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Crítica de teatro: «Realismo», un continuo cuestionamiento

Crítica de teatro: «Realismo», un continuo cuestionamiento

Es interesante desde el punto de vista de la dirección de Infante, vincular escenas y problemáticas familiares como el matrimonio, el dinero, relaciones familiares y manifestarlas en escenas “realistas”, para luego cuestionar esa misma convención de realidad que se adopta culturalmente y, de este modo, desentrañarlas y fracturarlas por medio de los fenómenos metafísicos manifestados escénicamente.


Todo parece normal, real o realista. Vemos una escena del siglo pasado, una discusión familiar, una escena tradicional y discursos normalizados del teatro burgués del siglo XIX… repentinamente las sillas comienzan a moverse, las telas, los metales y la escena empieza a desarmarse al estilo expresionista, donde las formas se distorsionan y las líneas quiebran el horizonte de las expectativas de lo cotidiano.

En Realismo hay ideas preconcebidas en el inconsciente colectivo sobre el género del realismo en el teatro y, siguiendo el trabajo histórico de Manuela Infante, se podría pensar que este montaje reflexiona sobre dicho género, sin embargo, la obra da otra vuelta ingresando en ámbitos de la metafísica y la relación de los objetos con otros aspectos del mundo sensible, alcanzando lo Real, en el sentido Lacaniano del término, es decir, cómo ese núcleo duro de realidad que se resiste a ser simbolizado.

Aún así, es posible observar al género teatral realista cuestionándose a si mismo en torno a que nada puede ser completamente “real” porque estamos sujetos a la interpretación que hacemos de las cosas. En ese mismo sentido crítico, el realismo en tanto género, no pasaría de ser una ilusión basada en que hay una sola realidad, la científica, auto reflexiva y autoconsciente, lo que a todas luces es uno los temas que pone en tensión la obra.

Realismo habla de la cultura en la medida que se hace cargo de una historia familiar a través de las huellas que dicha familia deja y cómo las distintas generaciones se relacionan con esos vestigios a través del tiempo y, por extensión, cómo esa familia se vincula con el resto de la sociedad.

Dentro de esta realidad  es que los objetos cobran diversos significados e influyen en las historias, diversificando la relación del mundo material con las personas y el orden de esas relaciones.

Es interesante desde el punto de vista de la dirección de Infante, vincular escenas y problemáticas familiares como el matrimonio, el dinero, relaciones familiares y manifestarlas en escenas “realistas”, para luego cuestionar esa misma convención de realidad que se adopta culturalmente y, de este modo, desentrañarlas y fracturarlas por medio de los fenómenos metafísicos manifestados escénicamente.

¿Qué relación tiene el mantel en ese momento que la novia se victimiza porque está insatisfecha por su matrimonio? ¿Cómo este mantel tiene su propia vibración y alma? Son temas metafísicos, incluso filosóficos, que no son comúnmente tratados por el teatro actual.

La obra tiene puntos altos de realización y efectos maravillosos, vinculados a lo plástico, formando una comunión entre lo ritual y la visualidad de los objetos que en el escenario proporcionan un orden estético, generando grandes momentos colectivos que transita entre las artes visuales y el teatro, las formas circulares y los metales. Las piezas de madera dan forma a cuadros en movimientos, la mezcla de cordones colgando y círculos nos transportan rápidamente a un imaginario artístico-plástico, gran mérito de la dirección de Manuela Infante y el diseño de Claudia Yolin.

Desde el trabajo de dirección, Infante se plantea un gran desafío. Realizar este montaje requiere un proceso de construcción escénica complejo y la coordinación de elementos extraordinariamente detallados, que proporcionan la espectacularidad de efectos y escenas, para generar el lenguaje que se plantea material y metafísico al mismo tiempo. Las cosas no suceden gratuitamente en escena, el espectáculo siempre está sostenido por una discursividad y fundamenta una mirada o una toma de posición sobre el ámbito de lo teatral.

