un fenómeno generalizado y que es natural que así sea. “Hay un letargo, un retardo, en el expresar el efecto que producen las cosas, está dentro de la naturaleza nacional, no lo veo como defecto ni como virtud, es algo intrínseco en su constitución, es así. Existe un lentitud innata, genética, en asimilar o en creer”, dice.

¿Sin Nicanor no hay Violeta?

Es imposible no preguntarse por el grado de influencia que tuvo Nicanor -tres años mayor que Violeta- en la formación de ésta última como artista. Y es que el antipoeta se ha encargado de difundir la tesis “Sin Nicanor, no hay Violeta”, jactándose entre otras cosas de haberla impulsado a escribir las décimas y de haberse asegurado que nadie entorpeciera su carrera musical.

“Hay algunas anécdotas muy graciosas” –comenta Leonidas Morales en su libro Conversaciones con Nicanor Parra– “Un día fui con ella a RCA Víctor (antigua estación de radio). Y yo fui a apoyarla. Yo no era ninguna autoridad tampoco para nadie, pero por lo menos era una fuerza física que estaba presente ahí. Entonces después de un rato me dice: ‘Va a empezar la grabación inmediatamente’. ‘Y cómo se va a hacer’, le digo yo. ‘Me va a acompañar el guatón Campos’, me dijo. ‘No –le dije yo-, aquí el guatón Campos ni ningún otro guatón tiene nada que ver. Aquí simplemente tocas tú tu guitarra, así como hemos acordado y cataplumchinchin”.

Nicanor se consideraba “un gurú cultural para ella”, preocupado de asignarle tareas, de compartir sus lecturas y de animarla con sus recopilaciones folclóricas. Incluso, recuerda que “la señorita Berta, la profesora de Violeta, le pedía poesías, y ella las recitaba, y las poesías, autor: Nicanor Parra”.

Violeta valoraba mucho la opinión de su hermano, pero su genialidad –innata e incontenible- era mérito suyo. No necesitó –a diferencia de Nicanor- estudiar las cosas intelectualmente y mucho menos ir a la universidad, pues su acercamiento al arte era directo y tenía la capacidad de conocer la cosa en sí. En otras palabras, era como una niña que conoce el sentimiento pero no la palabra que lo representa.

Nicanor recuerda: “¿Y qué es eso? –me dice–, ¿qué son las décimas? Y le digo: ‘Bueno, veamos aquí pues lo que son las décimas. Entonces le leo algunas décimas, y la Violeta me dice: ‘Pero si ésas son las canciones de los borrachos, pues’. Esa fue la respuesta de ella. ‘¿De qué borrachos?’, le digo yo. ‘¡Cómo de qué borrachos! ¡De los borrachos de Chillán, pues!, me dijo”.

Influencia de viceversa

En la opinión de Diego Maquieira, íntimo amigo de Nicanor, las décimas de Violeta se encuentran a la altura de la poesía de Gabriela Mistral. “Son eternas, traspasan el tiempo y el espacio, pueden durar hasta el final de los tiempos… O por lo menos hasta el final de Chile. Y no hablo de mi preferencia, yo soy uno entre millones, no depende de mí. Las décimas no me necesitan a mí”.

Se puede insistir en la tesis de Nicanor, pero sería tan falaz como decir que sin Paul Verlaine no tendríamos a Rimbaud. “Cuando hay genio poético”, dice Warnken, “terminará por salir de algún lado, se desborda, hay un caudal tan potente en ella de creatividad que éste tiene que salir, es imposible que no se manifieste”

Un matiz interesante sobre la simbiótica relación entre ambos poetas lo entrega Paula Miranda, quien reconoce que Nicanor estimuló, aconsejó y apoyó a su hermana, pero que después de su muerte la influencia se invirtió.

“Pienso, y aquí propongo sólo una hipótesis, que la mayor influencia en él ocurre después de 1967, después de que Violeta nos deja. La ausencia-presencia de Violeta en él es tanta que pareciera ser que Nicanor llegará a sus 102 años este año, para suplir en parte esa vida que no pudo completarse (esta idea me la sugirió el poeta Raúl Zurita). Su poesía después de 1967 se hace más sintética, hablan otras voces, hay más musicalidad y libertad en la expresión, aparecen sus artefactos, está mayormente desplegado su discurso social y crítico… así, es probable que sin Violeta, tampoco hubiese habido Nicanor”, dice Miranda.

La investigadora también reconoce que, gracias a la sinergia y cercanía que compartían, es posible constatar que ninguno podía quedar indiferente ante el trabajo del otro. “Es muy interesante el cambio que se produce en Violeta, después de Poemas y anti poemas de su hermano Nicanor. Por esos mismos años ella recopila y compone cuecas, pero a la par, compone sus anticuecas el 57; escribe sus décimas, aunque transgrede mucho de esta tradición y además compone sus “centésimas” (“género” inexistente antes de ella); compone el ballet “El Gavilán”, cuya música es inmensamente experimental y desconstructiva”, dice.

La novela chilena que los Parra nunca escribieron

La madurez y altura artística de Violeta sorprendieron a Nicanor, quien creía que su hermana podía materializar un proyecto tan ambicioso como escribir una novela. “Ella era una prosista eximia”, comenta en Conversaciones con Nicanor Parra, “ah no, no, no, eso hay que establecerlo de una vez por todas. Hay que leer, por ejemplo, las cartas de ella. O hay que leerse el librito que hizo sobre la poesía…La poesía popular de los Andes”.

Fue así como el antipoeta, en la víspera del suicidio de Violeta, le sugirió la idea de escribir una novela que estuviera “a la altura de la poesía chilena”, pues creía que en Chile eso no se había hecho. “Escribir una novela no es como escribir una canción. Se requiere, me parece a mí, de muchos más recursos. Y me parecía que ella había llegado a una situación tal, en que podía esperarse de ella una novela o…cualquier cosa”.

Pero Violeta, alejada del proyecto concebido por su hermano, le tiró la pelota de vuelta.

– Eso vas a tener que hacerlo tú mismo –le respondió –. Déjame cantarte la última canción.

Lanzamiento

La presentación de la poesía de Violeta se llevará a cabo el viernes 29 de julio a las 12:30, en Vicuña Mackenna 37. Contará con la participación de Isabel y Tita Parra, Paula Miranda, Rosabetty Muñoz, Raúl Zurita y Cristián Warnken.

La invitación de la editorial es a descubrir “una nueva lectura de la obra de Violeta Parra, en la que cada poema se presenta al lector con todo su valor estilístico y su potencia humana y se sostiene en la página como palabra ‘erguida’, que es como Octavio Paz definió a la verdadera poesía”.

El libro de 470 páginas cuenta con el prólogo de Rosabetty Muñoz y epílogos de Pablo de Rokha, José María Arguedas, Gonzalo Rojas, Pablo Neruda y Nicanor Parra. Tendrá un valor de 9 mil pesos.

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