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Alejandro Fernández, director de «Aquí no ha pasado nada»: «Quise mostrar cómo funciona la clase alta chilena» La película basada en el caso de Martín Larraín se estrena el 1 de septiembre

Alejandro Fernández, director de «Aquí no ha pasado nada»: «Quise mostrar cómo funciona la clase alta chilena»

La película muestra que a la hora de de defenderse los poderes fácticos no sólo son implacables con el ciudadano de a pie, sino con sus propios allegados, graficando un abuso de poder de las clases altas que permite a esta cinta, a pesar de ser muy chilena, ser universal.


Aquí no ha pasado nada, una película sin buenos ni malos, repleta de grises, basada en el caso de Martín Larraín, que se estrena el próximo jueves 1 de septiembre, tiene dos méritos: primero, permite echar un vistazo al mundo de los hijos de la élite. Y segundo, constatar que en Chile, incluso a pesar de un gran escándalo, puede no pasar nada.

En 2013, en Cauquenes, el hijo del abogado, senador y latifundista Carlos Larraín, el entonces presidente de Renovación Nacional, uno de los dos partidos de gobierno del entonces presidente Sebastián Piñera, se vio involucrado, con dos amigos, en la muerte por atropello de Hernán Canales. El primer juicio fue anulado. En el segundo, fue absuelto. Sólo sus dos amigos resultados condenados, por obstrucción a la justicia.

Este hecho, que prácticamente pondría fin al caso, sería en cambio el punto de partida para Alejandro Fernández (Chillán, 1971), un cineasta que estudió Periodismo en la Universidad de Chile para luego instalarse durante varios años en Nueva York, donde trabajó en la agencia EFE.

Aquí no ha pasado nada, su cuarto largometraje, relata una noche de juerga del joven estudiante de derecho Vicente (Agustín Silva) en Zapallar, hijo de una familia con dinero pero sin abolengo, donde junto a otros amigos (entre otros está Augusto Schuster) bebe, folla, se droga y finalmente se ve involucrado en el mortal atropello de un pescador.

Y aunque él no estaba manejando, sino Manuel Larrea (Samuel Landea), él sí de origen oligarca, la poderosa familia y los amigos de éste último presionará hasta lo indecible, combinando pala y zanahoria a través de un abogado (Luis Gnecco), para que él se inculpe. Un escenario que será difícil tanto para su madre (Paulina García) y su propio letrado (Alejandro Goic).

Matices

Ya lo decía el académico estadounidense David Rothkopf: «Chile is no a country, but a country club». La película de Fernández muestra que a la hora de de defender a su familia los oligarcas no sólo son implacables con el pueblo, sino entre ellos mismos, graficando un abuso de poder de las clases altas que permite a esta cinta, a pesar de ser muy chilena («de ahora, del 2016″, en palabras de su director»), ser universal.

«Cuando Larraín fue absuelto, me pasó, como a muchos, de que sentía que claramente la justicia no estaba funcionando, que no estaba bien, pero también tenía la duda de lo que en verdad ocurrió», relata Fernández a Cultura + Ciudad, quien escribió un guión impecable junto a Jerónimo Rodríguez, con quien ya había trabajado en su ópera prima, «Huacho» (2009), y que cuenta con la espléndida fotografía del peruano Inti Briones.

El cineasta quiso hacer una película que, «más allá del caso en sí,  mostrara cómo funciona la clase alta chilena, su lógica, tratar de entenderla», dice. «No es una película que condene y diga, estos son los buenos y estos son los malos, porque eso ya lo sabemos. Lo que la película hace es tratar de ponerse en el lugar (de la élite), mostrar lo que ocurre dentro de ese universo de privilegios, donde también con lo cual entrega muchas más dudas que certezas. Ése era el objetivo también».

«Vivimos en la ciudad más segregada de Latinoamérica, lo que ya es un síntoma. Lo que busca la gente en Chile es poner una gran pared o una muralla infranqueable si ganas veinte mil persos más que el otro. Y si gano muchísmo más, me armo un barrio, pongo globos que espían a la gente pobre de mi comuna. Yo pienso en eso, en el vecino de Lo Barnechea que está asustado por los vecinos del Cerro 18, donde su problema no es el resto del mundo sino su pequeña burbuja».

El retrato de Agustín, el protagonista, es ilustrativo. Su casa en la playa es hermosa. Tiene una nana de uniforme, a la que sin embargo saluda de beso. Su padre, un abogado comercial, es un hombre ausente. Ebrio puede participar sin ningún problema en un robo con amigos de unos fuegos artificiales que la pandilla juvenil quiere encender en la playa para entretenerse. Un mundo «donde los jóvenes no tienen conciencia de los privilegios que tienen», y donde la cinta muestra «cómo toman conciencia de los costos y beneficios de pertenecer a él». Pero un mundo donde también hay presiones y amenazas.

Justicia en entredicho

En su película, el cineasta también quiso tocar el tema de la justicia: cómo se hacen las leyes y, especialmente, cómo se aplican, en este caso entre otros mediante un fiscal interpretado por Daniel Alcaíno. Si en su cinta «Matar un hombre» (2014) mostró cómo operaba frente a los pobres, en esta cinta exhibe su comportamiento frente a la clase alta: «las dos caras opuestas de una moneda».

«Tenemos un sistema judicial que castiga los crímenes de los pobres y que perdona los crímenes de los ricos. Si robo un super 8 me voy preso, pero si robo a miles de personas con contratos y deudas que nunca suscribieron, puedo ser candidato a presidente y mi partido me va a ascender, como en el caso de (Laurence) Golborne. Uno puede hacer cualquier cosa de cuello y corbata y no pasa absolutamente nada. Se sabe cómo funcionan los poderes fácticos».

Lo demuestran casos como las colusiones de las farmacias, las comisiones unilaterales de La Polar o los delitos impositivos del ex senador Jovino Novoa, que se saldan con «clases de ética» o firmas mensuales: «una justicia del 5%, hecha a la medida, que funciona para un lado, que se altera, que se maneja, que se falsea en función de los intereses de cada uno».

El desenlace de la cinta se hace eco de esto. A pesar de la muerte del pescador, los acusados siguen haciendo su vida en libertad. Siguen divirtiéndose, yendo a fiestas. Nunca pisan una cárcel, y de hecho siguen manejando. Porque aquí, no ha pasado nada.

También gracias a Vicente, quien hace el amago de rebelarse frente a la falsa inculpación, sin mucho éxito. Sin lograr en definitiva «sacar la voz», como se titula la canción homónima de Ana Tijoux, parte de la banda sonora del filme.

«Me interesaba incluirla porque es una canción que habla de lo que el personaje nunca hace. La canción funciona casi como lo que el espectador quisiera: que saliera a relucir la justicia, que habláramos de lo que no se está hablando, de sacar la voz y defender lo que creemos que es justo, y la película habla de lo contrario: de callar la justicia, de sumarse a la mayoría y no decir nada, y de mantenerse en un lugar de privilegio».

«Por eso para mí era importante que estuviera la canción, no sólo porque me gusta mucho, sino porque en un momento el personaje piensa en rebelarse y finalmente no lo consigue, no se atreve, aunque para la audiencia queda planteado que sí se puede, sí hay que hacerlo».

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