 

Sin duda, nos aferramos a veces a problemas afectivos, psicológicos, familiares, pero la obra manifiesta, un cierto desapasionamiento, una cierta visión aniquiladora de la autoreferencialidad propiamente humana, centrada en la idea de “no eres el centro del universo”, la obra atenta con esa visión antropocentrista, entonces, plantea los problemas a los que todos nos aferramos, a tener cosas, dinero, relaciones familiares. Por esto, continuamente, la obra vuelve a lo primitivo, a lo ritual, a la ruca, a la comunión, cuando el hombre creía y vivía por fuerzas exógenas que movilizaban sus vidas, estaban atentos a estas fuerzas, no solo a las problemáticas familiares que hoy se tiene, el hombre antiguo era el que leía el cielo y construía pirámides para llegar a algo superior, estaba atento a la geometrías de las cosas como formas sagradas para vincularse con lo exterior y superior.

“Todo, en esa manera poética y activa de considerar la expresión en escena, nos lleva a abandonar el significado humano, actual y psicológico del teatro, y reencontrar el significado religioso y místico que nuestro teatro ha perdido completamente”. (Antonin Artaud, teatro y su doble)

Es necesario, no olvidar que esta investigación, sigue siendo un espectáculo teatral y aquí, seguramente, subyace un problema del montaje, dado que, hacia el final de la obra, en su forma, se vuelve reiterativa, particularmente en torno a la temática y su desarrollo, lo que es contraproducente, porque eso hace que, a momentos, se diluyan los instantes realmente formidables y que logran una suerte de misticismo intrínseco para volverse un tanto grueso, innecesariamente extenso y monótono.

Por otro lado, las actuaciones sostienen notablemente la propuesta, se puede apreciar que hablamos de un montaje en el cual, realmente, hay actores y una actriz de muy alto nivel y, por lo mismo, hay actuaciones completamente altas como por ejemplo; Marcela Salinas, versátil, casi camaleónica. En su interpretación impresionan los cambios emotivos y cinéticos en el viaje que realiza a través de las escenas, generando cambios de expresión, voz, corporalidad, por otro lado, entregándole profundidad a esos personajes tipos, como la novia descontenta, la mujer-madre ochentera, la mujer moderna de clase media, todos los personajes adquieren una vida y llenan el espacio.

A su vez, la actuación de Héctor Morales, es también de gran excelencia, como todos en el elenco, su trabajo es flexible a cada situación, su voz, cuerpo y movimientos permiten ver la construcción de seres escénicos con verdad, los momentos emotivos, las acciones, los procesos pasan a través de él y construye un personaje multidimensional, funcional a la escena y al mismo tiempo con realidad propia.

Cristián Carvajal, también multiplica sus personajes a lo largo de la obra y constituye una fuerza escénica a toda prueba, su capacidad para desarrollar personajes recordables, brillantes en términos emotivos, bien ejecutados y con esa libertad cinética que pocos actores poseen en torno a la organización de acciones, lo hace inolvidable.

Rodrigo Pérez es uno de los actores más talentosos en la escena teatral de Chile hoy, de esto no cabe duda. Su trabajo mezcla pericia técnica y talento espontáneo en una alquimia que pocas veces se ve; su interpretación es magnífica en cada uno de los personajes que hace, construye seres que manifiestan una tipología reconocible y concreta.

Ariel Hermosilla lleva a cabo un trabajo competente y bien desarrollado, consolida una factura pertinente a lo que exige su personaje y sostiene las escenas junto a sus compañeros en virtud de lo que la obra requiere.

Realismo es un trabajo complejo, serio y bien desarrollado, una obra que plantea una mirada sobre el mundo y su historia, sobre el concepto de ser humano y el orden material de la existencia, pero además, desarrolla un entramado escénico inteligente y bien logrado, que traza una línea de cuestionamientos fundamentales en torno al concepto de historia y, sobre todo, de modernidad, particularmente en virtud de las ideas positivistas, en tanto barre las bases tradicionales de la comprensión filosófica del término “materialidad”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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